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lunes, 21 de agosto de 2017

Día Dos. Llallagua - Macha

Descanso, alimentación e hidratación, creo que son la clave para una buena pedaleada. Este segundo día estuvo mejor que el anterior, no sufrí pinchaduras y tampoco malestares, recorrí los casi 90 kilómetros sin mayor dificultad.
Después de cenar, regresé a mi cómoda habitación del hotel, vi un canal de televisión que no recuerdo y en menos de cinco minutos ya me era imposible seguir viendo el programa, busqué el control remoto y apagué el televisor.
Todos los días de Dios, despierto a las 6 AM, hoy no fue la excepción. Tome uno de los bidones, lo llené con la leche de soya que había comprado la noche anterior y puse la Fórmula 1 sabor café late, con vainilla y proteína de Herbalife, agité por algunos minutos y terminé los 600 ml, volví a preparar la Fórmula, disfruté de un desayuno delicioso y nutritivo con los otros 400 ml que sobraban.
Mientras preparaba mi equipaje, separé en dos pequeñas bolsas las almendras, nueces y pasas que traje, una para esta etapa y la otra sería para el último recorrido. Lavé los botellones, los llené con agua y los mezclé, uno con H24 Hydrate y NRG y el otro con LiftOff.
Anoche me di cuenta que con el apuro del último pinchazo, pusimos la cubierta delantera al revés, así que lo primero que hice fue arreglar ese detalle, no me tomó mucho tiempo y alcancé a desayunar  con el grupo. En esta etapa nos esperaba un desafío, el Infiernillo.
Durante días Ricardo nos estuvo hablando de una tremenda escalada, queríamos que Dardo nos espere en la camioneta justo en la cima, no queríamos subir con el equipaje, pero no pudimos convencerlo, tenía planeado volver a La Paz, únicamente nos acompañaría hasta el medio día, con el tiempo suficiente para retornar, con él regresarían Helen y Xavi, nuestro grupo se dividiría.
Salimos de Llallagua en buena compañía y antes de arrancar, la Asociación de Ciclismo nos realizó una entrevista que fue grabada en la cámara de vídeo del papá de Ruth. Mientras nos entrevistaban, Marcelo y Ricardo aprovecharon para tomarse las últimas fotografías en la plaza de Llallagua. Al cabo de algunos minutos nos dieron la partida simbólica, realmente fue una despedida emotiva. Cuando cayó esa bandera a cuadros Xavi y Helen arrancaron con todo, Ricardo y Marcelo trataron de seguirlos, pero les dije que no era lo adecuado, puesto que, a nosotros tres nos esperaba un recorrido más largo, es así que tomamos un ritmo  de pedaleo conservador, mientras veíamos como nuestros dos amigos se alejaban rápidamente en sus bicicletas.
Es impresionante el paisaje que te regala el altiplano boliviano, hermosas montañas, de rato en rato nos cruzábamos con rebaños de ovejas o llamas; pedaleamos sobre una carretera asfaltada, que cada ciertos tramos se cubría con una alfombra de tierra, fruto de los vientos de la región.
Durante la primera parte, tuvimos un ascenso no muy exigente y al final, un descenso de locura, realmente de vértigo. Por varios kilómetros bajamos raudamente hasta terminar en un pequeño valle. Al ingreso del pueblo nos esperaba Dardo, con la camioneta donde ya estaban las bicicletas de Helen y Xavi, todo listo para su retorno.
Almorzamos una deliciosa sopa de quinua y un poco de pollo al carbón. Fue un instante emotivo, nos tomamos fotografías, nos deseamos buena suerte, nos recomendamos precaución y con un fuerte abrazo nos despedimos.
Helen, me prestó su chaleco amarillo con cintas reflectoras, el que había usado durante el recorrido, le agradecí. Con los primeros minutos de la tarde Ricardo, Marcelo y yo, comenzamos a pedalear rumbo al Infiernillo.


Me gusta escalar, lo disfruto muchísimo, pero era la primera vez que lo hacía con una mochila de casi siete kilos en la espalda, Ricardo preparó su bicicleta para llevar un pequeño bolsón entre el asiento y la tija, Marcelo instaló un par de alforjas en la parte trasera de la suya. Ambos me habían indicado que era una locura que lleve una mochila con mi equipaje, que me lastimaría la espalda, pero en contra de sus recomendaciones, decidí probar.
Subimos la montaña administrando las energías, coordinamos realizar algunas paradas cada hora o si nos alejábamos, siempre tratando de mantener compacto el reducido grupo. Con Ricardo encaramos el Infiernillo y Marcelo nos seguía metros atrás, fueron varios kilómetros que los aprovechamos para charlar, deteniéndonos cada cierto tiempo en espera de Marcelo, quien no quería perder su ritmo y no se detuvo en todo el ascenso. En una de esas paradas, me tomé una selfie, intenté subir a mi cuenta de Instagram, pero ya la señal de telefonía se había perdido.
Al llegar a la cima sentí como si hubiera conquistado el Everest, agité el brazo contra el viento que en ese momento soplaba ligeramente, comenzaba a caer la tarde y me sentía fenomenal. Desde ahí, serían kilómetros de bajada hasta llegar a Macha.
En el descenso, Marcelo tomó la delantera, con Ricardo seguimos un ritmo más lento y yo, cuidando de no pinchar ninguna de las llantas. Llegamos a un pueblito que creímos que era Macha, pero no, preguntamos a un grupo de personas, que se encontraban a un costado de la carretera, cuántos kilómetros faltaban, nos indicaron que no muchos, ya acostumbrados a la ambigüedad de las referencias, calculamos que serían un par de horas más. Aprovechamos para tomarnos una fotografía y continuar.
Arribamos a Macha con lo último de la tarde, teníamos muchísima hambre y sed, ingresamos al pueblo, en la plaza celebraban el 6 de Agosto, con chancho y cordero a la cruz. No buscamos un hotel, simplemente fuimos a comer y festejar nuestro desafío cumplido, ordenamos una cerveza, tres platos de comida y tuvimos una divertida recapitulación del viaje.
Ya con las energías recargadas, dimos un par de vueltas al rededor de la plaza y encontramos un pequeño hotel, donde nos permitieron dejar las bicicletas y tomar una ducha refrescante. Al día siguiente tendríamos nuestra próxima etapa, una contra reloj, deberíamos llegar a Sucre antes de las 18:30, pero nos esperaba lo peor del camino.


martes, 11 de julio de 2017

Más de 100 km en bicicleta


Terminaba el 2016 y con mi amigo Manuel, dimos una vuelta en bicicleta, el recorrido fue corto, desde el Parque de Las Cholas hasta el Molino Andino, por la carretera asfaltada de Achocalla, que son un poco más de 40 km pero con una pendiente retadora. Ese domingo, el ascenso me pareció una eternidad, en los últimos meses había descuidado mi alimentación y pesaba alrededor de 85 kilos, que para mí estatura me define cerca al obeso uno. Al regresar a casa, revisé los registros de Strava y lo que me tomaba, en promedio dos horas y minutos, aquella vez fue muchísimo más, casi el doble. Me sentí pésimo, sabía que tenía un problema de sobrepeso, que sumado al sedentarismo de las vacaciones de fin de año, se volvería en algo más serio. 
Meses antes había intentado retomar un ritmo, no del entrenamiento, sino más bien de salidas en bicicleta, por lo menos una cada semana, pero no lo logré, estaba inmerso en un circulo vicioso, donde mi consuelo era: "que el tiempo no acompañaba para una pedaleada", "que mejor intentaba bajar de peso a través de una dieta milagrosa" o "tengo mucho trabajo, será la siguiente semana". Mi objetivo era perder peso y luego dedicarme con entusiasmo a la bicicleta, pero no podía. Por otra parte, invertí muchísimo dinero realizando varios cambios a mi bicicleta, tratando de aligerar su peso y mejorando su rendimiento, pero yo continuaba sin disfrutarla.
La penúltima noche del año, me comuniqué con Luis Solares, un distribuidor independiente de Herbalife, quien muy gentilmente me invitó a realizar una evaluación. Con una cantidad enorme de dudas y curiosidades fui a visitarlo a su Club de Bienestar, el que queda en la zona de Los Pinos. El lugar es muy acogedor y Luis me explicó acerca de la nutrición y los malos hábitos alimenticios que son las causas de diversos problemas físicos. Después, realizó la evaluación computarizada de mi estado físico y los resultados arrojaron lo que suponía, sobre peso. 
Uno de mis principales temores al momento de seguir cualquier dieta, era el famoso efecto rebote, pero lo que Luis me propuso no era una dieta, sino más bien un cambio de hábitos alimenticios, el cual es asistido con los productos de Herbalife. Para poder probar la solución me ofreció una tarjeta que completaba una suerte de introducción al tratamiento con una duración de tan solo 10 días. La que acepté con gusto.
Al día siguiente, vísperas del fin de año, regresé al Club para mi segundo día y no falté durante los próximos ocho días que duraría ese proceso, ya que el Club de Luis, no cierra ni en días domingos o feriados, ¡trabajan los 365 días del año!
Terminé ese primer ejercicio de diez días y me realizaron una nueva evaluación, y grande fue mi sorpresa al ver que había logrado bajar cerca a tres kilos, me sentí muy bien y decidí continuar con la nutrición. Durante los siguientes meses seguí adquiriendo las tarjetas prepago para diez días; volví a pedalear, regresé a los entrenamientos de bicicross y al cabo de 90 días había perdido cerca de diez kilos, me sentí fenomenal porque volví a disfrutar del deporte que me apasiona. 
Este último fin de semana fue espectacular, salimos con mi equipo de ciclismo, porque ahora ya tengo un equipo para entrenar, no somos profesionales pero, nuestras salidas son planificadas, y dentro del plan estaba recorrer más de 100 kilómetros en bicicleta en una sola salida, lo que llamamos Gran Fondo. La del fin de semana no era la primera vez que recorría 100 km, ya lo habíamos hecho el mes anterior, en esa oportunidad fueron 50 km de ida y 50 km de vuelta, pero el domingo pasado fueron 100 km de una. El recorrido fue desde Ciudad Satélite en El Alto, hasta la localidad de Patacamaya, a través de una carretera asfaltada.
Esta salida fue especial para mi, ya que, el año pasado, fuimos a Calamarca, una población intermedia entre La Paz y Patacamaya, más o menos a 40 kilómetros de distancia, y en aquella ocasión fui el último en llegar, me sentí apenado por el tiempo prolongado que mis amigos tuvieron que esperar. El retorno, prácticamente lo realicé solo y mientras mis compañeros ya estaban en sus casas yo continuaba pedaleando rumbo a la mía. Casi un año después y con 13 kilos menos, volví a recorrer ese camino, con los mismos compañeros y las mismas bicicletas. No me desprendí del grupo, seguí su ritmo durante varios kilómetros, pero en los últimos cinco decidí adelantarme, cambié las cajas y gané velocidad, fui el primero en llegar a Calamarca, cruce la señalización y levante el brazo, hice con la mano un puño y golpee el aire frío del invierno paceño. Había logrado algo que hace algún tiempo atrás era una misión imposible. Esperé algunos minutos a mis amigos, quienes fueron llegando de a poco; después de reagruparnos volvimos a la carretera, aun quedaban varios kilómetros por delante.
A medida que pasaban las horas, me aproximaba a la meta, al final fueron 4 horas y segundos que nos tomó llegar hasta Patacamaya. No sé si es un tiempo largo o corto, lo importante para mi fue que logré un objetivo, gracias al asesoramiento nutricional de Luis y gracias a mi equipo de ciclismo con quienes comparto las rutas y sobre todo me divierto.
Sé que aún debo perder algunos kilos más, pero me alienta saber que recorrí un gran camino.
¡Gracias Herbalife!

martes, 6 de diciembre de 2016

Volver al Strava

Hoy me llegó un email de Strava, me invitaban a revisar mi año con la bicicleta, no me di tiempo para leer el contenido, directamente lo borré. Este año no fue de los mejores, comencé con mucho ánimo, tratando de superar ese miedo inicial que uno tiene al transitar por las calles paceñas, ese miedo que a medida que se van recorriendo kilómetros va disminuyendo lentamente, aunque nunca desaparece. Enero, febrero y marzo fueron buenos, cumplí con los retos que Strava publicaba, todo estaba bien, la bicicleta con algunas pequeñas dificultades mecánicas, pero bien. Ya para el segundo trimestre la cosa se complicó, la medicación para contrarrestar la gastritis degradó mi ánimo, y entré en un estado de letargo, así permanecí gran parte del año, una que otra salida esporádica. Por agosto, Intenté llegar al Chacaltaya, pero aún no estaba listo, abandoné a la mitad del trayecto y la bicicleta ya comenzaba a pedir atención, con ruidos extraños que se emitían al pedalear. El día del peatón acompañé a unos amigos hasta Calamarca, 140 km de pedaleo, lo logré pero me duró una semana reponerme. Intenté Tahupalca – Molino Andino, antes del Yolosa la Cumbre, del que no participé, y tampoco lo logré, me quedé en Mallasa. Ese fin de mes llevé mi bicicleta al mecánico y yo fui al doctor para mi evaluación, me sentía mejor, pero la bici no, requería partes o un reemplazo de todo el sistema de tracción. Una tienda cochabambina que contacté por Internet, tenía la solución, pasar del Shimano Acera al Deore, pasar 3x8 a un 3x10, sonaba tentador, aunque el precio desalentador. Estuve un mes con esa duda, y mientras me decidía, volví a la rutina del Spinning; comencé a ver vídeos de entrenamiento y a leer algunos libros, pero aún no me sentía listo para volver a las carreteras. A inicio de octubre me llamó el vendedor, preguntando si aún estaba interesado en el Deore, le dije que sí y realicé el depósito, a los dos días estaban los repuestos en casa y listos para ser instalados. Con la ayuda de un técnico amigo pude concretar el cambio tecnológico y ese fin de semana, salí nuevamente a pedalear, nuevamente los miedos, pero esta vez ganaron las ansias, los deseos de sentir una pasión. Es noviembre, aumenté la frecuencia del Spinning, lástima que Strava no lo registre, pero ya me sentía mejor y fui un par de veces a Pongo, desde Kalajahuira. Hace dos semanas leí la convocatoria tradicional de fin de año, pedaleo hasta Copacabana. Ya son dos años que no llegó a Copacabana pedaleando, sea por fallas mecánicas o físicas, pero no he vuelto a completar el recorrido, pero más me sorprendió la cantidad de ciclistas que querían participar, hasta el martes eran 60 y para el día domingo bordeamos los 100. El recorrido hermoso, como siempre, la carretera vacía, solo el ruido de las cubiertas contra el asfalto, el espléndido lago Titicaca a la derecha, fenomenal, fueron tres horas intensas, un muy buen tiempo para 70 km desde la escuelita de Achacachi hasta Tiquina, aunque los últimos tres kilómetros tuve que pedalear contra el viento y la lluvia, esa lluvia que nos impediría cruzar el estrecho y continuar con el camino hacia el Santuario de Copacabana. Cierro este 2016 sin poder completar el recorrido, aunque muy feliz, por encontrar lentamente mi ritmo, en sentir que el cambio de sistema mecánico fue el acertado y sobre todo de poder superar, de a poco, ese letargo en el que te sumerges después de tantos meses de inactividad. Espero volver a pedalear este fin de semana, ya casi comienzan mis vacaciones y tengo planes de volver a la pista de BMX, volver… volver… y volver.