sábado, 4 de abril de 2020

Maratón de lectura

La Kindle ilumina como un reflector en medio de la oscuridad, son las tres de la mañana y continuamos leyendo, aún faltan algo más de 90 minutos para terminar el quinto libro de esta semana.
Me gusta leer, en encantan los libros de historia, biografía, novela o cuentos, en fin, creo que tengo un espectro muy amplio dentro los géneros literarios. No me gustó el libro que escribió Mike Tyson, es uno de los pocos que recuerdo haber dejado a la mitad. Quizás le de una nueva oportunidad más adelante.
Con esto de la cuarentena te vas buscando el que hacer, aunque con el teletrabajo, las videoconferencias interminables y las clases virtuales, mis días pasaron volando. Sin embargo, hace una semana atrás, le envié un mensaje a su Whatsapp que decía: - ¿Si, leemos todo un libro, de una, sin parar?
Nunca en mi vida había leído un libro en un solo día o en menos de 24 horas. Sabía de personas quienes se encerraban en sus escritorios o habitaciones para devorar un libro. Hasta 16 horas leyendo un libro voluminoso. Pensé en una lectura compartida, elegiríamos un libro interesante, uno que ambos estuviésemos de acuerdo, por un tiempo leería yo y por otro tiempo similar, ella. La comunicación sería a través de Hangouts, últimamente Whatsapp presentó problemas con las llamadas y no quería escuchar una lectura entrecortada. Estuvo de acuerdo.
Ingresamos en la tienda de Amazon, seleccionamos un libro para la Kindle. Por estos días hay varios que están a costo cero. Me dejé llevar por las recomendaciones, casi siempre lo hago. Vi que “El amor huele a café” de Nieves García Bautista era uno de los más descargados en la tienda virtual. Hice un clic sobre el icono amarillo, el de compra inmediata, y en cuestión de segundos la Kindle comenzaba recibir una copia digital del libro seleccionado. Le pasé el enlace y repitió el procedimiento en su teléfono celular. Durante toda la tarde habíamos intentado actualizar su vieja Kindle de 4ta Generación, sin éxito. Como plan B estuvo el instalar la aplicación en su Iphone.
Moría el sábado y en el primer minuto del domingo comenzamos a leer, decidimos que cada 5 % de avance cambiaríamos de lector. Las horas pasaron, nos dejamos llevar por aquel relato, envueltos en las aventuras de sus personajes. Cuando nos encontramos al 60% realizamos una pausa, eran pasadas las cuatro de la madrugada. Horas más tarde, antes del almuerzo, continuamos con la lectura. En las siguientes dos horas y media, dimos fin al libro descargado. Puse cuatro de cinco estrellas en la puntuación de Goodreads.com que fue la red social donde marcaba de forma automática el avance de la lectura. Ese domingo, seleccionamos otro libro, lo terminamos en unas cuantas horas; el lunes leímos Alicia en el país de las maravillas, un cuento que lo tenía pendiente desde siempre.
En estos siete días, estamos a punto de terminar con cinco libros. Este último "La sombra del viento" de Carlo Ruiz Zafón, nos está dando pelea con sus cerca a 600 páginas, la Kindle calculó que nos tomaría aproximadamente 16 horas de lectura. Ahora ingresamos en los últimos minutos de la historia, que por demás es encantadora. Es muy probable que al finalizar la tarde de hoy nos encontremos sumergidos en una nueva lectura, porque Carlo Ruiz, nos presentó una serie de cuatro libros que conforman lo que denominó: "El cementerio de los libros olvidados".
Al terminar esta cuarentena, espero haber leído más de diez libros, algo de lo que podré sentirme feliz, satisfecho y contento.

jueves, 2 de abril de 2020

2 de abril

Desde el inicio de la cuarentena se me alteraron los ritmos circadianos, duermo de madrugada y despierto antes de las nueve de la mañana, hora a la que tengo la primera reunión virtual. Hoy desperté temprano, a las siete de la mañana. Fui a la ducha, tome la Gillette y afeité mi rostro. Seleccioné una camisa y un pantalón, dejé de lado las poleras y los deportivos que en los últimos días se convirtieron en la indumentaria oficial.
Desayune un plato con avena, jugo de frutillas y cinco frutillas naturales. Llené un vaso de plástico con agua caliente, agregue una cucharita del té de hierbas Herbalife acompañado de un porción de la bebida concentrada de sábila sabor mandarina. Tomé el vaso y subí a mi escritorio, donde arme mi oficina.
Desde que se decretó la cuarentena paso cerca de diez horas, sentado frente a mi computadora, atendiendo los requerimientos de la oficina, las clases virtuales, grabando y publicando los siete episodios en vivo. Lamentablemente solo fueron unos cuantos en vivo, los otros fueron grabados, lo siento, se me complicó la agenda. Abrí el Google Chrome, ingresé a mi cuenta de Twitter y escribí: “Iniciando un nuevo giro al rededor del Sol 🚀”, acompañe el mensaje con el icono de un cohete. Sí, hoy es mi cumpleaños.
Había planificado este día desde hace más de un mes. Recuerdo la noche cuando puse en el muro de Facebook un número, 33. Faltaban 33 días para mi cumpleaños. Creí que hoy estaría en mi nuevo hogar, pensé en una reunión con mis amigos, soñé con un almuerzo singular y una cena de fantasía, pero nada de eso pasó. No me siento triste, no me siento desilusionado, solo confundido, no sé cuánto tiempo más durará el encierro.
Estas semanas, de forma temporal, me encuentro viviendo con mis papás. Estaba planificado que, para finales de marzo, me mudaría a mi nuevo departamento, al que le estaban realizando trabajos de mantenimiento y remodelación. Quizás fue lo mejor ya que, durante esta cuarentena puedo cuidar de mis papás, quienes son dos personas mayores y en cumplimiento de la normativa, no deben salir a la calle, deben permanecer en casa. Es así que, soy yo, quien se encarga del reabastecimiento alimenticio, lo hago con mucho amor y responsabilidad.
Por unos minutos, me pierdo en el brillo del monitor y pienso en que la vida es un viaje constante alrededor del Sol y estás al mando de tu nave. Pero esta vez, a medida que pasan los días, siento que me conozco más, que nos conocemos más, no somos perfectos, tenemos virtudes y defectos pero, es lindo recorrer el camino con una persona quien comprende esos defectos y aprecia esas virtudes.
Respiro y presiono el botón para iniciar la llamada, mi reunión está a punto de comenzar. Hoy será un día singular, aunque no pueda sentir el abrazo físico, doy gracias por este presente.


jueves, 19 de marzo de 2020

Día del padre

No fui a los agasajos del día del padre y en los últimos años del colegio, mi hijo entendió que no eran de mi agrado. No asistí a las reuniones de padres de familia, algo que siempre me generó discusiones, para mi eran aburridas, poco prácticas, redundantes. No me senté a su lado para acompañarle con las tareas, preferí contratar profesores particulares para que ayuden a mi hijo en la nivelación de las materias que estaba atrasado. No sé cuántas cosas más no hice, pero sí recuerdo una.

Mi hijo había intentado practicar casi todos los deportes, fútbol, natación, karate y otras disciplinas, asistía durante un par de meses y luego las dejaba. En una de mis salidas en bicicleta un amigo me comentó que sus hijos practicaban bicicross (BMX) que les ayudaba muchísimo en el equilibrio y sobre todo en la confianza sobre la bicicleta. Me pareció algo fantástico y esa misma semana fui a la pista de BMX en Achumani. Pregunté los horarios, los requisitos, la indumentaria y demás. Sin mucho ánimo mi hijo fue a practicar bicicross, pero a medida que pasaban las clases, sentía que se motivaba, porque comenzaba a romper sus propios retos y sobre todo, vencía sus miedos. Es una cosa de locos deslizarse por el partidor, encarar un salto para luego caer y tomar la curva raudamente, todo eso evitando golpear a los otros corredores quienes están a centímetros de uno, vértigo total, adrenalina pura.

Todas las tardes de martes, jueves y los sábados por la mañana, estaba sentado en la pista de bicicross, desde el inicio de la clase hasta la finalización o inclusive más, porque él deseaba practicar sus saltos, mejorar sus partidas, lo esperaba, con paciencia y cariño. Disfrutaba de cada uno de sus logros, me encantaba escuchar sus sensaciones vividas en la pista, fui testigo de su evolución dentro de ese deporte, fue hermoso verlo crecer no solo físicamente sino también mentalmente. Perdió peso, ganó cuerpo, durante esos años pasamos de una bicicleta básica, pequeña a una XL profesional, me sentí orgulloso por él y le apoyé en cada uno de sus momentos.

Recuerdo que una tarde, mientras estaba sentado en las graderías, uno de los padres de familia me dijo: “¿por qué no entrenas con él?”. Todos los fines de semana recorría y recorro kilómetros y kilómetros en mi bicicleta de ruta o de montaña, pero eso del BMX era algo nuevo. No dudé mucho y un par de días después, estaba en la tienda comprando una bicicleta BMX tipo Crucero, básica, simple, pesada. Me inscribí al curso, tuve que aprender nuevamente a pedalear. Las bicicleta de ruta o de montaña son diferentes a las de bicicross. La pista tiene obstáculos, la carrera se resuelve en segundos, así que cada pedaleada cuenta, cada movimiento es fundamental para ganar o terminar tirado en medio del polvo con el cuerpo lastimado.

En esa mi primera clases y las que continuaron, compartí la pista con mi hijo y sus amigos, yo era el mayor de todos, inclusive competí con chiquillos de 7 u 8 años, quienes me dejaron atrás, yo tomaba la recta final y ellos estaban charlando en la meta. Al final de la clase me quedaba con mi hijo para un par de carreras, obviamente nunca logré ganarle, solo veía como él saltaba los obstáculos, tomaba las curvas, aplicaba todas las técnicas que había aprendido mientra yo intentaba seguir su rueda, sin mucho éxito.

Asistimos a torneos nacionales, aunque a él no le gustaban las competencias, creo que lo hacía por mi, por tratar de demostrarme de que se divertía. Sin embargo, después de casi cuatro años de practicar ese maravilloso deporte, su asistencia comenzó a ser irregular, dejó de ir los martes, luego los jueves y al final, solo practicábamos los sábados por la tarde. Era por la carga de tareas, sus amigos del colegio, sus compromisos, en fin, todos los planes que un adolescente tiene, donde obviamente el papá no forma parte.

Durante esos últimos meses, fui solo a la pista de BMX, participe en las competencias departamentales, no había nadie quien me acompañe desde la tribuna. En las mangas de los crucero estaba parado sobre mi bicicleta, tratando de mantener el equilibrio, mientras el partidor daba la cuenta regresiva antes de caer, era en esos instantes que veía a la tribuna, para mí, vacía. Gané un par de carreras y solo sentí la palmada en la espalda de los otros competidores, ni un solo abrazo. Al terminar las carreras, metía toda la indumentaria en el bolsón y cargaba mi bicicleta al automóvil, para volver a casa.

Fueron años hermosos, llenos de entusiasmo, cuando hablábamos de ciclismo, salíamos a pedalear por las carreteras, admirábamos a Nairo Quintana, veíamos el Tour de Francia, el Giro de Italia o la Vuelta a España. Hoy, volví a pedalear, como antes, trepando a la cumbre a primera hora del día solo con mis pensamientos. Aún tengo mi bicicleta de BMX que guarda el polvo de la última competencia y tiene las llantas desinfladas como mi emoción por volver a correr.

Feliz día del padre.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Hospital Obrero No. 1

Después de recorrer un largo pasillo lleno de pacientes y camillas, pudimos llegar al área de tomografía y rayos x. Dejamos la boleta en el escritorio de una enfermera quien demostró relativa paciencia en su trabajo. Nos pidió tomar asiento y esperar el llamado de la especialista. En el lugar estaban, a esa hora, la enfermera, un grupo de doctores quienes miraban la pantalla de las computadoras y nosotros tres. Nos sentamos cerca de la puerta y esperamos el llamado. A los pocos minutos escuchamos el nombre y fuimos al lugar donde está instalado el tomógrafo. En el ingreso vi a una persona mayor sentada en una silla de ruedas, imaginé que le realizaron algún tipo de prueba o tomaron una placa, no estoy seguro, solo lo vi sentado, muy agotado, respiraba lentamente y con dificultad. Esperamos en la puerta y en menos de diez minutos nos pidieron ingresar para ayudarle a incorporarse. Lo hicimos con delicadeza y paciencia. Una vez fuera, preguntamos a la enfermera cuál era el próximo paso. Esperar el llamado del doctor, nos dijo. Así lo hicimos, por algo más de veinte minutos estuvimos esperando el llamado del especialista, quien seguramente fue a almorzar o simplemente daba una vuelta. Me incorporé para dirigirme hacia la enfermera y preguntarle nuevamente, esta vez me dijo que debíamos ir a la sala de emergencias, la que colindaba con el pasillo lleno de enfermos, para esperar ahí, el llamado del especialista. No teníamos otra opción más que seguir las instrucciones de aquella enfermera que de a poco perdía la gentileza. Dejamos el lugar y mientras cruzábamos el patio, varios médicos y paramédicos corrían hacia la sala de tomografías. Supuse que la emergencia sería por un paciente joven quien, por comentarios, presentaba un cuadro de derrame cerebral. Caminamos por el pasillo y esta vez los pacientes estaban siendo alimentados, no sé si fueron sus familiares quienes les proporcionaron el alimento o el hospital, pero todos ellos estaban recostados en canillas, algunas improvisadas, con cartones como colchón. Hasta las sillas estaban siendo ocupadas por enfermos quienes con algo más de fortuna no requerían estar recostados. Llegamos al área de emergencias y esperamos el llamado del doctor. Pasaron unos pocos minutos y el alboroto se armó, tres médicos pedían que se les abra paso para poder llevar a un paciente hacia el área de emergencias. Reconocí la camisa cuadriculada, el chaleco azul, el jean, era el señor quien estaba sentado en la silla de ruedas en la puerta de la sala de tomografía. Pasó cerca mío y pude ver su rostro pálido, increíblemente pálido. Cerraron la puerta de metal y no dejaron ingresar a sus parientes quienes se mostraron muy afligidos. Nos llamó el doctor, nos dijo que no se apreciaban coágulos en la cabeza, cosa que nos dio un gran alivio. Indicó que esperemos unos minutos más para la receta y los medicamentos. Salimos del lugar y pude ver como un policía ingresaba a la zona de emergencias, llevaba un cuaderno blanco en la mano. El oficial no permaneció mucho tiempo, tan solo unos minutos, luego salió junto con una enfermera quien comenzó a llamar a los familiares de aquel paciente. No sé si falleció, no sé si sobrevivió a la crisis, solo puedo asegurar que en el hospital existe una gran demanda por la atención médica, los profesionales hacen lo que pueden, algunos hacen más que otros, algunos tienen mejor predisposición que otros; quizás si ese paciente, el de la silla de ruedas, hubiera sido atendido dentro de esos largos 30 minutos que estuvimos esperando el llamado del doctor, en la sala de tomografía, tal vez la crisis no se hubiera desatado, puede que si los doctores dejaran el trámite administrativo de lado, se ganarían minutos valiosos en la atención de pacientes. Ya que, es otro aspecto que me llamó la atención, la cantidad de papeles que manejan, todos los internos piden hojas en la ventanilla, para proceder con la evaluación inicial. Fue la primera vez que estuve en la sala de emergencias del Hospital Obrero No 1. de la ciudad de La Paz y la experiencia fue triste, la escasez de espacio, profesionales, infraestructura, medicamentos y la excesiva burocracia, hace que pacientes, como el de la silla de ruedas, ingresen en una crisis fulminante solo por esperar a que el médico le llame. ¿Cuántos de esos casos se tendrán diariamente? ¿Cuántos de los profesionales van a trabajar solo por cumplir? ¿Cuántas hojas de papel se generarán por paciente? ¿Cuántos pacientes no serán atendidos? Son muchos cuantos y ojalá algún día la empatía entre unos y otros se haga presente para darnos cuenta de que somos humanos y pisamos un hospital, porque para nosotros, los pacientes y parientes, es nuestra última esperanza.

jueves, 6 de febrero de 2020

Comida Saludable

Hoy, de camino al trabajo, una muchacha se me acercó con un volante en la mano y me lo entregó. Le agradecí y continué mi paso, tenía los minutos justos para llegar a tiempo. Mientras esperaba el ascensor, recordé el papel que me había entregado en la calle, lo saqué del bolsillo y leí el título que decía: “Comida Saludable”.
Nunca me gustó la carne, recuerdo que era una preocupación, para mi madre, preparar el almuerzo o la cena, tenía que cocinar dos platos, pero lo hacía con cariño. Los licuados eran otro problema, para mi, sin leche por favor.
Odio la mantequilla, la nata, aunque el queso me encanta, pero debo soportar las consecuencias.
Por años desayuné, los sábados o domingos, arroz con leche. Claro que después volvía a mi cama para retorcerme en silencio. El cólico me duraba hasta el lunes o martes. Lo soportaba solo para no escuchar un: “nada te gusta” o no dar un mal ejemplo.
Vi en Netflix una serie que titula: Cambio Radical, donde los atletas de élite comparan los méritos de la carne, las proteínas y los vegetales para fortalecerse, obviamente los vegetales son los mejores. Son varios años que evito comer carne roja, algo menos la de pollo y estos últimos meses, como solo pescado. Dejé el pan e intento no comer huevo o tomar algún lácteo. Cambié mi dieta.
No hay nada peor de comer porque sí. Escuché alguna vez que eso de almorzar al mediodía es solo costumbre, si nos hubiéramos acostumbrado a almorzar a las tres de la tarde, así lo haríamos.
Considero que el alimento es un premio al sacrificio, al desgaste físico o mental, una forma de cargarnos o recargarnos de energía, es así que, disfruto muchísimo del desayuno, almuerzo o de mi último bocado (desde que intento pertenecer al club de las 5 AM de Robin Sharma) el de las siete de la noche.
Ayer me invitaron a almorzar, fue el mejor almuerzo, increíblemente delicioso. Era comida saludable, que no pasa por los ingredientes utilizados, no son los ambientes cómodos o iluminados, no es el color verde de las verduras sino, la atención, el cariño y la dedicación que se le da a la preparación, consciente de que quienes disfrutaran de ella, sentirán una experiencia sin igual y así fue. Gracias por un almuerzo espectacular y único.
Leí el volante y mentalmente cambie el titulo de Comida Saludable a Comida Consciente, con s y c.


martes, 28 de enero de 2020

Argentina 2020

Ya casi terminan mis vacaciones, esta es la última noche en Buenos Aires. Regresé a la Argentina, después de 10 años y se notan los cambios en la economía, en los servicios, en la alimentación, en el trato social, en fin, en todo lo que se puede imaginar. Si bien se ven muestras del desarrollo, son escasas, creo que en Bolivia, desarrollamos mucho y más durante este último tiempo. Aquí, la educación se fue a pique, es sorprendente como una sociedad puede involucionar por su educación. En el tren, en el metro o en el bus, existen muchachos dentro de sus burbujas que el auricular les proporciona, blindados de todo lo que les rodea, gracias a la música que escuchan, no les interesa si está de pie una mujer embarazada, un adulto mayor o un minusválido, con recostarse en la butaca y cerrar los ojos, pasan, ignoran la situación hasta la próxima parada. Los niveles de inseguridad son alarmantes, cuando transitaba por las calles de Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Mar del Plata, y creo que todos sienten lo mismo: ojos observantes, personas sospechosas que se acercan o vehículos extraños. Es esa sensación de inseguridad que se encargan de amplificar los medios de televisión, que en cada uno de los programas, debaten, discuten, analizan el incidente reportado por la policía. Estos canales se nutren de ese tipo de noticias y le sacan hasta la última gota a la información para, al día siguiente, desayunar la misma noticia pero desde otro punto de vista, con nuevos actores del hecho, es increíble como el amarillismo se apropió de los medios de comunicación, impresos, radiales o televisivos. Algo que no cambió es la pasión por el deporte, por el fútbol. Aquí, se respira fútbol, aunque por estos días la Superliga Argentina de Fútbol está en un receso, es noticia la contratación de un jugador, la lesión de otro o una vez más, el escándalo de una estrella deportiva. Durante mi recorrido por las provincias argentinas, me llamó muchísimo la atención, el nivel de obesidad, donde apuntaba la vista podía ver una persona con sobrepeso, sea joven, varón o mujer, sin distinción. Esto puede ser fruto de la situación económica, los niveles de ansiedad o el estrés al que se ven expuestos. Como escribí en mi cuenta de Twitter: un kilo de duraznos vale más que una docena de facturas, entonces la gente come más harinas, carnes o fritos. Un plato de ensalada que está compuesto por lechuga, zanahoria y tomate, tiene un precio casi similar al tenedor libre. En una relación costo beneficio, el tenedor libre resulta más atractivo que un plato de ensalada. En los hoteles el desayuno es opcional, que si lo tomas, incrementa el costo final de la habitación rentada, al igual que en las líneas aéreas, el servicio de catering ahora es solo para rutas largas, aquellas inferiores a las dos horas, nada, ni agua. De a poco, los servicios argentinos se van quedando básicos, menos atendidos y por consiguiente, llegan a niveles de calidad extremadamente bajos. Recuerdo que en el 2009, la gente era alegre, amable y dispuesta a conversar con el extranjero, hoy no. Se siente la tensión nerviosa, el taxista, que fue reemplazado por el Uber, es poco comunicativo, cuando le dices que eres extranjero, callan. Gracias a la tecnología, pude desplazarme sin problemas en las ciudades que visité, Google Maps, Uber y portales de hoteles fueron mis herramientas para logran visitar los lugares que tenía planificado. Con un chip de Movistar accedí a la conexión LTE durante dos semanas por un precio de aproximadamente 7 dólares, con 5 Gb en datos y WhatsApp ilimitado, por esa parte no tuve ningún inconveniente para estar conectado. Hace un par de días, de pura curiosidad, fui a ver una obra a un teatro en Mar del Plata. Escuché en varios programas de televisión, que estas obras son espectaculares, me quedé con sabor a poco, a muy poco. En fin, parte de la experiencia con la que regreso a Bolivia, agradecido por vivir en un país en el que puedo comer verdura fresca, fruta de temporada y contar con servicios de calidad. Hoy, Bolivia presenta un índice de desarrollo muy interesante, ojalá los próximos gobiernos logren consolidar este desarrollo y convertirnos en un país que se aleja, a paso firme, del tercermundismo.


martes, 24 de diciembre de 2019

Noche Buena y Navidad

Nunca entendí la diferencia entre Navidad y Noche Buena. Para mi, solo existía la Navidad y comenzaba a las 12 de la noche, justo después de que nos entregaran nuestros regalos. Eramos niños y como el resto de los niños, vivíamos en una burbuja que nos protegía de todas las preocupaciones del mundo. 

No recuerdo bien mi primera Navidad, quizás fue la que pasé con mis abuelos y tíos por parte de mi mamá. Mi abuelo era un tipo de más de 1.85 mts y fácilmente superaba los 100 kg, era enorme. Es la tarde antes a la Noche Buena y colaboro con los preparativos en el comedor, hay una mesa larga, y está cubierta con un mantel de color verde, creo. Mi mamá se nota apresurada, nos da instrucciones y tratamos de cumplirlas como nos ordena, pero somos niños y creo que no lo hacemos bien, ya que ella viene a arreglar lo que hacemos. Se siente el aroma de la comida que se prepara en la cocina, no se lo que es, pero seguro es algo especial. Lo siguiente que recuerdo es ver todas las sillas ocupadas, mi abuelo se sentó en un lugar especial en la mesa, no veo a mi papá, quizás esta cerca de él y mi mamá, va de un lado para otro. Supongo que son las 12 de la noche, todos se abrazan, ríen y lloran, es muy emotivo, busco a mi mamá para que me abrace, le tomo la pierna y ella me sujeta con cariño. Entre la música de villancicos, que puso mi papá, escucho a mi abuelo que me llama. Me entrega un pequeño regalo, destrozo la envoltura, se trata de la réplica de un camión, es uno de esos que no se tiene que lanzar para que se desplace, es moderno, es a fricción. Ahora es necesario presionarlo contra el piso, arrastrarlo atrás y luego soltarlo, para que como por arte de magia, comience a rodar hacia adelante, pero de apoco se queda sin combustible y se detiene, me gusta mucho, ¡gracias abuelo!

Cuando eres niño, el tiempo pasa lentamente, casi como una peregrinación y cuando se divisa diciembre, la ciudad cambia, se ve más radiante, más alegre, pero también más agitada. Mis papás, una semana o dos antes de la Navidad, nos llevaban a las ferias y ahí teníamos derecho a pedir un regalo, algo pequeño, era su estrategia para identificar lo que queríamos de regalo. Pedíamos que nos compren una bolsa de soldados de plástico, algún muñeco de acción o algo con que jugar durante la vacación, luego nos dejaban en casa, con los juguetes y ellos, volvían a la feria ese mismo fin de semana o el siguiente. La Noche Buena, nos acostábamos muy temprano, todo para quedar rápidamente dormidos y despertar a primera hora del día siguiente, sabiendo que tendríamos el regalo deseado en los pies de la cama.

Una Navidad que recuerdo es en mi casa, somos cinco, mis papás, mis dos hermanos y yo. Nos vemos iluminados por la luz de un par de velas que mi madre encendió antes de que nos sirviera chocolate caliente y un pedazo generoso de panetón, terminamos todo casi un bocado, solo queremos abrir los regalos, pero luego nos desilusionamos. Es un juego de dominó, con las figuras del pato Donald, el ratón Mickey y esos otros personajes para niños, nosotros queríamos una consola de Atari. Fue una Navidad conflictiva, no entendíamos que nuestros padres estaban endeudados porque habían comprado la casa donde ahora vivíamos, donde eramos una familia y donde no teníamos que pedir permiso a nadie para jugar. Al año siguiente, después de muchísima insistencia, lagrimas y berrinches, nos compraron un Atari. 

Hubo otra Navidad, que pasé en Cochabamba, mi padre consiguió un empleo en esa ciudad, mi familia se mudó. Mi hermano compró una botella de Jack Daniels, todos ya teníamos edad para poder beber un whisky, y mientras se doraba el pavo, tomamos un par de copas. Creo que fue la mejor Navidad, estuvimos todos, felices y contentos. 

Hoy las Navidades son menos emotivas, mis hermanos pasan con sus familias y mis papás, un año juntos y el otro separados, porque visitan a sus hijos. Ojalá el 2020 nos una nuevamente.

Con el paso del tiempo, recién se logra apreciar esos momentos que vivimos, con sus alegrías y tristezas. De todo esto aprendí que cada uno de esos momentos, sean buenos o malos, nos traen una enseñanza, nos fortalecen en cuerpo y espíritu, dejándonos recuerdos, que generalmente son buenos. 

No tengo planes para hoy por la noche, quizás quedarme con mi papá hasta las 10 u 11, volveré a mi casa para tomar una copa de vino y leer un poco, mañana, como los últimos años, saldré en mi bicicleta para escapar, por algunas horas, de la ciudad. Quiero sentir el aire frío de la carretera, el silencio de la montaña y disfrutar de un paisaje hermoso, que solo el amanecer te brinda.

¡Feliz Navidad a todos los hombres de buena voluntad!