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sábado, 5 de octubre de 2024

Volví con el iPod

Desde hace unas semanas, tengo en el escritorio a mi viejo iPod Nano de 3ra generación, conectado al también veterano JBL "On Stage III" iPod Sound Dock. Mientras trabajo, escucho las casi 850 canciones que llenan los 4 GB de capacidad de este pequeño dispositivo musical. Cada vez que presiono el botón de reproducción, siento una oleada de nostalgia y emoción, siento como si cada nota y cada melodía me transportaran a otro tiempo, cuando la música era algo tangible, un tesoro almacenado en pequeños dispositivos electrónicos. El sonido cálido que emana del JBL llena la habitación y me hace recordar lo que significa realmente disfrutar la música, sin algoritmos, sin interrupciones, solo yo y mis canciones favoritas.

En medio de la batalla, entre los servicios de streaming de audio, por posicionarse como el mejor, las ofertas van y vienen. Algunos suman inteligencia artificial a sus algoritmos para ofrecer recomendaciones personalizadas, otros se enfocan en ofrecer una calidad de audio extremadamente alta, con formatos sin pérdida o incluso sonido espacial, mientras que otros buscan atraer usuarios con la librería más extensa posible o con contenido exclusivo de artistas populares. Todo vale en el intento por capturar y mantener el oído del cliente, incluyendo planes de suscripción con beneficios adicionales, colaboraciones con dispositivos inteligentes y eventos en vivo para crear experiencias más inmersivas.

Mi primer contacto con los servicios de streaming fue a través Spotify, hace ya varios años. Me pareció increíble su sistema de recomendaciones; sentía que adivinaba mis gustos musicales al punto de que parecía hecho a medida. Al terminar una canción, comenzaba otra que también me encantaba, creando una experiencia auditiva continua y placentera. Pasé horas con los pequeños Bose QuietComfort Earbuds ajustados a mis canales auditivos, disfrutando álbumes completos de mis artistas favoritos mientras recorría el continente sentado en la butaca de un avión. La calidad de sonido de los auriculares, junto con las recomendaciones precisas de Spotify, hacían de cada viaje una experiencia inmersiva, casi cinematográfica, en la que la música se convertía en la banda sonora perfecta para cada paisaje y cada momento vivido.

Por un tiempo, compartí una suscripción a Apple Music, y ahí comenzó mi búsqueda por el mejor servicio de música digital. Apple ofrecía una calidad de audio distinta, casi etérea, que hacía que cada canción se sintiera como un viaje íntimo y envolvente. Quizás un poco más lenta en el arranque de las canciones, pero esos microsegundos de espera valían la pena, era como si el sistema se tomara el tiempo necesario para asegurarse de que todo estuviera perfecto. Podía distinguir las sutilezas en los efectos musicales, cada pequeño eco, cada vibración que parecía estar dirigida directamente a mi alma. Así, me obsesioné con escuchar versiones en altísima fidelidad, y dejé de lado cualquier otra opción que no cumpliera con ese nivel de detalle. Sin embargo, la suscripción, al ser una invitación, terminó en pocas semanas, y volví a Spotify, pero ya no era lo mismo. La magia se había desvanecido, las canciones no lograban conectar de la misma manera, fue como si algo esencial se hubiera perdido en el tiempo.

Lo que más me ataba a Spotify eran las playlists que había creado, cuidadosamente curadas a lo largo de los años. Cada lista representaba un estado de ánimo, un viaje, una etapa de mi vida, y desprenderme de ellas no era una opción sencilla. En ese tiempo no encontraba una manera más fácil de transferirlas a otra plataforma, así que me resigné a lo que tenía, atrapado en la familiaridad de esas listas que habían sido testigos de tantos momentos personales. A veces buscaba nuevas listas para variar, explorando las recomendaciones del algoritmo y buscando algo que me devolviera la emoción inicial, pero la monotonía me alcanzó y el encanto se desvaneció. Fue entonces cuando decidí hacer una pausa para dar paso a la música en la radio, buscando recuperar esa sensación de sorpresa y descubrimiento que parecía haberse perdido.

Recuerdo cuando los primeros celulares incluían un sistema de radio. Eran fantásticos, ya que solo tenías que conectar los auriculares, que funcionaban como antena, y podías sintonizar estaciones locales con facilidad. La emoción de poder escuchar música, programas de entretenimiento y noticias sin necesidad de conexión a internet era algo mágico en esos tiempos. Siempre me gustó la radio, y para mí, esa opción en el celular resultaba indispensable; era como tener una ventana abierta a la ciudad, donde podías escuchar desde los últimos éxitos musicales hasta las voces familiares de los locutores que acompañaban el día a día. Sin embargo, con el paso de los años, los modelos de teléfonos más avanzados decidieron eliminar la aplicación y sus componentes electrónicos necesarios para esa función, sacrificando mi conexión directa con la radio a favor de nuevas tecnologías. Fue un cambio que, aunque lógico para muchos, me dejó con una sensación de pérdida, como si se hubiera apagado un pequeño pero significativo puente entre lo analógico y lo digital.

Con la evolución de los servicios en línea, la radio también se adaptó a plataformas como TuneIn, Radio Garden y otras, que en sus versiones gratuitas te permiten acceder a estaciones de radio de todo el mundo. Ya saturado de Spotify, decidí darle una oportunidad a TuneIn y pagué una suscripción mensual. Recuerdo que fue una experiencia refrescante; poder sintonizar estaciones de diferentes partes del planeta que me transportaba a otros lugares, era como viajar sin salir de casa. Disfruté mucho de radios especializadas en música clásica, jazz, rock, entre otras, además de talk shows y programas de noticias internacionales. En particular, había una estación de jazz de Nueva Orleans que solía escuchar en las tardes mientras regresaba a casa; las melodías se entrelazaban con los sonidos de la ciudad, creando un ambiente casi perfecto. Durante un tiempo, TuneIn fue mi principal servicio de audio, pero no duró mucho. La falta de personalización y el sentimiento de querer algo más específico me llevaron a buscar otras alternativas, pero esos momentos de conexión con la radio alrededor del mundo fueron realmente especiales.

En las últimas semanas, decidí activar una suscripción a Amazon Music, motivado por un video de TikTok en el que un experto detallaba las diferencias entre las principales plataformas de streaming. Lo que más me atrajo fue la calidad de audio superior y la enorme cantidad de canciones disponibles en comparación a las ofrecidas por Spotify, aunque la interfaz, debo admitir, es algo reducida y un poco rígida, especialmente en el modo auto. A pesar de estas limitaciones, la calidad del sonido lo compensa con creces, y hubo un factor clave que me convenció: logré migrar mis playlists a Amazon Music sin ningún contratiempo, gracias a la herramienta TuneMyMusic. Ni siquiera la DJ personalizada de Spotify logró detener mi migración; de hecho, sus recomendaciones parecían cada vez más desconectadas de mis gustos, lo cual sólo aumentó mi descontento.

Definitivamente, disfruto cuando la música tiene esa calidad extrema. Escucho álbumes completos, no solo canciones sueltas, ya que cada álbum cuenta una historia que merece ser experimentada de principio a fin. Tengo una selección reducida a algunos géneros musicales y una temporalidad bien marcada, principalmente rock, pop y alternativa, con un especial énfasis en la música de los años 80. Para mí, no hay mejor música que la producida en esa década; su energía, la calidad de las composiciones, y el sonido distintivo de los sintetizadores analógicos me transportan a una época llena de creatividad y emociones puras. Así que, una tarde de domingo, decidí desempolvar mi viejo iPod Nano de 3ra generación, que contiene todos los discos que me gustan en formato AAC a 320 kbps, una calidad de audio que, aunque no es completamente sin pérdida, logra mantener un balance excelente entre fidelidad y espacio. Saqué del baúl de los recuerdos el JBL "On Stage III" Dock, y al conectarlo, el sonido cálido y robusto llenó la habitación, haciéndome sentir como si estuviera en un pequeño concierto privado. Esos momentos, rodeado por el sonido auténtico de mis canciones favoritas, me recordaron lo especial que es la música cuando se escucha de la manera correcta, sin distracciones ni compromisos.





domingo, 6 de noviembre de 2022

Surrender

El 3 de octubre por la mañana, como ya es casi una rutina para iniciar la jornada, abrí el Twitter en el celular y mientras desplazaba los mensajes en la pantalla moviendo el dedo de abajo hacia arriba, capturó mi atención la portada del libro titulado Surrender - 40 canciones una historia, escrito por el vocalista de la agrupación U2, de la que soy un fanático. 

Me detuve en el anuncio que indicaba la preventa del libro en Amazon, sosteniendo el celular abrí el aplicativo de la tienda digital y reservé uno en su versión para Kindle. A los pocos segundos recibí el correo electrónico de confirmación e indicaban en el mismo mensaje que el 4 de noviembre se realizaría la distribución electrónica.

Durante las últimas semanas, vi varios tuits en los que se mostraban a los afortunados lectores, seguidores de la banda irlandesa, posando con el libro recibido o adquirido en alguna librería de su ciudad. La portada negra con trazos amarillos que surcan la fotografía de un joven Bono ya era inconfundible. En esa misma red social pude ver fragmentos de las múltiples entrevistas que brindó el autor en los días pasados, era una suerte de gira de presentación.

Como parte de la promoción, la cuenta oficial de U2 en Spotify presentó una playlist con las 40 canciones a las que el libro hace referencia, imaginé que su orden cronológico es para seguir la narrativa acompañado de muy buena música.

Al igual que un niño que espera la llegada de la Navidad para abrir sus regalos, esta madrugada esperaba recibir un correo electrónico de Amazon con la confirmación de la entrega del libro sin embargo, en su lugar recibir una notificación de error y no la deseada confirmación. 

El pasado 31 de octubre caducó la tarjeta de débito que empleo para las compras por Internet y días antes logré activar una nueva, la declaré como predeterminada pero, olvidé recargar con el efectivo suficiente. Ese fue el problema que ocasionó el rechazo en la compra así que, realicé una transacción bancaria para contar con el saldo requerido y reintenté la adquisición, esta vez funcionó y en instantes el libro digital se encontraba en el aplicativo móvil y luego en la Kindle.

Por el escaso tiempo que dispongo hoy viernes no pude leer aquel libro esperado, aunque el fin de semana está próximo y espero con ansias leer acerca del ser humano que hay detrás de esa mega estrella de la música.

sábado, 4 de abril de 2020

Maratón de lectura

La Kindle ilumina como un reflector en medio de la oscuridad, son las tres de la mañana y continuamos leyendo, aún faltan algo más de 90 minutos para terminar el quinto libro de esta semana.
Me gusta leer, en encantan los libros de historia, biografía, novela o cuentos, en fin, creo que tengo un espectro muy amplio dentro los géneros literarios. No me gustó el libro que escribió Mike Tyson, es uno de los pocos que recuerdo haber dejado a la mitad. Quizás le de una nueva oportunidad más adelante.
Con esto de la cuarentena te vas buscando el que hacer, aunque con el teletrabajo, las videoconferencias interminables y las clases virtuales, mis días pasaron volando. Sin embargo, hace una semana atrás, le envié un mensaje a su Whatsapp que decía: - ¿Si, leemos todo un libro, de una, sin parar?
Nunca en mi vida había leído un libro en un solo día o en menos de 24 horas. Sabía de personas quienes se encerraban en sus escritorios o habitaciones para devorar un libro. Hasta 16 horas leyendo un libro voluminoso. Pensé en una lectura compartida, elegiríamos un libro interesante, uno que ambos estuviésemos de acuerdo, por un tiempo leería yo y por otro tiempo similar, ella. La comunicación sería a través de Hangouts, últimamente Whatsapp presentó problemas con las llamadas y no quería escuchar una lectura entrecortada. Estuvo de acuerdo.
Ingresamos en la tienda de Amazon, seleccionamos un libro para la Kindle. Por estos días hay varios que están a costo cero. Me dejé llevar por las recomendaciones, casi siempre lo hago. Vi que “El amor huele a café” de Nieves García Bautista era uno de los más descargados en la tienda virtual. Hice un clic sobre el icono amarillo, el de compra inmediata, y en cuestión de segundos la Kindle comenzaba recibir una copia digital del libro seleccionado. Le pasé el enlace y repitió el procedimiento en su teléfono celular. Durante toda la tarde habíamos intentado actualizar su vieja Kindle de 4ta Generación, sin éxito. Como plan B estuvo el instalar la aplicación en su Iphone.
Moría el sábado y en el primer minuto del domingo comenzamos a leer, decidimos que cada 5 % de avance cambiaríamos de lector. Las horas pasaron, nos dejamos llevar por aquel relato, envueltos en las aventuras de sus personajes. Cuando nos encontramos al 60% realizamos una pausa, eran pasadas las cuatro de la madrugada. Horas más tarde, antes del almuerzo, continuamos con la lectura. En las siguientes dos horas y media, dimos fin al libro descargado. Puse cuatro de cinco estrellas en la puntuación de Goodreads.com que fue la red social donde marcaba de forma automática el avance de la lectura. Ese domingo, seleccionamos otro libro, lo terminamos en unas cuantas horas; el lunes leímos Alicia en el país de las maravillas, un cuento que lo tenía pendiente desde siempre.
En estos siete días, estamos a punto de terminar con cinco libros. Este último "La sombra del viento" de Carlo Ruiz Zafón, nos está dando pelea con sus cerca a 600 páginas, la Kindle calculó que nos tomaría aproximadamente 16 horas de lectura. Ahora ingresamos en los últimos minutos de la historia, que por demás es encantadora. Es muy probable que al finalizar la tarde de hoy nos encontremos sumergidos en una nueva lectura, porque Carlo Ruiz, nos presentó una serie de cuatro libros que conforman lo que denominó: "El cementerio de los libros olvidados".
Al terminar esta cuarentena, espero haber leído más de diez libros, algo de lo que podré sentirme feliz, satisfecho y contento.

lunes, 5 de agosto de 2019

La Feria Internacional del Libro de La Paz.

Todos los años esperaba los meses de julio o agosto para asistir a la Feria Internacional del Libro (FIL), cuando se desarrollaba en los salones del Círculo de Oficiales del Ejército (COE). Hubieron oportunidades en las que, muy ansioso, fui el primer día de la feria y en otras, fui hasta tres veces. Esos tiempos quedaron atrás.

Cuando visitaba la FIL, me entristecía no poder encontrar un libro recomendado o el más reciente de mi escritor favorito. En La Paz, son muy pocas las librerías a las que podemos tener acceso y a esto se suma el hecho de que varias de ellas comenzaron a cerrar sus puertas, fruto de la piratería o la digitalización de la información. Así que la FIL, se volvía una buena alternativa para acceder a libros destacados.

Anoche, fuimos a visitar la feria del libro. Ingresé al Campo Ferial Chuquiago Marka, sin muchas expectativas, solo quería dar una vuelta, ya que días atrás había comprado una serie de libros en la tienda virtual de Amazon. Pasamos por los estantes preparados para la oportunidad. No vi mucha gente, quizás comparaba las multitudes que circulaban en el COE y ahora, en un ambiente más amplio, daba la impresión de que la asistencia era baja para un domingo por la noche.

Fuimos al Salón Illimani, donde se realizaría un reconocimiento al periódico La Patria, evento convocado a las 7 de la noche pero, comenzó casi 30 minutos más tarde. No permanecimos mucho tiempo en el salón y salimos al pabellón amarillo, para continuar nuestra visita, que terminó en una exposición de Comics, donde compramos un libro, que fue de la atracción de mi hijo. Por mi parte, vi un stand , donde adquirí el libro que desde hace mucho estuve buscando y no quería tenerlo en formato digital, La Biblia.

Henry, un amigo que trabajaba en una librería del centro de la ciudad, leía todos los libros que llegaban a la tienda y era muy grato escuchar sus recomendaciones, que casi siempre fueron la motivación principal para comenzar a leer un libro. Hoy, esas recomendaciones acompañan a los libros digitales y son otro factor que hacen que me oriente a la compra de una copia, es algo que no se encuentra en una librería tradicional o por lo menos, no en la ciudad, donde con suerte el vendedor te dará la respuesta gentil a una consulta.

El crecimiento vertiginoso de las ofertas de libros digitales, el acceso simplificado de las compras en línea y las mejoras en los dispositivos electrónicos, sumado a esto el espíritu ambientalista, hace cada vez más frecuente la lectura de libros en formato digital ya que, con un par de clics se tiene acceso a una amplia bibliografía. 

Con el ingreso y la popularización de Amazon, junto a su lector electrónico Kindle, el acceso a los libros en formato digital es cada vez mayor. No pude quedar al margen de este avance tecnológico y desde hace un par de años que dejé de comprar libros impresos, dejé de asistir a la FIL y comencé a adquirir libros digitales en línea.

En una relación de costo - beneficio, resulta más práctico, cómodo y útil el tener un dispositivo electrónico para la lectura de libros digitales, que estar cargando pesados libros de papel, aunque estoy seguro que siempre estarán aquellos amantes de los encuadernados y quienes gozan al ver un estante lleno de libros de papel.



domingo, 30 de junio de 2019

LA RADIO DE MI MAMÁ


Hijo, ¿será que puedes arreglar la radio? Preguntó mi madre, cuando estaba a punto de volver al trabajo. ¿Qué le pasó? Le respondí con atención. Fue ahí cuando me contó, que su radio Telefunken no funcionaba desde hace más de 20 años.


¿Será que en el Internet encuentras el repuesto? Me dijo, mientras veía como desarmaba el equipo. Puede ser, le respondí. Efectivamente, uno de los tubos de vacío se encontraba rajado. En un papel anoté el modelo y verifiqué con el plano impreso en la tapa de cartón. Tomé varias fotos del circuito, junto con el modelo y número de serie. Volví a cerrar la radio, ajustando los cuatro tornillos que sujetaban el protector. Te avisaré si encuentro algo, le dije al momento de despedirme.

Esa noche, busqué en eBay y Amazon el Telefunken EZ80, no encontré muchas opciones, pero existían algunos vendedores que tenían unas pocas unidades del repuesto que necesitaba. Con dos o tres alternativas, le escribí a mi amigo Claudio Quiñones Valdez, quien en los últimos meses me ayudó a adquirir e importar repuestos y dispositivos electrónicos de las tiendas virtuales. Fue muy valiosa su colaboración, ya que, se puso en contacto con los vendedores y logró comprar la válvula de vacío con el modelo exacto que requería.

El jueves pasado, me escribió Claudio un mensaje, indicando que el repuesto fue enviado y que el fin de semana lo recibiría. El sábado, fui a la terminal de buses para recoger el repuesto que llegó muy bien protegido, en un par de cajas, plásticos de seguridad y en medio de una bolsa de aire comprimido, se encontraba una pequeña caja blanca que contenía el EZ80. Toda esa protección era necesaria, se trata de un dispositivo muy delicado ya que, cualquier ligero golpe puede romper el cristal y dejarlo inservible.

“Ya llegó el repuesto, iré por tú casa para probarlo en la radio”, indicaba el mensaje que le envié a su teléfono celular. A casi dos meses después de que, mi madre, me pidiera tímidamente que le ayude a reparar su radio, me encontraba colocando con delicadeza el repuesto. Quería encender el equipo y verificar su correcto funcionamiento pero, con una revisión minuciosa, estaba casi seguro que esa radio Telefunken Gavotte de 1960 volvería a funcionar. Sin embargo, deseaba que fuera mi mamá, quien tenga el gusto de girar la perilla para activar el equipo.

Le llamé y le dije: “mamá, no se como se maneja este aparato”. Ella muy emocionada, conectó el cable de energía y giró la perilla. Por unos segundos no escuchamos nada, aunque mi papá nos advirtió: “ya se encendió, funcionará”, pero seguíamos sin oír nada.

Los equipos en base a tubos de vacío toman unos segundos en ingresar en operación, a ese proceso le dicen “calentamiento” y efectivamente es algo así, la radio estaba calentando antes de funcionar. De pronto, comenzamos escuchar el ruido clásico del receptor cuando el sintonizador se encuentra en una frecuencia donde no existe una portadora. Con ayuda de la segunda perilla, logró captar una radio emisora, fue en ese instante en el que su rostro se llenó de felicidad y dijo: “¡Funciona! ¡Funciona!”, se puso de pie y me abrazó. Sentí su alegría, la radio que su papá le regaló cuando era joven, volvía a funcionar, dos décadas después.

Hoy, imaginé a mi mamá, escuchando la radio, cuando aún la televisión no había llegado a Bolivia, era su único medio de información, su distracción, su compañía y 60 años después de su fabricación, aun tenemos el privilegio de escuchar una radio emisora que transmite en amplitud modulada y onda corta.

¡Disfrútalo mamá!


viernes, 21 de junio de 2019

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

En las últimas semanas, con mi amigo Carlos, entramos en un ritmo de lectura bastante divertido. Compramos varios libros de la tienda virtual de Amazon y en pocos días, los terminamos de leer. Aunque, la parte más entretenida, divertida e interesante es el intercambio de comentarios, opiniones y quizás críticas al texto, vía mensajes al WhatsApp. 

Una mañana, cuando me dirigía al trabajo leí, en la pantalla del celular, un artículo sobre los libros recomendados por Bill Gates para este 2019 y, dentro la exclusiva selección me llamó la atención uno que titulaba “Vida 3.0”. Le comenté a Carlos y el, inmediatamente lo compró de la tienda virtual. Después de algunas horas me escribió un mensaje donde simplemente decía: “Bro, es buenísimo el libro”. No esperé más y lo compré. 

Carlos, escribió en su blog algo sobre Inteligencia Artificial, me imagino que inspirado y motivado por el libro que estamos leyendo, Vida 3.0 de Max Tegmark. A mí también, el libro me atrapó, me motivo y me despertó la curiosidad sobre temas de la programación de algoritmos de autoaprendizaje e Inteligencia Artificial (IA). Vi algunos vídeos y compré otros libros sobre programación en Python. 

El fin de semana, estuve revisando códigos de programas y algoritmo relacionados con la IA. Quedé fascinado con una máquina de Google que aprendió a jugar, desde cero y sin conocimiento previo, un viejo juego de Atari. Fue tal la evolución de la máquina que, con su “conocimiento” adquirido con cada intento, al cabo de un par de horas, resultó ser la mejor en el juego, reforzando eso de que la práctica es el único camino para la mejora continua. El vídeo está en Youtube y titula “Google DeepMind's Deep Q-learning playing Atari Breakout”. 

Al apagar la tablet, me imaginé una máquina que tendría que aprender sus deberes, simplemente con registrar mi comportamiento. La adquisición de “conocimiento”, por parte de la máquina, sería a través del registro de datos, como lo hizo la DeepMind de Google. Cada registro, sería empleado luego para identificar patrones en mi conducta que le permitan programar su comportamiento para optimizar mis actividades, una suerte de asistente robótico. 

Imagine una máquina que registraría toda mi rutina, antes de poder colaborar con mis actividades cotidianas. Imaginé un registro pormenorizado de mis costumbres y todos esos datos almacenados en su base informática. Este ejercicio, me generó una curiosidad mayor, ¿qué registraría? Ingresé, imaginariamente, a la consola del robot y busqué en su base de datos, con algunas consultas y algunas bitácoras generé un archivo, y lo leí. 

Resumen del registro ponderado de las primeras horas del humano asignado. 

Su día comienza a las 6 de la mañana, con una probabilidad del 80% de que se despierte 5 minutos antes de que la alarma del celular se active. El 20% depende de la hora de inicio de su descanso. Si es lunes o viernes, duerme 10 o 20 minutos después de las 12 de la noche. El resto de la semana, 20 minutos antes de la media noche. En todos los casos, tarda 15 minutos en ingresar en la fase 1 del sueño. 

Al momento de dormir, programa su celular con música suave por exactamente 20 minutos, esto le ayuda a alcanzar el sueño, aunque la probabilidad de que se despierte a las 4 AM es del 65%, logra dormir en los próximos 15 minutos de suscitado el evento. Se registraron escasos eventos en los cuales no volvió a dormir, solo un 5% de las veces registradas. No se registraron más de 45 minutos entre que despierta y sale de la casa para trabajar. 

Rutina identificada: ducha, ropa, desayuno, preparativos de los materiales que requiere para su actividad, billetera, llaves y un paquete de pañuelos descartables, son imprescindibles. Solo se tienen dos eventos en los que se olvidó uno de los tres elementos que considera necesarios. No existen registros acerca de olvido de las llaves. 

Conclusión, los tiempos marcan la realización de cada actividad inicial de su día y sus niveles de ritmo cardíaco y respiración suben a medida que los minutos programados se vuelven escasos. Aunque no llegó a niveles de aceleración crítica, se detectó una ansiedad para poder lograr sus objetivos en el tiempo establecido. 

Programación, iniciar el día a las 5:55 y concluir a las 23:40, con música ambiental por 20 minutos. Verificar que los tres elementos necesarios estén siempre en la mochila, caso contrario generar una alarma. Desplegar mensajes visuales y auditivos para marcar los tiempos de realización de los eventos registrados. 

Fin. 

Me desconecté y después de respirar profundamente, me dije: “pareces un robot”.


jueves, 6 de junio de 2019

NIKE

Instalé la aplicación de Kindle (Amazon) en mi vieja tablet Lenovo y desde ese día no he parado de leer. Algo interesante de la aplicación de Amazon es que, una vez terminada la lectura de un libro o días después de realizada la compra de uno digital, te envían un correo electrónico con algunas recomendaciones, resultado de su algoritmo personalizado, que ellos llaman filtrado colaborativo ítem a ítem. Esto consiste en asociar cada producto comprado por un usuario con una lista de productos similares, que se obtiene en función de los elementos que hayan sido adquiridos en un mismo pedido, añadidos al carrito de compras, o almacenados en una lista.

No recuerdo si la recomendación sobre el libro de Phil Knight me llegó por correo electrónico o a través de la página web de Amazon, solo recuerdo que me sentí atraído por la portada negra, el inconfundible “Swoosh” y unas letras sobresalientes que decían: Nunca te pares. 

Revisé los comentarios de otros lectores y pude evidenciar que todos o casi todos le otorgaban al libro 5 estrellas. Lo compré de inmediato y comencé a leer.

Phil Knight, fundador de Nike, comparte en algo más de 400 páginas la historia de una de las principales compañías norteamericana de ropa deportiva, describiendo su creación y evolución, que se dio en medio de un mundo dinámico, donde las marcas deben ser lo suficientemente fuertes como para ser competitivas y además, rentables.

El autor estuvo al frente de Nike, desde 1964 hasta el 2004. En su libro, cuenta con detalles fascinantes como le costó consolidar una empresa, atravesando situaciones muy difíciles, tanto económicas, familiares y personales. Este millonario estadounidense relata el miedo y la frustración que le produjeron diferentes etapas al frente de la marca deportiva, donde uno de sus primeros retos fue persuadir a su padre para financiar su idea. También, detalla los riesgos que enfrentó, los contratiempos, la permanente lucha con los competidores, los escépticos, sus enemigos y algunos banqueros hostiles, así como sus grandes triunfos. Sobre todo, recuerda la relación con su exentrenador de la universidad, Bill Bowerman, quien fuera su primer socio en la Blue Ribbon Sports, que también es anecdótico cómo surgió ese primer nombre de la compañía, que años más tarde sería Nike.

El libro es apasionante, desde el primer capítulo, hasta el último. Me quedé atrapado durante horas por la narrativa y la historia, me tomó unos cuantos días dar fin con las hojas digitales y me trajo a la mente algunos eventos históricos ocurridos durante los años 80 y 90. Sin embargo, también sentí que este libro debería ser leído por mi hijo, por todos aquellos jóvenes quienes comienzan a interactuar en nuestra sociedad, por aquellos quienes tienen los sueños intactos ya que, Knight nos enseña algo importante, que es el de luchar por lo que uno cree y quiere, sobreponiéndose a los diferentes obstáculos, con sacrificio y dedicación.

Definitivamente, es un libro escrito para ser una inspiración a las futuras generaciones, donde estoy seguro encontraremos a los constructores del mañana, a los nuevos visionarios quienes le harán frente a la adversidad, empleando las nuevas herramientas que se están desarrollando.