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jueves, 17 de octubre de 2024

U2 Edición Especial

Recuerdo aquel viernes por la tarde, como si fuera ayer, cuando aún era un joven egresado universitario, con sueños y muchos planes a futuro. La jornada había sido larga y el peso de las clases, los proyectos y las noches de desvelo empezaban a pasarme factura, sin embargo, había algo que siempre me motivaba: la idea de mejorar mi equipo de computación, mi pequeño tesoro en esos días. Era una Compaq, una reliquia de escritorio que usaba para programar y en la que, entre ensayo y error, aprendía los secretos y las complejidades del código, desentrañando cada detalle con la satisfacción de alguien que va alcanzando sus objetivos.

Esa tarde me dirigí a la calle Eloy Salmón, una zona comercial emblemática aquí en la ciudad de La Paz, conocida por la gran variedad de electrodomésticos y equipos electrónicos que se encuentran en sus galerías. Por aquellos tiempos, la calle estaba repleta de tiendas que ofrecían desde piezas electrónicas de segunda mano hasta las últimas novedades tecnológicas. Era como un paraíso para aquellos de nosotros que, con un presupuesto ajustado y un sueño de tener la tecnología más avanzada, vagábamos por esos pasillos buscando cualquier componente que hiciera algún milagro en nuestras máquinas.

Mi objetivo era simple: encontrar una memoria RAM que me permitiera darle un poco más de vida a la Compaq, hacerla un poco más rápida, más eficiente para las largas horas de programación. Al entrar a una de las galerías, el bullicio característico de la calle Eloy Salmón me envolvió. Los vendedores ofrecían a viva voz todo tipo de partes y componentes. Mientras caminaba por el estrecho pasillo, mis ojos se detuvieron en un escaparate que destacaba entre el resto. En uno de los locales, rodeado de cajas con tarjetas de video y discos duros, había una vitrina de cristal iluminada cuidadosamente, donde se podía visualizar el logo de la manzana mordida, y allí, en su lugar de honor, se encontraban los últimos iPod de Apple. Era como si aquella esquina del local brillara más que el resto, atrayendo con un halo de modernidad que contrastaba con el desorden tecnológico del lugar.

El iPod, en esos años, era la definición de innovación. Un pequeño dispositivo que podía llevar toda tu música favorita, una promesa de libertad para un melómano como yo. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue lo que vi en la parte más alta de aquella vitrina: la versión limitada del iPod U2. Era diferente a todos los demás, negro con ese círculo de control rojo que resaltaba de manera imponente. Y lo mejor de todo, en la parte posterior, estaban grabadas las firmas de los cuatro integrantes de la banda irlandesa que tanto admiraba. En ese instante, el tiempo parecía haberse detenido.

No pude evitar acercarme más. Con algo de timidez, le pedí al vendedor que me dejara verlo de cerca. Me miró con esa expresión que los vendedores suelen tener cuando saben que probablemente no comprarás el artículo más caro de su mostrador, pero accedió. Sacó el iPod de la vitrina con cuidado, casi con reverencia, y me lo mostró desde el otro lado del mostrador. Lo tenía en sus manos, pero no dejaba que yo lo tocara. Era como si ambos supiéramos que era algo inalcanzable para mí en ese momento, y aún así, el simple hecho de verlo tan de cerca, de escuchar al vendedor describiendo cada una de sus bondades, era suficiente para alimentar mi ilusión.

Cuando finalmente decidí preguntar por el precio, la respuesta fue exactamente lo que imaginaba, y más. Una cifra que superaban todos mis ahorros, incluso mis sueños más optimistas de poder adquirirlo en un futuro cercano. Sin embargo, me quedé unos minutos más, observando, como un hambriento tras el vidrio de un restaurante Había algo poético en aquel objeto, algo que iba más allá de su función. Era la música, la tecnología, y también un poco de mi adolescencia condensada en aquel aparato. La mezcla del negro elegante con la rueda de control de un rojo intenso y vibrante, las firmas de Bono, The Edge, Adam y Larry. Era, en esencia, un sueño. Un sueño que me prometía llevar la música de U2 y de todas mis bandas favoritas siempre conmigo, en el bolsillo.

Pasaron casi 20 años desde ese encuentro, fue amor a primera vista, y la vida me llevó por caminos que nunca imaginé. Mucho ha cambiado desde entonces: la tecnología avanzó a un ritmo vertiginoso, los dispositivos se convirtieron cada vez más pequeños y más poderosos. Pero el deseo de poseer aquel iPod U2 se había quedado conmigo, latente, como una espina dulce que nunca quise quitarme del todo. Y hoy, después de tantos años, finalmente lo tengo en mis manos. No es nuevo, no tiene ese brillo inmaculado de aquel aparato que vi en la vitrina, pero está en óptimas condiciones. Tiene todos sus accesorios, incluso la caja original, y al sostenerlo, siento que sostengo una parte de mi historia.

Antes de volver al trabajo, decidí darme un momento para disfrutarlo. Busqué mis audífonos Bose, esos clásicos con cable, sin micrófono incorporado, simplemente dos pequeños auriculares blancos, quería que la experiencia fuera tan auténtica como en aquellos días. Conecté los audífonos, encendí el no tan pequeño dispositivo y busqué una canción que siempre tiene un significado especial para mí: "Every Breaking Wave" de U2.

Al escuchar los primeros acordes de esa icónica canción, una oleada de emoción me invadió el alma. La música llenó mi espacio, y por un momento, el paso del tiempo no importó. Éramos solo yo, los acordes de melodía, y aquel viejo iPod, finalmente juntos. En ese instante, todo era simplemente magnífico, fue como retroceder en el tiempo a ese viernes por la tarde en la calle Eloy Salmón, pero con la satisfacción de saber que los sueños, por más pequeños o grandes que sean, encuentran su camino para hacerse realidad. Como lo dijo Stephen Covey “Todas las cosas se crean dos veces. Siempre hay primero una creación mental, y luego una creación física” la creación mental estuvo en mí durante 20 años.



sábado, 5 de octubre de 2024

Volví con el iPod

Desde hace unas semanas, tengo en el escritorio a mi viejo iPod Nano de 3ra generación, conectado al también veterano JBL "On Stage III" iPod Sound Dock. Mientras trabajo, escucho las casi 850 canciones que llenan los 4 GB de capacidad de este pequeño dispositivo musical. Cada vez que presiono el botón de reproducción, siento una oleada de nostalgia y emoción, siento como si cada nota y cada melodía me transportaran a otro tiempo, cuando la música era algo tangible, un tesoro almacenado en pequeños dispositivos electrónicos. El sonido cálido que emana del JBL llena la habitación y me hace recordar lo que significa realmente disfrutar la música, sin algoritmos, sin interrupciones, solo yo y mis canciones favoritas.

En medio de la batalla, entre los servicios de streaming de audio, por posicionarse como el mejor, las ofertas van y vienen. Algunos suman inteligencia artificial a sus algoritmos para ofrecer recomendaciones personalizadas, otros se enfocan en ofrecer una calidad de audio extremadamente alta, con formatos sin pérdida o incluso sonido espacial, mientras que otros buscan atraer usuarios con la librería más extensa posible o con contenido exclusivo de artistas populares. Todo vale en el intento por capturar y mantener el oído del cliente, incluyendo planes de suscripción con beneficios adicionales, colaboraciones con dispositivos inteligentes y eventos en vivo para crear experiencias más inmersivas.

Mi primer contacto con los servicios de streaming fue a través Spotify, hace ya varios años. Me pareció increíble su sistema de recomendaciones; sentía que adivinaba mis gustos musicales al punto de que parecía hecho a medida. Al terminar una canción, comenzaba otra que también me encantaba, creando una experiencia auditiva continua y placentera. Pasé horas con los pequeños Bose QuietComfort Earbuds ajustados a mis canales auditivos, disfrutando álbumes completos de mis artistas favoritos mientras recorría el continente sentado en la butaca de un avión. La calidad de sonido de los auriculares, junto con las recomendaciones precisas de Spotify, hacían de cada viaje una experiencia inmersiva, casi cinematográfica, en la que la música se convertía en la banda sonora perfecta para cada paisaje y cada momento vivido.

Por un tiempo, compartí una suscripción a Apple Music, y ahí comenzó mi búsqueda por el mejor servicio de música digital. Apple ofrecía una calidad de audio distinta, casi etérea, que hacía que cada canción se sintiera como un viaje íntimo y envolvente. Quizás un poco más lenta en el arranque de las canciones, pero esos microsegundos de espera valían la pena, era como si el sistema se tomara el tiempo necesario para asegurarse de que todo estuviera perfecto. Podía distinguir las sutilezas en los efectos musicales, cada pequeño eco, cada vibración que parecía estar dirigida directamente a mi alma. Así, me obsesioné con escuchar versiones en altísima fidelidad, y dejé de lado cualquier otra opción que no cumpliera con ese nivel de detalle. Sin embargo, la suscripción, al ser una invitación, terminó en pocas semanas, y volví a Spotify, pero ya no era lo mismo. La magia se había desvanecido, las canciones no lograban conectar de la misma manera, fue como si algo esencial se hubiera perdido en el tiempo.

Lo que más me ataba a Spotify eran las playlists que había creado, cuidadosamente curadas a lo largo de los años. Cada lista representaba un estado de ánimo, un viaje, una etapa de mi vida, y desprenderme de ellas no era una opción sencilla. En ese tiempo no encontraba una manera más fácil de transferirlas a otra plataforma, así que me resigné a lo que tenía, atrapado en la familiaridad de esas listas que habían sido testigos de tantos momentos personales. A veces buscaba nuevas listas para variar, explorando las recomendaciones del algoritmo y buscando algo que me devolviera la emoción inicial, pero la monotonía me alcanzó y el encanto se desvaneció. Fue entonces cuando decidí hacer una pausa para dar paso a la música en la radio, buscando recuperar esa sensación de sorpresa y descubrimiento que parecía haberse perdido.

Recuerdo cuando los primeros celulares incluían un sistema de radio. Eran fantásticos, ya que solo tenías que conectar los auriculares, que funcionaban como antena, y podías sintonizar estaciones locales con facilidad. La emoción de poder escuchar música, programas de entretenimiento y noticias sin necesidad de conexión a internet era algo mágico en esos tiempos. Siempre me gustó la radio, y para mí, esa opción en el celular resultaba indispensable; era como tener una ventana abierta a la ciudad, donde podías escuchar desde los últimos éxitos musicales hasta las voces familiares de los locutores que acompañaban el día a día. Sin embargo, con el paso de los años, los modelos de teléfonos más avanzados decidieron eliminar la aplicación y sus componentes electrónicos necesarios para esa función, sacrificando mi conexión directa con la radio a favor de nuevas tecnologías. Fue un cambio que, aunque lógico para muchos, me dejó con una sensación de pérdida, como si se hubiera apagado un pequeño pero significativo puente entre lo analógico y lo digital.

Con la evolución de los servicios en línea, la radio también se adaptó a plataformas como TuneIn, Radio Garden y otras, que en sus versiones gratuitas te permiten acceder a estaciones de radio de todo el mundo. Ya saturado de Spotify, decidí darle una oportunidad a TuneIn y pagué una suscripción mensual. Recuerdo que fue una experiencia refrescante; poder sintonizar estaciones de diferentes partes del planeta que me transportaba a otros lugares, era como viajar sin salir de casa. Disfruté mucho de radios especializadas en música clásica, jazz, rock, entre otras, además de talk shows y programas de noticias internacionales. En particular, había una estación de jazz de Nueva Orleans que solía escuchar en las tardes mientras regresaba a casa; las melodías se entrelazaban con los sonidos de la ciudad, creando un ambiente casi perfecto. Durante un tiempo, TuneIn fue mi principal servicio de audio, pero no duró mucho. La falta de personalización y el sentimiento de querer algo más específico me llevaron a buscar otras alternativas, pero esos momentos de conexión con la radio alrededor del mundo fueron realmente especiales.

En las últimas semanas, decidí activar una suscripción a Amazon Music, motivado por un video de TikTok en el que un experto detallaba las diferencias entre las principales plataformas de streaming. Lo que más me atrajo fue la calidad de audio superior y la enorme cantidad de canciones disponibles en comparación a las ofrecidas por Spotify, aunque la interfaz, debo admitir, es algo reducida y un poco rígida, especialmente en el modo auto. A pesar de estas limitaciones, la calidad del sonido lo compensa con creces, y hubo un factor clave que me convenció: logré migrar mis playlists a Amazon Music sin ningún contratiempo, gracias a la herramienta TuneMyMusic. Ni siquiera la DJ personalizada de Spotify logró detener mi migración; de hecho, sus recomendaciones parecían cada vez más desconectadas de mis gustos, lo cual sólo aumentó mi descontento.

Definitivamente, disfruto cuando la música tiene esa calidad extrema. Escucho álbumes completos, no solo canciones sueltas, ya que cada álbum cuenta una historia que merece ser experimentada de principio a fin. Tengo una selección reducida a algunos géneros musicales y una temporalidad bien marcada, principalmente rock, pop y alternativa, con un especial énfasis en la música de los años 80. Para mí, no hay mejor música que la producida en esa década; su energía, la calidad de las composiciones, y el sonido distintivo de los sintetizadores analógicos me transportan a una época llena de creatividad y emociones puras. Así que, una tarde de domingo, decidí desempolvar mi viejo iPod Nano de 3ra generación, que contiene todos los discos que me gustan en formato AAC a 320 kbps, una calidad de audio que, aunque no es completamente sin pérdida, logra mantener un balance excelente entre fidelidad y espacio. Saqué del baúl de los recuerdos el JBL "On Stage III" Dock, y al conectarlo, el sonido cálido y robusto llenó la habitación, haciéndome sentir como si estuviera en un pequeño concierto privado. Esos momentos, rodeado por el sonido auténtico de mis canciones favoritas, me recordaron lo especial que es la música cuando se escucha de la manera correcta, sin distracciones ni compromisos.





domingo, 18 de febrero de 2024

El hombre orquesta

Mientras revisaba mi cuenta de Facebook, apareció un reel que mostraba a un hombre cargando su mochila llena de instrumentos musicales que los tocaba todos en total armonía con la guitarra colgada al cuello. Interpretaba perfectamente la canción “House of rising sun” de The Animals. ¡Increíble!

Los hombres orquesta, representan una fascinante expresión artística y una tradición que ha perdurado a través de los siglos. Estos artistas, dotados de un notable conjunto de habilidades, son capaces de interpretar varios instrumentos musicales simultáneamente, creando una experiencia auditiva completa y rica que suele asociarse con una banda o una orquesta completa.

Históricamente, los hombres orquesta surgieron en diversas culturas como una forma de entretenimiento ambulante. Con el paso del tiempo, esta práctica evolucionó y se adaptó a diferentes contextos sociales y tecnológicos. Los instrumentos típicamente asociados con estos artistas incluyen la guitarra, la armónica, los tambores y los platillos, entre otros, a menudo unidos por un sistema de pedales y palancas que permiten la sincronización y la coordinación de los sonidos.

Lo que realmente distingue a los hombres orquesta, más allá de su habilidad para manejar múltiples instrumentos, es su capacidad para crear una conexión profunda y emocional con el público. A través de su música, cuentan historias, expresan emociones y capturan la atención de su audiencia, todo ello mientras mantienen una sincronización y una armonía impecables entre los distintos sonidos que producen. Además, la figura del hombre orquesta simboliza la persistencia, la dedicación y el compromiso con el arte musical. Aprender y perfeccionar el manejo de múltiples instrumentos requiere años de práctica, paciencia y una pasión inquebrantable por la música. Estos artistas son un recordatorio viviente de que los límites de la expresión musical están constantemente siendo desafiados y redefinidos.

Aún los hombres orquesta continúan innovando y adaptando sus actos a nuevos géneros y audiencias. Con la ayuda de la tecnología, como los bucles y los pedales de efectos, han ampliado las posibilidades sonoras de sus actuaciones, fusionando lo tradicional con lo contemporáneo y llevando su arte a nuevos horizontes.

El concepto de los hombres orquesta se relaciona estrechamente con el liderazgo en varios aspectos fundamentalmente en la multitarea y versatilidad, ya que, al igual que los hombres orquesta, los líderes efectivos deben ser capaces de manejar múltiples tareas y roles simultáneamente. La versatilidad es crucial en el liderazgo, ya que permite adaptarse a diferentes situaciones y necesidades del equipo o de la organización. Así como un hombre orquesta toca diferentes instrumentos para crear una melodía armoniosa, un líder debe equilibrar distintas responsabilidades, como la toma de decisiones, la resolución de problemas y la motivación de su equipo, para lograr los objetivos establecidos.

El liderazgo, al igual que la actuación de un hombre orquesta, requiere de habilidad, dedicación y la capacidad para armonizar diversas facetas y responsabilidades. La efectividad en ambos campos se logra a través de la multitarea, la coordinación, el aprendizaje continuo, la conexión emocional y la innovación. Los hombres orquesta deben asegurarse de que todos los instrumentos que tocan estén en perfecta armonía. De manera similar, un líder debe coordinar las acciones de su equipo, asegurando que todos trabajen de manera sincronizada hacia un objetivo común. La habilidad para mantener a todos en la misma página y fomentar la colaboración es esencial para el éxito de cualquier proyecto o empresa.

Aprender a tocar múltiples instrumentos y combinarlos armónicamente es un proceso que requiere tiempo, paciencia y adaptabilidad. En el liderazgo, estas cualidades son igualmente importantes. Un líder debe estar dispuesto a aprender constantemente y adaptarse a los cambios del entorno, las nuevas tendencias y las necesidades de su equipo. La capacidad de crecimiento y adaptación es lo que mantiene tanto a los líderes como a los hombres orquesta relevantes y efectivos en sus campos.

Así como un hombre orquesta se conecta emocionalmente con su público a través de la música, un líder debe ser capaz de establecer una conexión emocional con su equipo. La empatía, la escucha activa y la comunicación efectiva son herramientas clave en el liderazgo, ya que ayudan a entender y atender las necesidades y preocupaciones de los colaboradores, fomentando un ambiente de trabajo positivo y productivo.

Los hombres orquesta son ejemplos de cómo la creatividad puede llevar a la innovación en el arte. De manera análoga, los líderes deben fomentar un entorno donde la creatividad y la innovación sean valoradas y promovidas. Alentando a su equipo a pensar fuera de la caja y experimentar con nuevas ideas, los líderes pueden impulsar el crecimiento y la mejora continua en su organización.

Los hombres orquesta son una manifestación singular y poderosa de la creatividad y la versatilidad humanas. Su arte no solo entretiene, sino que también inspira, desafiando nuestras percepciones de lo que es posible en la música y recordándonos la belleza de la innovación y la autenticidad en la expresión artística.




jueves, 30 de abril de 2020

Mis AKG

El martes por la tarde, después de realizar la transferencia bancaria, envié por WhatsApp los comprobantes que requerían para confirmar la compra de unos audífonos AKG ANC Type-C para mi Samsung S10. NextLevel ofrece una gran variedad de equipos Samsung y generalmente es ahí donde compro los accesorios para mi celular. Durante esta cuarentena, habilitaron la entrega gratuita a domicilio para cada compra que se realice a través de su tienda virtual. 
Ayer, un día antes de lo programado, dos muchachos en un vehículo de NextLevel se apersonaron por mi domicilio con los audífonos AKG, fueron muy gentiles en entregarme el accesorio, me pidieron tomar una fotografía como constancia, de agrado accedí. Con mucho entusiasmo saqué aquellos audífonos cableados, que de acuerdo con la descripción de la página web, tienen un increíble rendimiento de cancelación de ruido. Tengo un serio problema con los audífonos Bluetooth, la batería siempre se les agota en el mejor momento. Conecté los AKG al puerto USB tipo C del S10, me puse los cómodos auriculares a los oídos y de pronto escuché un click en el canal derecho, pensé que sería parte del protocolo de reconocimiento del nuevo dispositivo, no le presté atención, abrí el Spotify, presioné la fecha (play) y en segundos escuché la canción que estaba en el caché del celular, deslicé el dedo por la pantalla, de derecha a izquierda, para pedir por la próxima canción y fue en ese momento (mientras el programa realizaba la descarga del archivo musical) cuando escuché un horrible ruido estático el que se incrementó hasta sentir como si tuviera un molesto cotonete en el oído derecho. Pensé que sería un error de software y realicé lo clásico, aquello que te recomiendan los del soporte técnico, reinicie el equipo móvil. Después de unos segundos, con el celular nuevamente activo, volví a conectar los AKG y otra vez escuché el click, busqué el Spotify, presioné play, escuché la música y presione pausa para forzar el silencio, fue ahí donde nuevamente se presentó pero con más intensidad ese incómodo ruido estático, me sentí desilusionado. Escribí, por Whatsapp, a la cuenta de Nextlevel y me indicaron que llame a un número 800 de soporte técnico, llamé pero nadie atendió. Me comuniqué, por Facebook, con los responsables de Samsung para la región, me enviaron un procedimiento que seguí a cabalidad; ingrese en el modo a prueba de fallos, active la depuración USB, habilité una opción y retiré otra, reinicie el celular, conecté y desconecté los AKG, cumplí con atención y responsabilidad cada uno de los pasos que me indicaron pero nada, el auricular derecho seguía con el ruido estático.
Hoy, casi resignado llamé al teléfono celular de aquellos muchachos gentiles que ayer trajeron los AKG, les explique lo que me había pasado, me pidieron unos minutos ya que la garantía del producto cubría un mal funcionamiento, sentí algo de alivio, encontrarían una solución al problema. No transcurrió ni una hora y se hicieron presentes en mi domicilio, les entregue los defectuosos AKG, realizaron un par de pruebas y al final comprobaron el ruido incómodo del auricular derecho. Lo reportaron por teléfono y recibieron la autorización para cambiarlos por otro. Les pedí sacarlos de la caja y conectarlos a mi S10. Al realizar la prueba inicial, salté de alegría, ese ruido estático ya no estaba, el sonido era espectacular tal como describía su página web.
Entiendo que, por estos días, es muy complicado trasladarse de un lugar a otro pero los de NextLevel fueron muy atentos al no solo encontrar una solución sino por traerlo nuevamente a mi casa ya que, resulta para otros proveedores, tomar el camino más cómodo que es el decirle al cliente que llame al teléfono de soporte técnico, que vaya a la tienda para una evaluación del problema o que espere a la finalización de la cuarentena para encontrar una solución. El personal de NextLevel - La Paz resultó muy empático y dieron una práctica y pronta solución al problema de los AKG. Con esa actitud y la atención recibida lograron fidelizar a este cliente. 
Muchas gracias.


lunes, 23 de septiembre de 2019

Soda Stereo

El viernes, mientras terminaba de leer un libro en la Kindle, saltó la sugerencia de Amazon para un próximo libro. Era uno con la biografía de Gustavo Cerati. Con dudas comencé a leer un fragmento y me pareció interesante. Hace algunos años leí una biografía titulada "Cerati en primera persona" y pensé que se trataba del mismo libro, pero no, era de otro autor.
  • ¿Vamos al concierto de Soda?
  • Hmmm. No lo sé.
Terminaba el primer mes de mi estadía en la ciudad argentina de Córdoba y mientras caminábamos por la peatonal, me llamó la atención un cartel que anunciaba el concierto de Soda Stereo. Era febrero de 1990 y la banda daba inicio a una gira promocional de su disco más reciente, Canción Animal.

Durante los 80, el rock latino estaba de subida, grupos como Virus, Los Abuelos de la Nada y Soda Stereo, entre algunos, eran como un efervescente que escalaba rápidamente a los primeros lugares de las listas musicales en las principales radios de la ciudad. Al ver ese cartel sentí la curiosidad por escuchar a uno de los grupos del momento pero, el desánimo de a mi amigo fue contagioso, junto con sus preocupaciones sobre los rumores acerca del consumo de drogas y alcohol. No fuimos al concierto y ese fin de semana, nos dedicamos a cumplir con las tareas universitarias.
  • Señor, por favor, puede poner este CD.
  • Claro que si, en seguida.
El mozo se llevó el disco compacto que tenía una carátula color naranja, era "El Último Concierto A" de Soda Stereo. Terminaba 1997 y ese diciembre, nos encontrábamos con un grupo de amigos, en un bar de la ciudad de La Paz. Habían pasado un par de años después de dejar la universidad y esa noche, mi amigo Julio, sacó de una bolsa de plástico el disco compacto, que lo portaba como una joya. A los pocos minutos se escuchó, en los parlantes del lugar, los acordes de "En la Ciudad de la Furia". Era extraordinario volver a disfrutar de las canciones de Soda Stereo junto a mis amigos del colegio y otros de la universidad.

En octubre de 2007, mientras guardaba el coche en el garage, escuché en la radio una noticia que indicaba el regreso de la banda argentina, con una gira que atravesaría el continente, pero no tocaría Bolivia. Hoy, me reprocho sobre mi poca decisión de poder asistir a un concierto en Santiago, Lima o Buenos Aires para ver a ese grupo musical en la que resultaría su última gira.
  • ¿Qué canción quieres escuchar ahora?
  • Esa, De Música Ligera.
  • ¡Tan, tan, taran tantan...!
Presionamos el botón de Play en el track número 9 del CD2 "Me Verás volver" y mi hijo Matías, acompañó a la voz de Cerati, mientras recorríamos la carretera entre Santa Cruz y Cochabamba, cerrando nuestras vacaciones de 2007.

Las 25 hojas, que Amazon te envía como adelanto de un libro, fueron suficientes para que proceda con la compra y posterior descarga. Con los audífonos puestos, seleccioné en Spotify la discografía de Soda Stereo y me sumergí, una vez más, en la lectura, que desde ya es cautivadora, con un lenguaje técnico, pero simple. "Cerati: La biografía definitiva", describe cada una de las etapas de, para mi, la mejor banda de rock latino que existió hasta ahora, continuando con el recorrido de Gustavo Cerati, como solista.

Esa noche, me quedé leyendo hasta las dos de la mañana, el sábado continué con la lectura y ayer domingo llegué al 80% del libro. Se que no tengo una lectura rápida, pero fue más lenta quizás por los recuerdos que evocaba la narrativa o por las pausas que me regalaba solo para disfrutar de esos momentos inolvidables.
  • Papá, te cuento una mala.
  • ¿Qué pasó?
  • Escuché en las noticias que Cerati murió.
Nos quedamos en silencio. Durante varios meses habíamos seguido las noticias sobre el vocalista de Soda Stereo, quien en 2010 sufrió un ACV después de un concierto en Caracas. El 4 de septiembre de 2014, Cerati partía de este mundo. Fue un día triste, para ambos, para muchos, para todos.

Al terminar de leer ese libro, que me atrapó durante el fin de semana, me transporto a esos instantes increíbles de mi vida, recuerdo todas esas canciones de Soda Stereo que me acompañaron en el desarrollo de estos últimos 30 años. Fue un fantástico viaje en el tiempo.  

Antes del punto final, escucho en los audífonos el sonido de la guitarra de Cerati que, me abruma, me ilusiona y a la vez, me inunda con una nostalgia infinita.

Lisa tiene un amor de ultramar
Brilla en la oscuridad.