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jueves, 8 de mayo de 2025

Scar Tissue

Durante siete días, que se transformaron en un viaje sin retorno, quedé completamente cautivado por las páginas de Scar Tissue, la autobiografía cruda y reveladora de Anthony Kiedis, el carismático vocalista de los Red Hot Chili Peppers. Este tipo de literatura musical - esas memorias que destilan sudor de escenario y lágrimas de backstage - constituye mi verdadera debilidad literaria. Antes de este encuentro, ya había recorrido los pasillos de la memoria con Surrender: 40 Songs, One Story de Bono, bailado con las palabras de Rocket Man de Elton John, y me había estremecido con las biografías de Kurt Cobain y Gustavo Cerati, este último sobre quien ya había escrito con anterioridad. Pero nada me preparó para el impacto emocional de Scar Tissue.


Las noches se convirtieron en testigos mudos de mi fascinación. Recostado en mi sofá favorito, con mi fiel iPhone 7 - que parecía haberse convertido en una extensión de mi mano - reproducía en loop los éxitos de los Red Hot Chili Peppers que servían de banda sonora a mi lectura: desde el hipnótico riff de "Californication" hasta la melancolía urbana de "Under the Bridge", pasando por la energía contagiosa de "By the Way" y la profundidad lírica de "Scar Tissue", la canción que da nombre al libro y que adquirió nuevas dimensiones con cada capítulo leído.


Había preparado meticulosamente esta experiencia. Antes de comenzar la lectura, adquirí en iTunes todos los álbumes relevantes de la banda para mi iPod Classic, ese fiel compañero de viajes musicales. Durante mis jornadas laborales, los auriculares se convirtieron en mi portal personal a los años 90, mientras las palabras de Kiedis resonaban en mi memoria y la música de los Chili Peppers me acompañaba en cada tarea.


Publicado en 2004, Scar Tissue es mucho más que una simple autobiografía rockera. Es un descenso a los infiernos personales que rivaliza en intensidad con la obra de Dante Alighieri. Kiedis nos lleva de la mano - a veces con ternura, otras con brutal honestidad - por los callejones más oscuros de Los Ángeles, donde las drogas, el sexo y el rock and roll dejaban de ser clichés para convertirse en demonios reales. Cada página es un viaje emocional: desde su problemática infancia con un padre traficante de drogas hasta los excesos de la fama, pasando por sus múltiples intentos de rehabilitación.


Lo que hace verdaderamente magistral esta obra es cómo Kiedis, al igual que Dante, logra emerger de su infierno personal para ofrecernos no solo una historia cautivadora, sino un mensaje universal de redención. La forma en que entrelaza sus vivencias con el proceso creativo de canciones que marcaron una generación añade capas de profundidad a ambas experiencias - la literaria y la musical.


Para quienes crecimos con el funk rock revolucionario de los Red Hot Chili Peppers, con su mezcla única de punk, funk y rock alternativo que dominó las pantallas de MTV en los 90, este libro es una pieza esencial. Pero su valor trasciende el ámbito musical: es un estudio psicológico sobre la adicción, un retrato sociológico de una era y, sobre todo, un testimonio de que incluso las caídas más profundas pueden terminar en redención.


Las últimas páginas las leí al amanecer, con "Road Trippin'" sonando suavemente en mis auriculares. Cuando apagué la Kindle, no solo sentía que conocía mejor a Kiedis y su banda, sino que había experimentado algo raro en las autobiografías: la sensación de haber crecido junto al autor, de haber compartido sus errores y aciertos. Ese es el verdadero poder de Scar Tissue: no se limita a contar una historia, sino que te hace vivirla, con toda su crudeza y, finalmente, con su esperanza libertadora.



sábado, 5 de octubre de 2024

Volví con el iPod

Desde hace unas semanas, tengo en el escritorio a mi viejo iPod Nano de 3ra generación, conectado al también veterano JBL "On Stage III" iPod Sound Dock. Mientras trabajo, escucho las casi 850 canciones que llenan los 4 GB de capacidad de este pequeño dispositivo musical. Cada vez que presiono el botón de reproducción, siento una oleada de nostalgia y emoción, siento como si cada nota y cada melodía me transportaran a otro tiempo, cuando la música era algo tangible, un tesoro almacenado en pequeños dispositivos electrónicos. El sonido cálido que emana del JBL llena la habitación y me hace recordar lo que significa realmente disfrutar la música, sin algoritmos, sin interrupciones, solo yo y mis canciones favoritas.

En medio de la batalla, entre los servicios de streaming de audio, por posicionarse como el mejor, las ofertas van y vienen. Algunos suman inteligencia artificial a sus algoritmos para ofrecer recomendaciones personalizadas, otros se enfocan en ofrecer una calidad de audio extremadamente alta, con formatos sin pérdida o incluso sonido espacial, mientras que otros buscan atraer usuarios con la librería más extensa posible o con contenido exclusivo de artistas populares. Todo vale en el intento por capturar y mantener el oído del cliente, incluyendo planes de suscripción con beneficios adicionales, colaboraciones con dispositivos inteligentes y eventos en vivo para crear experiencias más inmersivas.

Mi primer contacto con los servicios de streaming fue a través Spotify, hace ya varios años. Me pareció increíble su sistema de recomendaciones; sentía que adivinaba mis gustos musicales al punto de que parecía hecho a medida. Al terminar una canción, comenzaba otra que también me encantaba, creando una experiencia auditiva continua y placentera. Pasé horas con los pequeños Bose QuietComfort Earbuds ajustados a mis canales auditivos, disfrutando álbumes completos de mis artistas favoritos mientras recorría el continente sentado en la butaca de un avión. La calidad de sonido de los auriculares, junto con las recomendaciones precisas de Spotify, hacían de cada viaje una experiencia inmersiva, casi cinematográfica, en la que la música se convertía en la banda sonora perfecta para cada paisaje y cada momento vivido.

Por un tiempo, compartí una suscripción a Apple Music, y ahí comenzó mi búsqueda por el mejor servicio de música digital. Apple ofrecía una calidad de audio distinta, casi etérea, que hacía que cada canción se sintiera como un viaje íntimo y envolvente. Quizás un poco más lenta en el arranque de las canciones, pero esos microsegundos de espera valían la pena, era como si el sistema se tomara el tiempo necesario para asegurarse de que todo estuviera perfecto. Podía distinguir las sutilezas en los efectos musicales, cada pequeño eco, cada vibración que parecía estar dirigida directamente a mi alma. Así, me obsesioné con escuchar versiones en altísima fidelidad, y dejé de lado cualquier otra opción que no cumpliera con ese nivel de detalle. Sin embargo, la suscripción, al ser una invitación, terminó en pocas semanas, y volví a Spotify, pero ya no era lo mismo. La magia se había desvanecido, las canciones no lograban conectar de la misma manera, fue como si algo esencial se hubiera perdido en el tiempo.

Lo que más me ataba a Spotify eran las playlists que había creado, cuidadosamente curadas a lo largo de los años. Cada lista representaba un estado de ánimo, un viaje, una etapa de mi vida, y desprenderme de ellas no era una opción sencilla. En ese tiempo no encontraba una manera más fácil de transferirlas a otra plataforma, así que me resigné a lo que tenía, atrapado en la familiaridad de esas listas que habían sido testigos de tantos momentos personales. A veces buscaba nuevas listas para variar, explorando las recomendaciones del algoritmo y buscando algo que me devolviera la emoción inicial, pero la monotonía me alcanzó y el encanto se desvaneció. Fue entonces cuando decidí hacer una pausa para dar paso a la música en la radio, buscando recuperar esa sensación de sorpresa y descubrimiento que parecía haberse perdido.

Recuerdo cuando los primeros celulares incluían un sistema de radio. Eran fantásticos, ya que solo tenías que conectar los auriculares, que funcionaban como antena, y podías sintonizar estaciones locales con facilidad. La emoción de poder escuchar música, programas de entretenimiento y noticias sin necesidad de conexión a internet era algo mágico en esos tiempos. Siempre me gustó la radio, y para mí, esa opción en el celular resultaba indispensable; era como tener una ventana abierta a la ciudad, donde podías escuchar desde los últimos éxitos musicales hasta las voces familiares de los locutores que acompañaban el día a día. Sin embargo, con el paso de los años, los modelos de teléfonos más avanzados decidieron eliminar la aplicación y sus componentes electrónicos necesarios para esa función, sacrificando mi conexión directa con la radio a favor de nuevas tecnologías. Fue un cambio que, aunque lógico para muchos, me dejó con una sensación de pérdida, como si se hubiera apagado un pequeño pero significativo puente entre lo analógico y lo digital.

Con la evolución de los servicios en línea, la radio también se adaptó a plataformas como TuneIn, Radio Garden y otras, que en sus versiones gratuitas te permiten acceder a estaciones de radio de todo el mundo. Ya saturado de Spotify, decidí darle una oportunidad a TuneIn y pagué una suscripción mensual. Recuerdo que fue una experiencia refrescante; poder sintonizar estaciones de diferentes partes del planeta que me transportaba a otros lugares, era como viajar sin salir de casa. Disfruté mucho de radios especializadas en música clásica, jazz, rock, entre otras, además de talk shows y programas de noticias internacionales. En particular, había una estación de jazz de Nueva Orleans que solía escuchar en las tardes mientras regresaba a casa; las melodías se entrelazaban con los sonidos de la ciudad, creando un ambiente casi perfecto. Durante un tiempo, TuneIn fue mi principal servicio de audio, pero no duró mucho. La falta de personalización y el sentimiento de querer algo más específico me llevaron a buscar otras alternativas, pero esos momentos de conexión con la radio alrededor del mundo fueron realmente especiales.

En las últimas semanas, decidí activar una suscripción a Amazon Music, motivado por un video de TikTok en el que un experto detallaba las diferencias entre las principales plataformas de streaming. Lo que más me atrajo fue la calidad de audio superior y la enorme cantidad de canciones disponibles en comparación a las ofrecidas por Spotify, aunque la interfaz, debo admitir, es algo reducida y un poco rígida, especialmente en el modo auto. A pesar de estas limitaciones, la calidad del sonido lo compensa con creces, y hubo un factor clave que me convenció: logré migrar mis playlists a Amazon Music sin ningún contratiempo, gracias a la herramienta TuneMyMusic. Ni siquiera la DJ personalizada de Spotify logró detener mi migración; de hecho, sus recomendaciones parecían cada vez más desconectadas de mis gustos, lo cual sólo aumentó mi descontento.

Definitivamente, disfruto cuando la música tiene esa calidad extrema. Escucho álbumes completos, no solo canciones sueltas, ya que cada álbum cuenta una historia que merece ser experimentada de principio a fin. Tengo una selección reducida a algunos géneros musicales y una temporalidad bien marcada, principalmente rock, pop y alternativa, con un especial énfasis en la música de los años 80. Para mí, no hay mejor música que la producida en esa década; su energía, la calidad de las composiciones, y el sonido distintivo de los sintetizadores analógicos me transportan a una época llena de creatividad y emociones puras. Así que, una tarde de domingo, decidí desempolvar mi viejo iPod Nano de 3ra generación, que contiene todos los discos que me gustan en formato AAC a 320 kbps, una calidad de audio que, aunque no es completamente sin pérdida, logra mantener un balance excelente entre fidelidad y espacio. Saqué del baúl de los recuerdos el JBL "On Stage III" Dock, y al conectarlo, el sonido cálido y robusto llenó la habitación, haciéndome sentir como si estuviera en un pequeño concierto privado. Esos momentos, rodeado por el sonido auténtico de mis canciones favoritas, me recordaron lo especial que es la música cuando se escucha de la manera correcta, sin distracciones ni compromisos.





miércoles, 14 de junio de 2023

El amor después del amor

El pasado fin de semana, con el ánimo de salir por algunos momentos de mi entorno, vi en Netflix la miniserie titulada: “El amor después del amor”. En ocho episodios de aproximadamente 30 minutos, se plasma en imágenes la vida del cantante argentino Fito Páez, recorriendo sus recuerdos desde su nacimiento hasta aquel icónico concierto en el estadio de Vélez Sarsfield en abril de 1993.

Fito Páez es un reconocido cantante, compositor y músico argentino que ha dejado una huella significativa en la industria musical de su país y en América Latina. Nació el 13 de marzo de 1963 en Rosario, Argentina.

Páez comenzó su carrera musical en la década de 1980 y se convirtió en uno de los representantes más destacados del movimiento de la música rock en español conocido como la "Nueva Ola". Su álbum debut, "Del 63", fue lanzado en 1984 y recibió una excelente acogida. Sin embargo, fue con su segundo LP, "Giros" (1985), que alcanzó la popularidad masiva y consolidó su posición en la escena musical.

A lo largo de su meteórica carrera, el cantautor exploró diferentes estilos musicales, fusionando el rock con el pop, el tango y el folclore argentino. Sus letras poéticas y emotivas fueron aclamadas por la crítica y su habilidad para componer melodías pegajosas ganaron el reconocimiento de numerosos fanáticos.

No soy un seguidor de Fito Páez, son escasas las canciones que me gustan de él, prefiero a otras agrupaciones o solistas de aquella época, que para mi, fue la mejor del rock argentino y latinoamericano.

¡Alerta de spoiler!

Algunos episodios me parecieron altamente dramáticos, es posible que el personaje de la miniserie haya vivido esas situaciones complicadas, pero llega uno a preguntarse, cuánta mala fortuna puede tener una persona. Ya muy cerca del final, me emocionó una escena donde el cantante comienza a componer la canción “Dale Alegría a mi corazón”, en medio de una calle vacía y a la mitad de la noche fría de invierno en Madrid. Fue ese el punto en el que aquel artista de fama mundial toca el fondo más oscuro de su vida, para que, con ayuda de su teclado electrónico inicie una nueva etapa, resultando en un giro plagado de éxitos y como muestra de aquello, logró colocar la esperanzadora canción en el puesto número uno de los ránquines de música en varios países de habla hispana.

En el momento que vi al autor de “El Amor después del Amor”, enfrentándose a la vida con su teclado Casio sobre las piernas, recordé la frase: “Un estómago hambriento, una cartera vacía y un corazón roto pueden enseñarte las mejores lecciones de vida”. Precisamente son en esos momentos cuando sentimos que el mundo se nos parte en miles de pedazos y vemos que todo se desploma a nuestro alrededor, pero también hallamos nuestra imbatible fortaleza junto con ese deseo de mostrarnos y demostrarnos a nosotros mismos de que no está vencido quien pelea, que mientras haya vida, hay esperanza, de que en la crisis encontraremos la oportunidad para superar la dificultad y superarnos como seres humanos. El límite lo imponen nuestros pensamientos y si ese límite es el cielo, ahí es donde llegaremos.

Me quedo con esa fantástica lección de crecimiento, de continuar luchando en la vida y por la vida, no solo para triunfar o alcanzar un éxito transitorio, sino en sentir la fe en uno mismo, confiado en que cada paso que damos nos acerca más a la meta infinita.

Hoy, Fito Páez continúa activo en la música y sigue cautivando a audiencias con su talento y creatividad. Su legado perdura como uno de los grandes referentes de la música argentina y su influencia se extiende más allá de las fronteras de su país.


Y dale alegría, alegría a mi corazón

Es lo único que te pido al menos hoy...


lunes, 23 de septiembre de 2019

Soda Stereo

El viernes, mientras terminaba de leer un libro en la Kindle, saltó la sugerencia de Amazon para un próximo libro. Era uno con la biografía de Gustavo Cerati. Con dudas comencé a leer un fragmento y me pareció interesante. Hace algunos años leí una biografía titulada "Cerati en primera persona" y pensé que se trataba del mismo libro, pero no, era de otro autor.
  • ¿Vamos al concierto de Soda?
  • Hmmm. No lo sé.
Terminaba el primer mes de mi estadía en la ciudad argentina de Córdoba y mientras caminábamos por la peatonal, me llamó la atención un cartel que anunciaba el concierto de Soda Stereo. Era febrero de 1990 y la banda daba inicio a una gira promocional de su disco más reciente, Canción Animal.

Durante los 80, el rock latino estaba de subida, grupos como Virus, Los Abuelos de la Nada y Soda Stereo, entre algunos, eran como un efervescente que escalaba rápidamente a los primeros lugares de las listas musicales en las principales radios de la ciudad. Al ver ese cartel sentí la curiosidad por escuchar a uno de los grupos del momento pero, el desánimo de a mi amigo fue contagioso, junto con sus preocupaciones sobre los rumores acerca del consumo de drogas y alcohol. No fuimos al concierto y ese fin de semana, nos dedicamos a cumplir con las tareas universitarias.
  • Señor, por favor, puede poner este CD.
  • Claro que si, en seguida.
El mozo se llevó el disco compacto que tenía una carátula color naranja, era "El Último Concierto A" de Soda Stereo. Terminaba 1997 y ese diciembre, nos encontrábamos con un grupo de amigos, en un bar de la ciudad de La Paz. Habían pasado un par de años después de dejar la universidad y esa noche, mi amigo Julio, sacó de una bolsa de plástico el disco compacto, que lo portaba como una joya. A los pocos minutos se escuchó, en los parlantes del lugar, los acordes de "En la Ciudad de la Furia". Era extraordinario volver a disfrutar de las canciones de Soda Stereo junto a mis amigos del colegio y otros de la universidad.

En octubre de 2007, mientras guardaba el coche en el garage, escuché en la radio una noticia que indicaba el regreso de la banda argentina, con una gira que atravesaría el continente, pero no tocaría Bolivia. Hoy, me reprocho sobre mi poca decisión de poder asistir a un concierto en Santiago, Lima o Buenos Aires para ver a ese grupo musical en la que resultaría su última gira.
  • ¿Qué canción quieres escuchar ahora?
  • Esa, De Música Ligera.
  • ¡Tan, tan, taran tantan...!
Presionamos el botón de Play en el track número 9 del CD2 "Me Verás volver" y mi hijo Matías, acompañó a la voz de Cerati, mientras recorríamos la carretera entre Santa Cruz y Cochabamba, cerrando nuestras vacaciones de 2007.

Las 25 hojas, que Amazon te envía como adelanto de un libro, fueron suficientes para que proceda con la compra y posterior descarga. Con los audífonos puestos, seleccioné en Spotify la discografía de Soda Stereo y me sumergí, una vez más, en la lectura, que desde ya es cautivadora, con un lenguaje técnico, pero simple. "Cerati: La biografía definitiva", describe cada una de las etapas de, para mi, la mejor banda de rock latino que existió hasta ahora, continuando con el recorrido de Gustavo Cerati, como solista.

Esa noche, me quedé leyendo hasta las dos de la mañana, el sábado continué con la lectura y ayer domingo llegué al 80% del libro. Se que no tengo una lectura rápida, pero fue más lenta quizás por los recuerdos que evocaba la narrativa o por las pausas que me regalaba solo para disfrutar de esos momentos inolvidables.
  • Papá, te cuento una mala.
  • ¿Qué pasó?
  • Escuché en las noticias que Cerati murió.
Nos quedamos en silencio. Durante varios meses habíamos seguido las noticias sobre el vocalista de Soda Stereo, quien en 2010 sufrió un ACV después de un concierto en Caracas. El 4 de septiembre de 2014, Cerati partía de este mundo. Fue un día triste, para ambos, para muchos, para todos.

Al terminar de leer ese libro, que me atrapó durante el fin de semana, me transporto a esos instantes increíbles de mi vida, recuerdo todas esas canciones de Soda Stereo que me acompañaron en el desarrollo de estos últimos 30 años. Fue un fantástico viaje en el tiempo.  

Antes del punto final, escucho en los audífonos el sonido de la guitarra de Cerati que, me abruma, me ilusiona y a la vez, me inunda con una nostalgia infinita.

Lisa tiene un amor de ultramar
Brilla en la oscuridad.