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domingo, 28 de mayo de 2023

Apple IIe

No recuerdo exactamente el mes, quizás era julio o agosto de 1986. Mi papá regresó ese fin de semana de su viaje a los Estados Unidos y junto a sus maletas, traía una enorme caja blanca que llevaba la imagen de una manzana con los colores del arcoíris. Aún está presente en mi mente esa sensación mezcla de curiosidad, ansiedad y desesperación por ver a esa computadora funcionar.

Ni mi papá, menos yo, sabíamos cómo se conectaba esa computadora que tenía su propio televisor, un teclado integrado y un par de disqueteras de 5 ¼; es así que, llamamos al técnico de la empresa donde él trabajaba. A su llegada, el experto nos ayudó a juntar todas las partes que la componían y muy atento observé como conectaba los cables del televisor, los de las unidades de almacenamiento y la fuente de energía. En cuestión de minutos quedó lista.

Como si se tratara de un ritual, insertó el disquete en la delgada ranura y a continuación activó el CPU. De pronto, la habitación se llenó de ese ruido característico que hacen los motores encargados de rotar los discos con información y realizar así la lectura de las pistas magnéticas, las que rápidamente fueron transmitidas e interpretadas por la unidad de procesamiento central, para luego mostrarnos en la pantalla un mensaje de bienvenida al “Apple IIe”.

En las vacaciones de ese año, me inscribí a cursos de computación, compré un voluminoso libro de programación en Basic y me encerré por horas en frente de esa máquina. Fue la vacación más corta que tuve pero aprendí muchísimo. Mis compañeros del instituto eran universitarios a quienes les resolvía los problemas de computación, compartía los programas de cálculo y hasta mis propios juegos. Realmente fantástico.

A mis 14 años aprendí a programar, había conocido un nuevo pasatiempo que años después sería mi pasión. Leí muchísimos libros de computación, tuve largas horas de frustración cuando la máquina no hacía lo que le pedía, como también disfruté de logros que me hicieron brincar de la silla expresando mi alegría.

Hoy, volví a conectar esa vieja máquina y para sorpresa mía, aún los discos magnéticos almacenan la información necesaria para que su sistema operativo precario vuelva a arrancar, mostrándome 36 años más tarde, ese mismo mensaje que veía antes de perderme en horas de estudio y programación.

Agradezco a mis padres por proporcionarme las herramientas necesarias que me permitieron recorrer este apasionante mundo de la computación, convirtiéndome en espectador y protagonista del desarrollo tecnológico desde ese 1986 hasta estos días cuando la inteligencia artificial toma protagonismo. Soy muy afortunado de entender, comprender y pertenecer a este mundo cibernético de constante cambio y transformación, sin olvidar de dónde vengo y preservando mi historia.