Pocos días antes del inicio de la espeluznante pandemia de la COVID-19, fuimos a la icónica Cinemateca Boliviana para ver una película nacional que prometía mucho. Realmente no recuerdo el título de ese filme ni los nombres de sus actores; pasó desapercibida, como tantas otras películas nacionales. Varios años después, el pasado miércoles, volvimos a una de las más grandes salas de la Cinemateca para ver una nueva película boliviana titulada: El Ladrón de Perros, protagonizada por Franklin Aro.
A principios de los 2000, los cines en Bolivia experimentaron un gran impulso gracias a la llegada de inversores extranjeros, lo que provocó una transformación significativa en la industria del entretenimiento. En La Paz, el tradicional cine Monje Campero tuvo que modernizarse para mantenerse vigente, mientras que otros, como el 6 de Agosto o el 16 de Julio, no lograron adaptarse al cambio y fueron relegados, convirtiéndose en teatros para espectáculos populares, totalmente incapaces de competir con las nuevas tecnologías que brindaban las salas de proyección en 3D, el sonido Dolby Digital y la diversidad de opciones cinematográficas en un solo lugar, ofreciendo una experiencia moderna y completa para el espectador.
Sin embargo, la Cinemateca Boliviana se destacó durante los primeros años del nuevo milenio por su esfuerzo inquebrantable en mantener vivo el cine nacional. En un gesto memorable, lograron habilitar tres modernas salas de proyección en su infraestructura renovada, inaugurada en 2005. Este edificio, ubicado cerca de la avenida Arce, en la zona de Sopocachi, marcó un nuevo capítulo para la Cinemateca, al mudarse desde su histórico emplazamiento en la calle Pichincha, cerca del colegio San Calixto. De esta manera, se aseguró que el cine boliviano tuviera un espacio digno donde prosperar y resistir los cambios del mercado.
Lamentablemente, la Cinemateca también fue perdiendo relevancia con el tiempo, quizá debido al impacto de la pandemia y la arrolladora oferta de los servicios de streaming. Pero no encontrarás en Prime, HBO o Netflix, por ahora, a la película boliviana El Ladrón de Perros, que merece ser vista en el cine. Es simplemente hermosa: sus escenas, la fotografía de la ciudad, los actores… todo.
Esa noche tuvimos la fortuna de conocer al actor principal, Franklin Aro, quien, al finalizar la proyección, se hizo presente en la sala, en medio de un mar de aplausos. Acompañado del encargado de la fotografía fija, comenzó a contarnos cómo se rodó esta obra de arte, que tomó más de ocho años en realizarse. Sin duda, cada día invertido, desde la gestación de la idea principal hasta la edición final, valieron la pena.
Fue emocionante escuchar su relato y cómo se le quebraba la voz al recordar todo lo que tuvo que vivir en las calles de La Paz, junto a su pequeño hermano. La increíble historia de un simple muchacho, que soñaba con ser actor y alcanzó su sueño, ya que, antes de formar parte de este magnífico proyecto cinematográfico, se ganaba la vida lustrando calzados y tratando de sobrevivir en la metrópoli paceña. Como se menciona en algún momento de la película: "Los sueños se hacen realidad, ¿no?" Y sí, se hacen realidad.
Franklin aún tiene muchos sueños por cumplir, y su determinación es un reflejo de la profundidad de su alma. Es una persona humilde y sencilla, fruto de lo que muy pocos logran alcanzar: no la fama, sino la verdadera conciencia de uno mismo. Franklin entiende que no hay límites para lo que uno sueña y se propone, pero también sabe que los sueños requieren sacrificio, coraje y estar preparados para enfrentar los retos del camino. Así lo demostró el día en que, mientras trabajaba bajo el ardiente sol de La Paz, vio un afiche pegado a un poste que anunciaba la búsqueda de actores naturales. En ese momento, su corazón latió con fuerza y sintió que ese llamado era para él. Aunque la incertidumbre y el miedo intentaron detenerlo, Franklin reunió todo su valor y decidió tomar esa oportunidad. No fue fácil, pero nada en la vida ocurre por casualidad; todo es el resultado de las decisiones valientes que tomamos.
Al finalizar esa emotiva presentación, la nueva estrella cinematográfica se encontraba parada frente a la marquesina que llevaba su nombre, iluminada por luces cálidas que destacaban su logro. Franklin estaba visiblemente emocionado, pero mantenía una calma y humildad que solo aquellos que han recorrido un camino tan difícil y auténtico pueden tener. Con completa sencillez, aceptaba los abrazos, besos y felicitaciones de todos los que tuvimos el grato placer de conocer una parte de esa fantástica experiencia. Cada abrazo era una muestra de afecto sincero, cada palabra de aliento resonaba profundamente en su corazón, y su sonrisa reflejaba no solo alegría, sino también un agradecimiento genuino. Me acerqué para darle la mano, sintiendo una mezcla de admiración y respeto. Cuando lo miré a los ojos, le dije que era una verdadera inspiración, y él, con una voz llena de modestia, me respondió: "Muchas gracias, caballero". Fue un momento breve, pero lleno de significado, que dejó una huella imborrable en mí.
Sigue adelante, Franklin. Todos los que tuvimos el placer de conocerte deseamos verte en otras películas y que sigas siendo una inspiración: para tu hermano, que está a punto de terminar el colegio y seguramente ve en ti el ejemplo de que los sueños se pueden alcanzar; para tus amigos lustrabotas, que, entre el brillo de cada zapato, encuentren la esperanza de una vida mejor, inspirados por tu historia; para esta sociedad paceña y boliviana, que lucha cada día por un país más justo y desarrollado, donde cada uno pueda alcanzar su máximo potencial; y para todos aquellos que, a veces, pierden la fe en sus propios sueños, pero que al ver lo que has logrado, pueden volver a creer.
Franklin, tu historia nos recuerda que el verdadero sueño no es solo material, sino crecer, aprender y nunca dejar de soñar. Que seas una inspiración para esta hermosa Sudamérica, que tiene tanto por ofrecer, para que cada uno de nosotros se atreva a ver en nuestras propias calles, en nuestros propios desafíos, las oportunidades para ser mejores y para crecer. Como dice Thomas Merton: “El orgullo nos hace artificiales y la humildad nos hace reales”.
Aprendamos del señor Franklin Aro a ser más reales.