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domingo, 28 de julio de 2024

Linux y yo

El pasado viernes, cerca de las siete de la mañana, me llegó a través de WhatsApp una noticia que estaba circulando de forma masiva en las Redes Sociales. El titular indicaba: “Error Fatal”. Apagón informático de Windows afecta a aerolíneas, era una nota de la BBC News. Minutos después y con algo más de información, supe que se trataba del antivirus Crowdstrike el causante del tremendo incidente. Dejé el celular sobre el escritorio y me dirigí lentamente al ventanal de mi oficina para ver como la ciudad comenzaba a tomar ese su ritmo caótico previo al fin de semana. Fue entonces cuando me acordé del sistema operativo que, creo hasta ahora, no presentó una falla similar, el casi imbatible Linux.

Era mediados de los 90 y tuve la fortuna de conseguir un empleo en el principal ISP del país. Recuerdo que aquella era una época en la que la tecnología avanzaba a pasos agigantados y la comunidad de software libre empezaba a ganar cadencia. Siempre tuve una fascinación por la programación y el concepto de Linux me resultaba altamente atractivo, es así como, para poder demostrar mis conocimientos y experiencia sobre programación, decidí instalar RedHat en una polvorienta computadora que se encontraba en la olvidada esquina de esa oficina.

La instalación en aquella antigua 486 de Intel fue un completo desafío. En esos días, no se contaban con instaladores gráficos amigables como los que hoy se disponen, todo se hacía “a mano”, por medio de una serie de comandos ejecutados en una oscura consola. Con la copia del Linux RedHat en disquetes y un limitado manual de referencia, me sumergí en el incierto proceso.

Después de algunas horas y diversos intentos logré superar la etapa de instalación, para luego encontrarme ante una pantalla negra y su brillante cursor, esperando mis instrucciones. La interfaz gráfica no era algo que venía por defecto en la instalación; se requería de un trabajo adicional de configuración del servidor X, sin antes asegurarse de que el hardware fuera totalmente compatible, lo que significaba realizar varias acciones adicionales, sin la garantía de un perfecto funcionamiento, por lo que, era preferible continuar en lo que conocíamos como: Modo texto.

Aprender a manejar la línea de comando fue como descubrir un nuevo lenguaje de programación. Intenté con los comandos básicos como: ls, cd y cp. Esa simplicidad que presentaba Linux para escribir en unos pocos caracteres las instrucciones necesarias y lograr resultados inmediatos me resultó fascinante. Pronto estuve dispuesto a explorar otros comandos: grep, tail y more. Cada uno de ellos abrían nuevas puertas y me permitían acceder a los datos de manera totalmente diferente a lo que Windows ofrecía.

Para ser sincero, el salto a Linux fue casi como una consecuencia natural de mi experiencia con el MS-DOS, la programación en C++ y de aquellas largas horas que pasé frente a los monitores monocromáticos de la Universidad. Fue recién con Windows 3.1 cuando tuve el acceso a una interfaz gráfica y años más tarde, con la llegada de Windows 95, el monitor pasó del cursor a un puntero y del monocromo al VGA.

En aquellos años, la comunidad de usuarios de Linux era muy pequeña pero apasionada. Por lo tanto, encontrar soluciones a problemas a menudo implicaba sumergirse en foros especializados y largas listas de correos electrónicos, que eran donde la gente compartía sus experiencias y consejos. Aún no existía Google y se consultaban las precarias páginas web a través de un limitado navegador. Netscape era mi favorito, con Altavista, WebCrawler o Yahoo como sitios preferidos donde encontrar algo de información.

Definitivamente lo que más me impresionó de Linux fue su filosofía, esa idea de tener control total sobre el sistema, modificarlo y adaptarlo, era totalmente revolucionaria. El hecho de que todo el código fuente estaba disponible para ser examinado y alterado me dio una sensación de independencia, en comparación a otros sistemas operativos.

Con el tiempo, comencé a escribir mis propios scripts en bash para automatizar diversas tareas. La línea de comandos se convirtió en una extensión de mis desafíos, una forma donde podía experimentar y crear sin límites todo lo que quería lograr. Recuerdo haber pasado noches enteras ajustando configuraciones, compilando pequeños programas y personalizando cada aspecto de aquel sistema al que bauticé con el nombre de máquina: Quipus.

Esa experiencia con Linux de mediados de los 90, no solo me enseñó sobre tecnología abierta, sino también sobre la importancia de la comunidad y la colaboración. Fue un tiempo de descubrimiento y aprendizaje continuo, donde cada desafío superado se sentía como una victoria personal.

Mirando atrás, esos días frente a la pantalla negra de la terminal digital fueron fundamentales para mi desarrollo como programador y entusiasta de la tecnología. Linux no solo me dio un sistema operativo; me dio una forma de pensar y una pasión por el software libre que perdura hasta hoy.

Mientras escribía este texto, terminé de leer el libro de Neal Stephenson: En el principio fue la línea de comandos. El autor ofrece una perspectiva profunda y crítica sobre la evolución de los sistemas operativos y su impacto en la cultura informática. Stephenson argumenta que, a pesar de la popularidad de las interfaces gráficas, las líneas de comando y el software de código abierto siguen siendo cruciales para la innovación y el desarrollo tecnológico. 

Hoy, por motivos laborales, aún continúo trabajando con Windows, pero lo mejor de mi experiencia como usuario de computadoras me la brindó, indudablemente, Linux.