Pasaron pocos días desde la celebración del año 5530 dentro del calendario aimara, quedan aún en el corazón esos hermosos mensajes de unidad vertidos desde Tiahuanaco y en la retina las sonrisas de nuestro presidente y ex presidente, que transmitieron la hermandad en torno a nuestras tradiciones. Ese simbólico día, los que amamos estás tierras, subimos a las cimas de las montañas para recibir, con las manos extendidas, los primeros rayos del Tata Inti. Y, mientras agradecíamos por las bendiciones recibidas de la Madre Tierra, sentimos con más fuerza nuestra identidad por el lugar que nos vio nacer, por este Estado Plurinacional que acoge y respeta las culturas ancestrales, sin imponernos una religión, un idioma o una cultura. Sin embargo, no todos entienden o comprenden este paradigma que nos propone la cosmovisión andina, aún existen personas quienes se quedaron con un pensamiento colonial, como el de aquel influencer oriental quien en un polémico vídeo destacaba orgulloso su origen español, comentando entre otras cosas que "la identidad actual del cruceño la trajeron en barco y en carabela…".
Mientras cierro la aplicación del celular, aún resuena en mi mente la voz estridente de aquel resentido descendiente español, lo que me lleva a imaginar a un Cristóbal Colón asumiendo el mando para un viaje de conquista, que seguro en ese momento se creyó que sería una expedición por una nueva ruta hacia las Indias. Imagino a un hombre muy enérgico, quien tomó tres barcos con nombres de mujer y decidió emprender un desafío, como quien se imbuye en una aventura sin precedentes. Imagino a un traficante de esclavos ansioso por apropiarse de un nuevo botín sin importar el costo o tiempo de aquella travesía. Leí a Antonio Espino, Christian Gerlach, Bartolomé de las Casas, entre algunos, lo que me permitió conocer esta parte de la historia, que en lo personal no me enorgullece ni me representa.
Con la venia de la Reina Isabel I de Castilla, el capitán Colón salió a conquistar su añorado deseo, aunque le faltaba una tripulación. Seguramente, se preguntó a quiénes deberían llevar a su aventura y comenzó reclutando a sus compañeros, cómplices y socios en las cárceles, burdeles y tabernas, invitando a cuanto ladrón, bribón o asesino encontraba a su paso, al final, ellos no tenían una familia por cual velar y podían zarpar ansiosos por cobrar las cuantiosas monedas de oro y de plata prometidas. Por supuesto, tampoco olvidó llevar consigo a una pieza fundamental del plan, a los representantes de la respetable Iglesia Católica, manifestados en viejos sacerdotes que con la Biblia en la mano se sumaron ansiosos a la vil agrupación, su objetivo era simple, llevar la palabra de su Dios hasta los más recónditos confines del mundo.
Después de varios meses en alta mar y con una tripulación a punto de la sublevación, un 12 de Octubre de 1492 desembarcó, en el territorio americano, la lacra europea hambrienta de poder.
Muchos de esos invasores eran hombres altos, enormes y musculosos, que en cierto tiempo fueron capataces y esclavos. Esos extranjeros se apropiaron de todo lo que encontraron a su paso, sin respeto, mucho menos educación o cultura; comenzaron a robar, saquear y violentar la riqueza que este paraíso había albergado hasta ese instante. Tristemente ese abuso del poder impuesto a fuerza, fuego y metal seguiría presente por generaciones.
Aquellos españoles, italianos o galos, se encontraron con un verdadero Edén, en el que hombres, mujeres y niños desnudos sin malicia corrían, cantaban y bailaban al son de su música, inmensamente ricos en identidad y cultura, creyentes de su sublime cosmología, hasta que llegó el terror en forma de armadura plateada que encandiló sus ojos, calló sus voces y apagó sus espíritus.
Los miembros de la Iglesia Católica no actuaron de forma diferente; con la Biblia en una mano, la cruz en la otra y en el nombre de Dios impusieron su credo y obligaron a adorar a un único Ser supremo. Los sabios ancianos legítimos dueños de éstas tierras, quienes adoraban a los astros y respetaban a la Madre Tierra, fueron obligados a creer en el poder emanado de un Dios vengativo y no solo eso, también fueron intimidados para seguir y profesar una religión extraña, complicada e impuesta por aquel clero europeo representado por un puñado de sacerdotes, monjes y feligreses quienes, con el uso de las armas, impusieron su devoción.
Los que llegaron en barco a estás tierras benditas esclavizaron a los nativos para imponer una cultura sin raíces, aquella música sin alegría y una religión sin credo. Fundaron una nueva población diseminando genes de maldad, sin identidad e irresponsabilidad. No se podía esperar otra cosa de un grupo de piratas sin valores, sin moral y sin escrúpulos.
Más de 500 años después aún existe gente que se siente orgullosa por haber sido conquistada por aquellos delincuentes, ladrones y saqueadores, aún creen ser mejores personas por tener un distorsionado apellido europeo, por ser descendientes de la colonia española, por tener la piel pálida o los ojos de un color diferente. No les contaron o no leyeron acerca de quienes realmente fueron sus antecesores y cuáles fueron sus antecedentes.
Nuestra identidad no llegó en barco o carabela, nació en esta hermosa tierra y continuaremos fortaleciendo esta libertad cultural que el Estado nos brinda, con la fuerza de los andes que llevamos en la sangre, como hijos predilectos del Tata Inti y la Pachamama.
¡Jallalla 5530!