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viernes, 8 de noviembre de 2024

El ladrón de perros

Pocos días antes del inicio de la espeluznante pandemia de la COVID-19, fuimos a la icónica Cinemateca Boliviana para ver una película nacional que prometía mucho. Realmente no recuerdo el título de ese filme ni los nombres de sus actores; pasó desapercibida, como tantas otras películas nacionales. Varios años después, el pasado miércoles, volvimos a una de las más grandes salas de la Cinemateca para ver una nueva película boliviana titulada: El Ladrón de Perros, protagonizada por Franklin Aro.

A principios de los 2000, los cines en Bolivia experimentaron un gran impulso gracias a la llegada de inversores extranjeros, lo que provocó una transformación significativa en la industria del entretenimiento. En La Paz, el tradicional cine Monje Campero tuvo que modernizarse para mantenerse vigente, mientras que otros, como el 6 de Agosto o el 16 de Julio, no lograron adaptarse al cambio y fueron relegados, convirtiéndose en teatros para espectáculos populares, totalmente incapaces de competir con las nuevas tecnologías que brindaban las salas de proyección en 3D, el sonido Dolby Digital y la diversidad de opciones cinematográficas en un solo lugar, ofreciendo una experiencia moderna y completa para el espectador.

Sin embargo, la Cinemateca Boliviana se destacó durante los primeros años del nuevo milenio por su esfuerzo inquebrantable en mantener vivo el cine nacional. En un gesto memorable, lograron habilitar tres modernas salas de proyección en su infraestructura renovada, inaugurada en 2005. Este edificio, ubicado cerca de la avenida Arce, en la zona de Sopocachi, marcó un nuevo capítulo para la Cinemateca, al mudarse desde su histórico emplazamiento en la calle Pichincha, cerca del colegio San Calixto. De esta manera, se aseguró que el cine boliviano tuviera un espacio digno donde prosperar y resistir los cambios del mercado.

Lamentablemente, la Cinemateca también fue perdiendo relevancia con el tiempo, quizá debido al impacto de la pandemia y la arrolladora oferta de los servicios de streaming. Pero no encontrarás en Prime, HBO o Netflix, por ahora, a la película boliviana El Ladrón de Perros, que merece ser vista en el cine. Es simplemente hermosa: sus escenas, la fotografía de la ciudad, los actores… todo.

Esa noche tuvimos la fortuna de conocer al actor principal, Franklin Aro, quien, al finalizar la proyección, se hizo presente en la sala, en medio de un mar de aplausos. Acompañado del encargado de la fotografía fija, comenzó a contarnos cómo se rodó esta obra de arte, que tomó más de ocho años en realizarse. Sin duda, cada día invertido, desde la gestación de la idea principal hasta la edición final, valieron la pena.

Fue emocionante escuchar su relato y cómo se le quebraba la voz al recordar todo lo que tuvo que vivir en las calles de La Paz, junto a su pequeño hermano. La increíble historia de un simple muchacho, que soñaba con ser actor y alcanzó su sueño, ya que, antes de formar parte de este magnífico proyecto cinematográfico, se ganaba la vida lustrando calzados y tratando de sobrevivir en la metrópoli paceña. Como se menciona en algún momento de la película: "Los sueños se hacen realidad, ¿no?" Y sí, se hacen realidad. 

Franklin aún tiene muchos sueños por cumplir, y su determinación es un reflejo de la profundidad de su alma. Es una persona humilde y sencilla, fruto de lo que muy pocos logran alcanzar: no la fama, sino la verdadera conciencia de uno mismo. Franklin entiende que no hay límites para lo que uno sueña y se propone, pero también sabe que los sueños requieren sacrificio, coraje y estar preparados para enfrentar los retos del camino. Así lo demostró el día en que, mientras trabajaba bajo el ardiente sol de La Paz, vio un afiche pegado a un poste que anunciaba la búsqueda de actores naturales. En ese momento, su corazón latió con fuerza y sintió que ese llamado era para él. Aunque la incertidumbre y el miedo intentaron detenerlo, Franklin reunió todo su valor y decidió tomar esa oportunidad. No fue fácil, pero nada en la vida ocurre por casualidad; todo es el resultado de las decisiones valientes que tomamos.

Al finalizar esa emotiva presentación, la nueva estrella cinematográfica se encontraba parada frente a la marquesina que llevaba su nombre, iluminada por luces cálidas que destacaban su logro. Franklin estaba visiblemente emocionado, pero mantenía una calma y humildad que solo aquellos que han recorrido un camino tan difícil y auténtico pueden tener. Con completa sencillez, aceptaba los abrazos, besos y felicitaciones de todos los que tuvimos el grato placer de conocer una parte de esa fantástica experiencia. Cada abrazo era una muestra de afecto sincero, cada palabra de aliento resonaba profundamente en su corazón, y su sonrisa reflejaba no solo alegría, sino también un agradecimiento genuino. Me acerqué para darle la mano, sintiendo una mezcla de admiración y respeto. Cuando lo miré a los ojos, le dije que era una verdadera inspiración, y él, con una voz llena de modestia, me respondió: "Muchas gracias, caballero". Fue un momento breve, pero lleno de significado, que dejó una huella imborrable en mí.

Sigue adelante, Franklin. Todos los que tuvimos el placer de conocerte deseamos verte en otras películas y que sigas siendo una inspiración: para tu hermano, que está a punto de terminar el colegio y seguramente ve en ti el ejemplo de que los sueños se pueden alcanzar; para tus amigos lustrabotas, que, entre el brillo de cada zapato, encuentren la esperanza de una vida mejor, inspirados por tu historia; para esta sociedad paceña y boliviana, que lucha cada día por un país más justo y desarrollado, donde cada uno pueda alcanzar su máximo potencial; y para todos aquellos que, a veces, pierden la fe en sus propios sueños, pero que al ver lo que has logrado, pueden volver a creer.

Franklin, tu historia nos recuerda que el verdadero sueño no es solo material, sino crecer, aprender y nunca dejar de soñar. Que seas una inspiración para esta hermosa Sudamérica, que tiene tanto por ofrecer, para que cada uno de nosotros se atreva a ver en nuestras propias calles, en nuestros propios desafíos, las oportunidades para ser mejores y para crecer. Como dice Thomas Merton: “El orgullo nos hace artificiales y la humildad nos hace reales”.

Aprendamos del señor Franklin Aro a ser más reales.



jueves, 17 de octubre de 2024

U2 Edición Especial

Recuerdo aquel viernes por la tarde, como si fuera ayer, cuando aún era un joven egresado universitario, con sueños y muchos planes a futuro. La jornada había sido larga y el peso de las clases, los proyectos y las noches de desvelo empezaban a pasarme factura, sin embargo, había algo que siempre me motivaba: la idea de mejorar mi equipo de computación, mi pequeño tesoro en esos días. Era una Compaq, una reliquia de escritorio que usaba para programar y en la que, entre ensayo y error, aprendía los secretos y las complejidades del código, desentrañando cada detalle con la satisfacción de alguien que va alcanzando sus objetivos.

Esa tarde me dirigí a la calle Eloy Salmón, una zona comercial emblemática aquí en la ciudad de La Paz, conocida por la gran variedad de electrodomésticos y equipos electrónicos que se encuentran en sus galerías. Por aquellos tiempos, la calle estaba repleta de tiendas que ofrecían desde piezas electrónicas de segunda mano hasta las últimas novedades tecnológicas. Era como un paraíso para aquellos de nosotros que, con un presupuesto ajustado y un sueño de tener la tecnología más avanzada, vagábamos por esos pasillos buscando cualquier componente que hiciera algún milagro en nuestras máquinas.

Mi objetivo era simple: encontrar una memoria RAM que me permitiera darle un poco más de vida a la Compaq, hacerla un poco más rápida, más eficiente para las largas horas de programación. Al entrar a una de las galerías, el bullicio característico de la calle Eloy Salmón me envolvió. Los vendedores ofrecían a viva voz todo tipo de partes y componentes. Mientras caminaba por el estrecho pasillo, mis ojos se detuvieron en un escaparate que destacaba entre el resto. En uno de los locales, rodeado de cajas con tarjetas de video y discos duros, había una vitrina de cristal iluminada cuidadosamente, donde se podía visualizar el logo de la manzana mordida, y allí, en su lugar de honor, se encontraban los últimos iPod de Apple. Era como si aquella esquina del local brillara más que el resto, atrayendo con un halo de modernidad que contrastaba con el desorden tecnológico del lugar.

El iPod, en esos años, era la definición de innovación. Un pequeño dispositivo que podía llevar toda tu música favorita, una promesa de libertad para un melómano como yo. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue lo que vi en la parte más alta de aquella vitrina: la versión limitada del iPod U2. Era diferente a todos los demás, negro con ese círculo de control rojo que resaltaba de manera imponente. Y lo mejor de todo, en la parte posterior, estaban grabadas las firmas de los cuatro integrantes de la banda irlandesa que tanto admiraba. En ese instante, el tiempo parecía haberse detenido.

No pude evitar acercarme más. Con algo de timidez, le pedí al vendedor que me dejara verlo de cerca. Me miró con esa expresión que los vendedores suelen tener cuando saben que probablemente no comprarás el artículo más caro de su mostrador, pero accedió. Sacó el iPod de la vitrina con cuidado, casi con reverencia, y me lo mostró desde el otro lado del mostrador. Lo tenía en sus manos, pero no dejaba que yo lo tocara. Era como si ambos supiéramos que era algo inalcanzable para mí en ese momento, y aún así, el simple hecho de verlo tan de cerca, de escuchar al vendedor describiendo cada una de sus bondades, era suficiente para alimentar mi ilusión.

Cuando finalmente decidí preguntar por el precio, la respuesta fue exactamente lo que imaginaba, y más. Una cifra que superaban todos mis ahorros, incluso mis sueños más optimistas de poder adquirirlo en un futuro cercano. Sin embargo, me quedé unos minutos más, observando, como un hambriento tras el vidrio de un restaurante Había algo poético en aquel objeto, algo que iba más allá de su función. Era la música, la tecnología, y también un poco de mi adolescencia condensada en aquel aparato. La mezcla del negro elegante con la rueda de control de un rojo intenso y vibrante, las firmas de Bono, The Edge, Adam y Larry. Era, en esencia, un sueño. Un sueño que me prometía llevar la música de U2 y de todas mis bandas favoritas siempre conmigo, en el bolsillo.

Pasaron casi 20 años desde ese encuentro, fue amor a primera vista, y la vida me llevó por caminos que nunca imaginé. Mucho ha cambiado desde entonces: la tecnología avanzó a un ritmo vertiginoso, los dispositivos se convirtieron cada vez más pequeños y más poderosos. Pero el deseo de poseer aquel iPod U2 se había quedado conmigo, latente, como una espina dulce que nunca quise quitarme del todo. Y hoy, después de tantos años, finalmente lo tengo en mis manos. No es nuevo, no tiene ese brillo inmaculado de aquel aparato que vi en la vitrina, pero está en óptimas condiciones. Tiene todos sus accesorios, incluso la caja original, y al sostenerlo, siento que sostengo una parte de mi historia.

Antes de volver al trabajo, decidí darme un momento para disfrutarlo. Busqué mis audífonos Bose, esos clásicos con cable, sin micrófono incorporado, simplemente dos pequeños auriculares blancos, quería que la experiencia fuera tan auténtica como en aquellos días. Conecté los audífonos, encendí el no tan pequeño dispositivo y busqué una canción que siempre tiene un significado especial para mí: "Every Breaking Wave" de U2.

Al escuchar los primeros acordes de esa icónica canción, una oleada de emoción me invadió el alma. La música llenó mi espacio, y por un momento, el paso del tiempo no importó. Éramos solo yo, los acordes de melodía, y aquel viejo iPod, finalmente juntos. En ese instante, todo era simplemente magnífico, fue como retroceder en el tiempo a ese viernes por la tarde en la calle Eloy Salmón, pero con la satisfacción de saber que los sueños, por más pequeños o grandes que sean, encuentran su camino para hacerse realidad. Como lo dijo Stephen Covey “Todas las cosas se crean dos veces. Siempre hay primero una creación mental, y luego una creación física” la creación mental estuvo en mí durante 20 años.



domingo, 16 de julio de 2023

El síndrome del trabajador "quemado"

Habíamos terminado con el desayuno típico paceño, que consistía en una taza de café, destilado y amargo, acompañado por un sándwich de huevo en, como no podía ser de otra manera, una marraqueta fresca y crujiente.

El sol brillaba en la calle, que a esa hora de la mañana se encontraba casi vacía, calentaba la habitación a través del ventanal que nos proporcionaba una vista tranquila de la zona, me recliné para comentar sobre aquella nueva inteligencia artificial que estaba disponible en Internet. Días atrás Google había liberado a Bard en su versión castellana y ya podía ser accedido desde nuestra ubicación.

—Deberíamos aprovechar este feriado y continuar escribiendo el libro que comenzamos en el Carnaval. Ahora que tienes nuevas competencias adquiridas, sería de gran utilidad —le dije, al mismo tiempo que movía la tasa de porcelana y el plato vacío hacia el lado izquierdo de la pequeña mesa.

—¿Conoces el síndrome Burnout? —Me preguntó, mientras se recostaba en el sillón.

No sabía absolutamente nada sobre ese tema, mi primera reacción fue poner a prueba a Bard para que describiera aquel síndrome. Tomé el Fold y lo abrí, presioné en el ícono de Chrome e ingresé en el sitio web de la Inteligencia Artificial de Google.

“Describe el síndrome de Burnout”. Escribí en el cajón de texto.

En cuestión de segundos pude ver como se formaba la respuesta. Algo que me pareció interesante de aquella nueva solución fue la opción de lectura, es decir, no solo escribe un texto sino también puede leerlo. Esa opción está disponible en muchos de los programas de ofimática, sin embargo, era la primera vez que lo veía en una aplicación de inteligencia artificial.

—¡Dale! Que lea lo que escribió. —Me dijo, toda expectante.

Presioné sobre la opción de lectura y la voz robótica invadió el lugar: "El síndrome de burnout es un síndrome de desgaste físico y emocional que se produce por el exceso de trabajo y el estrés. Se caracteriza por una serie de síntomas, como fatiga, irritabilidad, dificultad para concentrarse, falta de motivación, sentimientos de fracaso y desvalorización.

El síndrome de burnout puede afectar a cualquier persona, pero es más común en personas que trabajan en profesiones que requieren un alto nivel de compromiso y atención, como la medicina, la enfermería, la educación y la atención social.

El síndrome de burnout puede tener un impacto negativo en la salud física y mental de las personas que lo padecen. Puede conducir a problemas de salud como la hipertensión, la obesidad, el insomnio, y la depresión. También puede afectar a las relaciones personales y la vida laboral".

La aplicación aún tiene problemas de gramática, quizás sea algo que con el tiempo vaya mejorando, no solo con Bard, sino también con ChatGPT, pude identificar esa limitación. Pero dejando de lado eso, la descripción del síndrome fue muy concreta y comprensible.

—A ti que te gusta el ciclismo —comentó después de escuchar por algunos minutos el resultado elaborado de forma artificial. —Me acordé de lo que me dijiste alguna vez, eso de que, si no administras tus fuerzas terminas “quemándote” en los primeros kilómetros y no logras llegar a la meta —concluyó.

Es verdad, alguna vez lo viví, en plena competencia salí disparado desde el punto de partida y ya para la mitad de la carrera me encontraba totalmente exhausto, viendo como el resto de los participantes me pasaban con la energía suficiente para llegar a la meta.

Ya frente a mi notebook, comencé a leer más sobre el síndrome de burnout. Se trata de una respuesta al estrés laboral crónico, caracterizado principalmente por la falta de energía y sentirse emocionalmente exhausto debido a la tensión laboral, evidenciado por la falta de emociones y una actitud indiferente hacia el entorno ocupacional.

En otra página web leí que el estudio de este fenómeno comenzó en la década de 1970, cuando el psicólogo estadounidense Herbert Freudenberger lo utilizó para describir cierto tipo de estrés que observó entre los médicos y enfermeras, quienes parecían estar “quemados” o agotados por el estrés laboral crónico. Ya en 1974, Freudenberger acuñó el término “burnout” para describir este fenómeno y en 1981, junto con la psicóloga Christina Maslach, desarrolló el Maslach Burnout Inventory (MBI), el instrumento de medición más utilizado para evaluar el síndrome de burnout.

Se considera que el síndrome de burnout es el resultado de un desequilibrio prolongado entre la carga laboral y los recursos disponibles del trabajador, afectando tanto a su bienestar psicológico como físico. Las investigaciones señalan factores como las demandas laborales excesivas, poca autonomía, conflictos de rol, escasa recompensa y apoyo social limitado, como desencadenantes del burnout.

Cerré la pequeña computadora y conecté el cargador a la toma de energía. Mientras veía el parpadear del led indicador de la batería, me puse a pensar que todo necesita una recarga, que es imposible trabajar por horas sin tomar un descanso que nos permita liberar la tensión nerviosa, alimentarnos de manera consciente y si es posible realizar alguna actividad física que nos desprenda de aquella adrenalina acumulada.

Aprovecharé este fin de semana para descansar, leer, escribir y salir en mi bicicleta para regresar el siguiente martes con la energía recargada, totalmente predispuesto a continuar con mis responsabilidades con el mejor de los ánimos, para no “quemarme” durante la vertiginosa semana laboral.


jueves, 20 de octubre de 2022

YLC 2022

Este sábado 21 de octubre sufriré, lloraré, pero… ¡llegaré!
Son casi 11 años desde mi primera participación en el Yolosa - La Cumbre (#YLC), denominada así a la competencia organizada por un grupo de aficionados ciclistas que se hacen llamar “Los Huanca”, inspirados en la aclamada serie de televisión de los años 80, “La bicicleta de los Huanca”.
Hoy el YLC es una de las competencias más esperadas por quienes practicamos el ciclismo. Aunque inicialmente estaba orientada a los deportistas amateurs en la actualidad existe una categoría especial para que los participantes de élite puedan demostrar sus cualidades escalando más de 3000 metros en bicicleta. Sin embargo, el grupo mayoritario está conformado por los aficionados que hacemos el mayor esfuerzo, no para batir ningún récord nacional, sino más bien, para superar nuestros propios límites a partir de la visualización de un objetivo personal como es llegar a Chuspipata (a 27 kilómetros de la partida) o hasta La Cumbre (a 65 kilómetros) en más de 8 horas, entre 7 y 8 horas, entre 6 y 7 horas, etc.
En aquella sexta versión del 2011, llegué totalmente agotado hasta Chuspipata, que es el ingreso al Camino de la Muerte, una antigua carretera de tierra entre la ciudad de La Paz y la población de Coroico. En Internet se puede encontrar mucha información sobre este legendario camino, incluso se grabó una temporada del programa de televisión titulado Rutas Mortales.
Hoy el Camino de la Muerte es un atractivo turístico frecuentado por diversos grupos de personas que descienden en bicicleta desde La Cumbre y terminan en Yolosa. Sin embargo, esta particular competición recorre el camino de forma inversa, parte en Yolosa y termina en La Cumbre paceña, por lo tanto, se trata de un ascenso constante y continuo que toma parte de la antigua carretera y la nueva, que a diferencia de la anterior es de asfalto. El recorrido inicia a algo más de 1200 msnm y culmina a 4600, pasa de una temperatura cálida a una totalmente gélida, atraviesa la zona yungueña y termina en una montaña casi congelada. Es un reto con alto desgaste físico y de gran esfuerzo mental.
Fue muy complicado para mi cumplir con esa primera participación, salía de una molestia en la rodilla, la bicicleta que utilicé pesaba más de 25 kilos, la hidratación fue poco apropiada y por mucho que lo intenté, no logré llegar a La Cumbre. Mi papá me esperó en ese punto intermedio y con mucha bronca me subí al bus que nos llevaría hasta la meta. Solo pude tomar algunas fotografías con el Blackberry y traté de dar aliento a los participantes, fue angustiante sentir que el cuerpo no rendía más.
Con la espina clavada en el pecho, el año siguiente me preparé mejor, cambié de bicicleta y logré conquistar la meta, años más tarde repetiría la hazaña. Con más tiempo para dedicarme al entrenamiento, durante el 2018 me enfoqué en romper mis límites, había bajado de peso y me encontraba en mi mejor momento, sin embargo, varios decidimos no participar en ese YLC que contó con una escasa convocatoria y una lluvia de reclamos. Para el 2020 la versión programada se tuvo que cancelar por la declaratoria de pandemia y finalmente, este 2022 nuevamente el YLC se hace presente con la esperada 15ava versión.
Tengo que confesar que no entrené lo suficiente, aunque confío muchísimo en la bicicleta que tengo, esta vez correré con una de aro 29” y espero que estas mejoras compensen en algo mi falta de estado físico.
Después de una decorosa participación en el Samaipata Challenge 2022 de Santa Cruz de la Sierra, este pasado fin de semana realizamos la última práctica, sentí la falta de ritmo al momento de escalar desde la localidad de Carreras hasta la ciudad de El Alto, que de acuerdo con el Strava, son algo más de 1700 metros de subida. Nos tomó cerca de 5 horas, pero lo logramos.
Para este sábado deseo llegar a La Cumbre, quizás no marque mi mejor tiempo, puede que sienta todo el cansancio del cuerpo en las piernas, pero tengo la completa predisposición para llegar a la meta. Dios nos ayude y proteja en este denominado "ascenso al cielo por el Camino de la Muerte".


jueves, 30 de abril de 2020

Mis AKG

El martes por la tarde, después de realizar la transferencia bancaria, envié por WhatsApp los comprobantes que requerían para confirmar la compra de unos audífonos AKG ANC Type-C para mi Samsung S10. NextLevel ofrece una gran variedad de equipos Samsung y generalmente es ahí donde compro los accesorios para mi celular. Durante esta cuarentena, habilitaron la entrega gratuita a domicilio para cada compra que se realice a través de su tienda virtual. 
Ayer, un día antes de lo programado, dos muchachos en un vehículo de NextLevel se apersonaron por mi domicilio con los audífonos AKG, fueron muy gentiles en entregarme el accesorio, me pidieron tomar una fotografía como constancia, de agrado accedí. Con mucho entusiasmo saqué aquellos audífonos cableados, que de acuerdo con la descripción de la página web, tienen un increíble rendimiento de cancelación de ruido. Tengo un serio problema con los audífonos Bluetooth, la batería siempre se les agota en el mejor momento. Conecté los AKG al puerto USB tipo C del S10, me puse los cómodos auriculares a los oídos y de pronto escuché un click en el canal derecho, pensé que sería parte del protocolo de reconocimiento del nuevo dispositivo, no le presté atención, abrí el Spotify, presioné la fecha (play) y en segundos escuché la canción que estaba en el caché del celular, deslicé el dedo por la pantalla, de derecha a izquierda, para pedir por la próxima canción y fue en ese momento (mientras el programa realizaba la descarga del archivo musical) cuando escuché un horrible ruido estático el que se incrementó hasta sentir como si tuviera un molesto cotonete en el oído derecho. Pensé que sería un error de software y realicé lo clásico, aquello que te recomiendan los del soporte técnico, reinicie el equipo móvil. Después de unos segundos, con el celular nuevamente activo, volví a conectar los AKG y otra vez escuché el click, busqué el Spotify, presioné play, escuché la música y presione pausa para forzar el silencio, fue ahí donde nuevamente se presentó pero con más intensidad ese incómodo ruido estático, me sentí desilusionado. Escribí, por Whatsapp, a la cuenta de Nextlevel y me indicaron que llame a un número 800 de soporte técnico, llamé pero nadie atendió. Me comuniqué, por Facebook, con los responsables de Samsung para la región, me enviaron un procedimiento que seguí a cabalidad; ingrese en el modo a prueba de fallos, active la depuración USB, habilité una opción y retiré otra, reinicie el celular, conecté y desconecté los AKG, cumplí con atención y responsabilidad cada uno de los pasos que me indicaron pero nada, el auricular derecho seguía con el ruido estático.
Hoy, casi resignado llamé al teléfono celular de aquellos muchachos gentiles que ayer trajeron los AKG, les explique lo que me había pasado, me pidieron unos minutos ya que la garantía del producto cubría un mal funcionamiento, sentí algo de alivio, encontrarían una solución al problema. No transcurrió ni una hora y se hicieron presentes en mi domicilio, les entregue los defectuosos AKG, realizaron un par de pruebas y al final comprobaron el ruido incómodo del auricular derecho. Lo reportaron por teléfono y recibieron la autorización para cambiarlos por otro. Les pedí sacarlos de la caja y conectarlos a mi S10. Al realizar la prueba inicial, salté de alegría, ese ruido estático ya no estaba, el sonido era espectacular tal como describía su página web.
Entiendo que, por estos días, es muy complicado trasladarse de un lugar a otro pero los de NextLevel fueron muy atentos al no solo encontrar una solución sino por traerlo nuevamente a mi casa ya que, resulta para otros proveedores, tomar el camino más cómodo que es el decirle al cliente que llame al teléfono de soporte técnico, que vaya a la tienda para una evaluación del problema o que espere a la finalización de la cuarentena para encontrar una solución. El personal de NextLevel - La Paz resultó muy empático y dieron una práctica y pronta solución al problema de los AKG. Con esa actitud y la atención recibida lograron fidelizar a este cliente. 
Muchas gracias.


miércoles, 18 de marzo de 2020

Hospital Obrero No. 1

Después de recorrer un largo pasillo lleno de pacientes y camillas, pudimos llegar al área de tomografía y rayos x. Dejamos la boleta en el escritorio de una enfermera quien demostró relativa paciencia en su trabajo. Nos pidió tomar asiento y esperar el llamado de la especialista. En el lugar estaban, a esa hora, la enfermera, un grupo de doctores quienes miraban la pantalla de las computadoras y nosotros tres. Nos sentamos cerca de la puerta y esperamos el llamado. A los pocos minutos escuchamos el nombre y fuimos al lugar donde está instalado el tomógrafo. En el ingreso vi a una persona mayor sentada en una silla de ruedas, imaginé que le realizaron algún tipo de prueba o tomaron una placa, no estoy seguro, solo lo vi sentado, muy agotado, respiraba lentamente y con dificultad. Esperamos en la puerta y en menos de diez minutos nos pidieron ingresar para ayudarle a incorporarse. Lo hicimos con delicadeza y paciencia. Una vez fuera, preguntamos a la enfermera cuál era el próximo paso. Esperar el llamado del doctor, nos dijo. Así lo hicimos, por algo más de veinte minutos estuvimos esperando el llamado del especialista, quien seguramente fue a almorzar o simplemente daba una vuelta. Me incorporé para dirigirme hacia la enfermera y preguntarle nuevamente, esta vez me dijo que debíamos ir a la sala de emergencias, la que colindaba con el pasillo lleno de enfermos, para esperar ahí, el llamado del especialista. No teníamos otra opción más que seguir las instrucciones de aquella enfermera que de a poco perdía la gentileza. Dejamos el lugar y mientras cruzábamos el patio, varios médicos y paramédicos corrían hacia la sala de tomografías. Supuse que la emergencia sería por un paciente joven quien, por comentarios, presentaba un cuadro de derrame cerebral. Caminamos por el pasillo y esta vez los pacientes estaban siendo alimentados, no sé si fueron sus familiares quienes les proporcionaron el alimento o el hospital, pero todos ellos estaban recostados en canillas, algunas improvisadas, con cartones como colchón. Hasta las sillas estaban siendo ocupadas por enfermos quienes con algo más de fortuna no requerían estar recostados. Llegamos al área de emergencias y esperamos el llamado del doctor. Pasaron unos pocos minutos y el alboroto se armó, tres médicos pedían que se les abra paso para poder llevar a un paciente hacia el área de emergencias. Reconocí la camisa cuadriculada, el chaleco azul, el jean, era el señor quien estaba sentado en la silla de ruedas en la puerta de la sala de tomografía. Pasó cerca mío y pude ver su rostro pálido, increíblemente pálido. Cerraron la puerta de metal y no dejaron ingresar a sus parientes quienes se mostraron muy afligidos. Nos llamó el doctor, nos dijo que no se apreciaban coágulos en la cabeza, cosa que nos dio un gran alivio. Indicó que esperemos unos minutos más para la receta y los medicamentos. Salimos del lugar y pude ver como un policía ingresaba a la zona de emergencias, llevaba un cuaderno blanco en la mano. El oficial no permaneció mucho tiempo, tan solo unos minutos, luego salió junto con una enfermera quien comenzó a llamar a los familiares de aquel paciente. No sé si falleció, no sé si sobrevivió a la crisis, solo puedo asegurar que en el hospital existe una gran demanda por la atención médica, los profesionales hacen lo que pueden, algunos hacen más que otros, algunos tienen mejor predisposición que otros; quizás si ese paciente, el de la silla de ruedas, hubiera sido atendido dentro de esos largos 30 minutos que estuvimos esperando el llamado del doctor, en la sala de tomografía, tal vez la crisis no se hubiera desatado, puede que si los doctores dejaran el trámite administrativo de lado, se ganarían minutos valiosos en la atención de pacientes. Ya que, es otro aspecto que me llamó la atención, la cantidad de papeles que manejan, todos los internos piden hojas en la ventanilla, para proceder con la evaluación inicial. Fue la primera vez que estuve en la sala de emergencias del Hospital Obrero No 1. de la ciudad de La Paz y la experiencia fue triste, la escasez de espacio, profesionales, infraestructura, medicamentos y la excesiva burocracia, hace que pacientes, como el de la silla de ruedas, ingresen en una crisis fulminante solo por esperar a que el médico le llame. ¿Cuántos de esos casos se tendrán diariamente? ¿Cuántos de los profesionales van a trabajar solo por cumplir? ¿Cuántas hojas de papel se generarán por paciente? ¿Cuántos pacientes no serán atendidos? Son muchos cuantos y ojalá algún día la empatía entre unos y otros se haga presente para darnos cuenta de que somos humanos y pisamos un hospital, porque para nosotros, los pacientes y parientes, es nuestra última esperanza.

lunes, 5 de agosto de 2019

La Feria Internacional del Libro de La Paz.

Todos los años esperaba los meses de julio o agosto para asistir a la Feria Internacional del Libro (FIL), cuando se desarrollaba en los salones del Círculo de Oficiales del Ejército (COE). Hubieron oportunidades en las que, muy ansioso, fui el primer día de la feria y en otras, fui hasta tres veces. Esos tiempos quedaron atrás.

Cuando visitaba la FIL, me entristecía no poder encontrar un libro recomendado o el más reciente de mi escritor favorito. En La Paz, son muy pocas las librerías a las que podemos tener acceso y a esto se suma el hecho de que varias de ellas comenzaron a cerrar sus puertas, fruto de la piratería o la digitalización de la información. Así que la FIL, se volvía una buena alternativa para acceder a libros destacados.

Anoche, fuimos a visitar la feria del libro. Ingresé al Campo Ferial Chuquiago Marka, sin muchas expectativas, solo quería dar una vuelta, ya que días atrás había comprado una serie de libros en la tienda virtual de Amazon. Pasamos por los estantes preparados para la oportunidad. No vi mucha gente, quizás comparaba las multitudes que circulaban en el COE y ahora, en un ambiente más amplio, daba la impresión de que la asistencia era baja para un domingo por la noche.

Fuimos al Salón Illimani, donde se realizaría un reconocimiento al periódico La Patria, evento convocado a las 7 de la noche pero, comenzó casi 30 minutos más tarde. No permanecimos mucho tiempo en el salón y salimos al pabellón amarillo, para continuar nuestra visita, que terminó en una exposición de Comics, donde compramos un libro, que fue de la atracción de mi hijo. Por mi parte, vi un stand , donde adquirí el libro que desde hace mucho estuve buscando y no quería tenerlo en formato digital, La Biblia.

Henry, un amigo que trabajaba en una librería del centro de la ciudad, leía todos los libros que llegaban a la tienda y era muy grato escuchar sus recomendaciones, que casi siempre fueron la motivación principal para comenzar a leer un libro. Hoy, esas recomendaciones acompañan a los libros digitales y son otro factor que hacen que me oriente a la compra de una copia, es algo que no se encuentra en una librería tradicional o por lo menos, no en la ciudad, donde con suerte el vendedor te dará la respuesta gentil a una consulta.

El crecimiento vertiginoso de las ofertas de libros digitales, el acceso simplificado de las compras en línea y las mejoras en los dispositivos electrónicos, sumado a esto el espíritu ambientalista, hace cada vez más frecuente la lectura de libros en formato digital ya que, con un par de clics se tiene acceso a una amplia bibliografía. 

Con el ingreso y la popularización de Amazon, junto a su lector electrónico Kindle, el acceso a los libros en formato digital es cada vez mayor. No pude quedar al margen de este avance tecnológico y desde hace un par de años que dejé de comprar libros impresos, dejé de asistir a la FIL y comencé a adquirir libros digitales en línea.

En una relación de costo - beneficio, resulta más práctico, cómodo y útil el tener un dispositivo electrónico para la lectura de libros digitales, que estar cargando pesados libros de papel, aunque estoy seguro que siempre estarán aquellos amantes de los encuadernados y quienes gozan al ver un estante lleno de libros de papel.



lunes, 24 de diciembre de 2018

La Navidad de antes

Escuché decir: “la Navidad, ya no es lo que era antes. Por su puesto que no, antes llamábamos a nuestros seres queridos y les deseábamos una feliz Navidad. Hoy, les escribimos un mensaje de texto y con eso sentimos que ya cumplimos o simplemente, reenviamos una postal digital que nos llegó al grupo de WhatsApp.

Quedaron en el tiempo aquellas cenas en casa, cuando se dedicaban horas a la preparación, donde todos colaborábamos, desde pelar las habas hasta dejar reluciente la vajilla especial. Hoy, basta con una llamada al servicio de delivery y la cena estará en casa, en platos descartables y con cubiertos de plástico.

Aún vamos a comprar los regalos a las ferias navideñas, a la Calatayud o a la Uyustus, pero preferimos regalar una tarjeta con un monto impreso en el anverso y que vayan al Mall a escoger lo que deseen, ya no hay porque preocuparse por un regalo de su agrado.

La Navidad, ya no es lo que era antes. Crecimos, envejecimos y nuestras expectativas cambiaron. Gracias a estas nuevas tecnologías estamos más pendientes de lo que ocurre en el mundo y dejamos de lado lo que transcurre a nuestro alrededor, en ese circulo estrecho, el familiar.

Muchos ya no están con nosotros, formaron sus familias y se fueron, tienen otras responsabilidades o simplemente se fueron porque quizás esto de celebrar la Navidad se les volvió pesado, comercial o sienten que es una expresión cruda del capitalismo y decidieron disfrutar del feriado, descansando en algún hotel resort.

Mi Navidad, ya no es lo que era antes. Mis hermanos no están en la ciudad, no están en el país, celebrarán este día lejos de casa. Mis papás ya no tienen las mismas fuerzas para preparar o esperar una cena de media noche, prefieren ir a misa con sus niños Jesús y luego, descansar, pidiendo al cielo que la descontrolada pirotecnia no afecte a sus pequeñas mascotas, con las que intentaron llenar el vacío que les dejamos al salir del hogar.

Esta noche iré, como todos los años, a visitar a mis papás, asistiremos a la parroquia de la zona y luego de la misa, me despediré de ellos con un fuerte abrazo, conduciré hasta mi casa y disfrutaré de la compañía incondicional de mi perro, quien ya tienen sus años transcurridos y necesita cada vez más ayuda para subir las gradas o recostarse en su cama. Veré una película o una serie, con el Netflix, no necesito un reproductor de DVD, basta con el Chromecast para ver en HD, algún episodio de Godless o Peaky Blinders.

La Navidad, ya no es lo que era antes, pero quizás podamos convertir en una navidad como la de nunca antes, con tan solo escribir,  no copiar, un mensaje de felicitación y agradecimiento, pero uno que salga del corazón. Hagamos una Navidad diferente para aquella persona quien nos extendió la mano pidiendo limosna, extendámosle la nuestra entregando esperanza y hermandad. Podemos convertir esta Navidad en una sin igual, con tan solo abrazar a la persona quien aún está a nuestro lado y desearle paz y amor, que amor es lo que tanta falta nos hace a todos.

En esta Navidad, les deseo y envío mucha paz y amor a todos, mis queridos amigos y amigas.


jueves, 10 de agosto de 2017

Día Uno. Oruro - Llallagua.

Inicié mal. Se pincharon las dos llantas de mi bicicleta, primero la trasera y después, la delantera. Me caí, culpa del segundo pinchazo. No administré mi energía y a menos de cinco kilómetros del final quedé parado, mareado y viendo puntos blancos, a un costado de la carretera. Llegué a Llallagua prácticamente arrastrado por la bicicleta de Ricardo.

Mi amigo Dardo, el día jueves le comunicó a Ricardo que podría llevarnos en su camioneta, fue una excelente noticia, es así que, el viernes por la noche recogimos las bicicletas del taller de David y emprendimos el viaje rumbo a Oruro, donde pasaríamos la noche. Fue complicado conseguir hotel, a la media noche no hay mucho de donde elegir y peor con garaje. Desde la terminal de buses fuimos a uno que me habían recomendado, el Claymore, pero no nos abrieron la puerta, necesitábamos reserva previa, no la teníamos. Recorrimos varias cuadras y preguntamos en cada hotel que veíamos, hasta que por fin encontramos uno, no recuerdo el nombre, está en la calle 6 de Agosto, tenía garaje y no exigía reservación.

Esa primera noche casi no dormí, tengo el sueño ligero y el bullicio de la calle próxima me incomodó. Desperté a las cuatro de la mañana y estuve una hora y media leyendo el Twitter y el Facebook, cuando recién concilié el sueño ya era hora de salir a desayunar. No fui al club de Sandra, atienden desde las 8, si el administrador del edificio llega a tiempo, no podía esperar, teníamos planificado partir a las 7. Preparé mi nutrición Herbalife que consistió en el Fórmula 1 de vainilla, galletas y proteínas, pero solo pude preparar 400 ml. Con la prisa, no mezclé el H24 Hydrate con el NRG, sólo puse un sobre del Hydrate en un bidón y en el otro LiftOff, que en los últimos kilómetros sería mi salvación. ¡Gracias Luis por el LiftOff!

Por seguridad, Dardo nos llevó en la camioneta hasta la tranca de salida a Potosí. Cerca del puesto de control aduanero nos tomamos varias fotos, todos muy felices por iniciar la travesía. En una columna, formando un tren amarillo brillante, estuvimos los cinco ciclistas que pedimos se respete el metro y medio, Helen, Marcelo, Ricardo, Xavier y yo, casi en ese orden. Durante los primeros cinco kilómetros pedaleamos en línea, no sé porque, pero cuando nos pasaron un grupo de motociclistas decidí adelantar.  No recorrí ni 500 metros y sufrí el primer pinchazo, sentí como la llanta trasera comenzó a resbalar, frené y la vi completamente baja, un pedazo de cable eléctrico fue el culpable.

Durante varios kilómetros viaje condicionado, entonces me pegue a una rueda y la seguí, sin adelantar, solo mantuve su ritmo. Llegamos a Huanuni, es impresionante el centro minero, dimos una vuelta por el pueblo, que celebraba la efemérides nacional, vimos a muchos escolares quienes, con sus uniformes impecables, se apresuraban para llegar al centro de concentración, no nos quedamos mucho tiempo, decidimos continuar rumbo a Llallagua, el plan era almorzar en el camino. En la camioneta de Dardo llevábamos pan, queso, jamón y café. 

Salimos de Huanuni, que al final de una corta trepada encontramos una vista espectacular del pueblo, tomé una foto y trate de alcanzar al grupo, ya con la velocidad adquirida, decidí adelantarlos. Fui detrás de la camioneta por varios kilómetros, la bicicleta estaba espectacular, rodaba de maravilla en la carretera, pero de pronto comencé a sentir un agarre extraño, segundos más tarde vi el neumático delantero totalmente plano, rápidamente liberé el pie derecho del clip, pero no alcance a sacar el izquierdo, la bicicleta dio un giro y caí de rodillas sobre el asfalto a menos de 100 metros de donde Dardo nos esperaba para almorzar. Me levanté, recogí la bicicleta y fui caminando hasta la camioneta. Mis amigos no tardaron mucho en llegar, les comenté lo del pinchazo y me ayudaron a parchar, mientras ellos almorzaban yo parchaba, colaboraba con el cambio de neumático y la parte más dura, el volver a inflar. Pasaron como 45 minutos antes de que el grupo retomara la ruta con buena energía, menos yo, que no me di el tiempo para almorzar, saque una barra de granola y seguí adelante.

A unos pocos kilómetros antes de terminar el último ascenso a Llallagua, comencé a sentirme mal, era el primero y Xavi me seguía a unos 200 metros, ví una barrera de seguridad en el peralte de una curva y me detuve, sentí un mareo horrible, me indispuse, me dolía el cuello. Pasaron Xavi y Helen, me preguntaron si estaba bien, les dije que si, mentí. Algo de lo que no me percaté fue que en la caída la rueda delantera quedo algo frenada. Ricardo y Marcelo bajaban fácilmente a más de 50 km/hr y yo no lograba alcanzarlos. Por varios minutos estuve tratando de recuperar energías, sin esforzarme durante el descenso, tratando de que el aire frío refresque mi cuerpo, pero el dolor en el cuello se volvía más insoportable, hasta que llegamos al ingreso de Llallagua, fui el último en arribar, estaba totalmente fundido. No había desayunado la cantidad que debía, no había almorzado, una barbaridad.

Al llegar a Llallagua, nos esperaba Ruth y su papá, quien dirige la asociación de ciclismo local, fue un recibimiento increíble, sentimos muchísimo cariño. Muy gentilmente nos invitaron a acompañarlos en el desfile cívico en conmemoración de las fiestas patrias. Desde el colegio que no desfilaba, pero como no compartir con ellos ese cinco de agosto especial. Subimos con las bicicletas hasta el pasaje boulevard, la calle peatonal próxima a la plaza principal, donde se había instalado el palco oficial, con la presencia del Alcalde y otras autoridades de la comuna. Fuimos cinco ciclistas quienes en representación de miles, llevamos nuestro pedido del metro y medio en las calles y carreteras. Me sentí muy contento y ojalá ese pedido de respeto, se difunda desde Llallagua hasta el último rincón del país.




viernes, 4 de agosto de 2017

Listos para el Oruro - Sucre

Y llegó el día, dentro de algunas horas partiremos en enlace hasta Oruro y mañana temprano comenzaremos a pedalear rumbo a Llallagua que, de acuerdo con el plan, serán algo más de 85 kilómetros con un ascenso continuo hasta llegar a los 4500 m.s.n.m.

Esta mañana fui al club de bienestar de Luis, quedé en desayunar ahí y realizar mi evaluación periódica. Vi los resultados de mi evaluación en el WhatsApp, bajé otros 600 gramos en estos últimos diez días; lo que me complace es saber que el requesón con marraqueta no incidió, ¡sí!

Mientras desayunaba en el club, trataba de ultimar los detalles acerca de mi nutrición asistida por Herbalife. El desayuno de mañana ya está asegurado, iré al club de bienestar de Sandra, que queda cerca de la Terminal de Buses. También tengo listos un par de frascos con Fórmula 1 y Proteína, para aquellos días cuando no tendré asistencia de algún club. Junto con las nueces, almendras y pasas, llevo el NRG, el Hydrate H24 y los tres LiftOff que me regaló Luis, ¡son fantásticos!

Ayer terminé de preparar la mochila, finalmente me decidí a llevar una mochila y no la parrilla para la bicicleta, espero que sea la mejor determinación. Durante dos días estuve leyendo artículos, comentarios y recomendaciones acerca de llevar alforjas o mochilas, muchos a favor de las alforjas y otros por la mochila, que son mejores o peores, pero fue un post el que ayudó en mi determinación, el razonamiento era simple, si la distancia no es muy larga y se llegará a un alojamiento, es suficiente una mochila. Y son precisamente esas las condiciones de nuestro viaje, recorreremos 85 Km por día y pernoctaremos en algún hotel o residencial, no llevaremos carpas ni utensilios para cocinar. Retiré la parrilla de mi bicicleta, la que me dio tantos dolores de cabeza instalar y preparé la mochila.

Instalé los bidones en la bicicleta, a regañadientes, pero tuve que hacerlo, puesto que, si llevaré una mochila con mi ropa y víveres, no habrá espacio para el CamelBak, no tuve otra alternativa que instalar los portabidones. También decidí llevar cubiertas semi slick, y pasar de 26x2.00 a 26x1.80 ya que, la mayor parte del recorrido será sobre asfalto y los últimos kilómetros de tierra, aunque ayer mi papá me dijo que todo el camino ya está asfaltado, un amigo suyo le comentó eso, ojalá sea cierto.

Otro aspecto importante fue el mantenimiento técnico de la bicicleta. Esta vez, la lleve a un mecánico recomendado por mi amiga Helen, dicen que es un experto en el tratamiento de las bicicletas. Su taller queda en Ciudad Satélite, en la ciudad de El Alto. Con el teleférico, que conecta La Paz con El Alto, nos tomó algo menos de 40 minutos el llevar las bicicletas, hoy por la noche las recogeremos, estoy contando las horas para ver cómo quedó, ya que le pedí a David, el mecánico, que cambie el disco y las pastillas de freno, como también una limpieza general. Siguen faltando detalles, se me terminó el pegamento para los parches de goma, no tengo aceite para la cadena, debo comprar en alguna tienda, espero que el mecánico de bicicletas tenga lo que me falta y por fin podré cerrar la mochila.

Esta vez, no viajará todo mi equipo, se queda Cintia, tiene otros planes para el fin de semana largo y Manuel decidió pedalear por una ruta diferente, recorrerá desde La Paz hasta Cochabamba, ida y vuelta, me hubiera gustado acompañarlo, pero ir por las minas bolivianas tiene, para mí, un atractivo diferente, son lugares que no conozco, Ricardo me dice que hay sitios emblemáticos de nuestra historia, los que vale la pena visitar. Como nos recomendó Cintia, esta no será una carrera de bicicletas, tampoco será una demostración de resistencia, será un recorrido entre amigos, disfrutaremos de la ruta y de la historia que almacena esa zona hermosa de Bolivia, así que nos divertiremos muchísimo, capturando en fotografías todos esos inolvidables instantes que nos esperan por vivir.


viernes, 21 de julio de 2017

Mi encuentro en el tiempo

El fin de semana me encontré en el tiempo, no fue uno de esos encuentros de terapia, ni aquellos de regresión, fue diferente. Me encontré parado sobre la báscula, con los pies descalzos, la mirada al frente y la espalda recta.

No sabía que teníamos una edad biológica y otra metabólica, eso me lo explicaron en el Club de bienestar, al que asisto casi de forma religiosa. En Internet encontré un portal que define a la edad metabólica como la edad real de nuestro cuerpo a nivel fisiológico y es lo que puede hacer diferente a dos personas nacidas en el mismo año, si una mantuvo hábitos de vida saludables y la otra, no. Me conocí con una edad metabólica de 52 años, aunque mi edad biológica era de muy próxima a los 45. Y sí, mi cuerpo tenía siete años más, 84 meses de más, 2555 días de más, un largo tiempo que no lo había vivido aún.

Otro de los objetivos que deseaba alcanzar, cuando comencé con el cambio de hábitos alimenticios asistidos por Herbalife, fue precisamente ese, el de encontrarme en el tiempo, que mis edades metabólica y biológica sean la misma. Pero, no fue hasta después de estos seis meses y semanas que sucediera lo que estaba buscando.

La mañana del sábado pasado, me sentí muy confiado para realizarme la evaluación periódica en el Club. En estas evaluaciones no siempre marqué una pérdida de peso, hubo ocasiones en las que subí, y esas veces me sentí afligido, apenado y triste, aunque Luis trataba de ver el lado positivo, yo me sentía desilusionado. Fueron dos o tres veces en las que me alejé del objetivo, pero aprendí a aceptarlo y a manejarlo en mi favor. Con esos incrementos de peso pude identificar los alimentos que posiblemente me causaron la subida o el consumo de volúmenes inadecuados de algunos de ellos, aprendí a conocer mi metabolismo.

Ese sábado fui al Club y Luis me esperaba con la báscula lista, me subí, miré al frente, puse mi espalda recta y esperé los resultados. Después de unos segundos me dijo: - Bajaste 700 gramos. Para diez días estaba bien, ya voy aproximándome a mi meta, pesar 70 kilos. Pero su tono cambió cuando me dijo: - ¡Wow! ¡Felicitaciones! Tienes 45 años. Sin bajarme de la báscula lo miré y le dije: - Estás bromeando. Por favor, envíame el reporte al Whatsapp. Lo que hizo de inmediato. Y efectivamente, al final del registro pude leer Age: 45.

Con mis nuevos 45 años, decidí realizar otro reto, subir pedaleando hasta el Chacaltaya, una montaña, que por estos días de invierno luce nevada. El Chacaltaya está a 30 kilómetros de la ciudad, quizás no sea mucha la distancia, lo difícil esta en la cantidad de metros que se ascienden dentro de unos pocos kilómetros.

El domingo muy temprano emprendimos el recorrido y después de menos de tres horas de pedaleo llegamos a la cima, a los 5.306 msnm. Fue una experiencia increíble, se siente a la bicicleta, con cada minuto que pasa, con cada metro que se gana, más y más pesada. El corazón late como descosido. En ese primer ascenso nos detuvimos un par de veces, para tomarnos fotografías en el hermoso paisaje que nos rodeaba, con un cielo totalmente azul y el blanco de la nieve que adornaba la carretera accidentada. En realidad, nos detuvimos para retomar fuerzas y continuar con el recorrido, mientras aprovechaba para dar largos sorbos al Camelbak que contenía agua, NRG y Hydrate, mi fórmula mágica.

Tan emocionante como la subida fue la bajada de la montaña, ya que el volver a través de esa estrecha carretera con grietas, hielo y barro, hizo que la aventura sea completa. Cumplí otro desafío que lo tenía postergado, claro ahora me siento más joven, tengo siete años menos.

Hoy es tiempo de preparar mi bicicleta para una nueva aventura, recorreremos con mis amigos algo más de 200 km, en una travesía que nos llevará desde Oruro hasta Sucre. Estos días voy alistando el equipo, y sé que será una experiencia espectacular.

Gracias Herbalife, por este viaje de retorno en el tiempo, volví del futuro para disfrutar de este presente maravilloso, haciendo lo que me gusta, manejar mi bicicleta.

Mis amigos, quienes hicieron esto posible. Luis y Mariana.

martes, 11 de julio de 2017

Más de 100 km en bicicleta


Terminaba el 2016 y con mi amigo Manuel, dimos una vuelta en bicicleta, el recorrido fue corto, desde el Parque de Las Cholas hasta el Molino Andino, por la carretera asfaltada de Achocalla, que son un poco más de 40 km pero con una pendiente retadora. Ese domingo, el ascenso me pareció una eternidad, en los últimos meses había descuidado mi alimentación y pesaba alrededor de 85 kilos, que para mí estatura me define cerca al obeso uno. Al regresar a casa, revisé los registros de Strava y lo que me tomaba, en promedio dos horas y minutos, aquella vez fue muchísimo más, casi el doble. Me sentí pésimo, sabía que tenía un problema de sobrepeso, que sumado al sedentarismo de las vacaciones de fin de año, se volvería en algo más serio. 
Meses antes había intentado retomar un ritmo, no del entrenamiento, sino más bien de salidas en bicicleta, por lo menos una cada semana, pero no lo logré, estaba inmerso en un circulo vicioso, donde mi consuelo era: "que el tiempo no acompañaba para una pedaleada", "que mejor intentaba bajar de peso a través de una dieta milagrosa" o "tengo mucho trabajo, será la siguiente semana". Mi objetivo era perder peso y luego dedicarme con entusiasmo a la bicicleta, pero no podía. Por otra parte, invertí muchísimo dinero realizando varios cambios a mi bicicleta, tratando de aligerar su peso y mejorando su rendimiento, pero yo continuaba sin disfrutarla.
La penúltima noche del año, me comuniqué con Luis Solares, un distribuidor independiente de Herbalife, quien muy gentilmente me invitó a realizar una evaluación. Con una cantidad enorme de dudas y curiosidades fui a visitarlo a su Club de Bienestar, el que queda en la zona de Los Pinos. El lugar es muy acogedor y Luis me explicó acerca de la nutrición y los malos hábitos alimenticios que son las causas de diversos problemas físicos. Después, realizó la evaluación computarizada de mi estado físico y los resultados arrojaron lo que suponía, sobre peso. 
Uno de mis principales temores al momento de seguir cualquier dieta, era el famoso efecto rebote, pero lo que Luis me propuso no era una dieta, sino más bien un cambio de hábitos alimenticios, el cual es asistido con los productos de Herbalife. Para poder probar la solución me ofreció una tarjeta que completaba una suerte de introducción al tratamiento con una duración de tan solo 10 días. La que acepté con gusto.
Al día siguiente, vísperas del fin de año, regresé al Club para mi segundo día y no falté durante los próximos ocho días que duraría ese proceso, ya que el Club de Luis, no cierra ni en días domingos o feriados, ¡trabajan los 365 días del año!
Terminé ese primer ejercicio de diez días y me realizaron una nueva evaluación, y grande fue mi sorpresa al ver que había logrado bajar cerca a tres kilos, me sentí muy bien y decidí continuar con la nutrición. Durante los siguientes meses seguí adquiriendo las tarjetas prepago para diez días; volví a pedalear, regresé a los entrenamientos de bicicross y al cabo de 90 días había perdido cerca de diez kilos, me sentí fenomenal porque volví a disfrutar del deporte que me apasiona. 
Este último fin de semana fue espectacular, salimos con mi equipo de ciclismo, porque ahora ya tengo un equipo para entrenar, no somos profesionales pero, nuestras salidas son planificadas, y dentro del plan estaba recorrer más de 100 kilómetros en bicicleta en una sola salida, lo que llamamos Gran Fondo. La del fin de semana no era la primera vez que recorría 100 km, ya lo habíamos hecho el mes anterior, en esa oportunidad fueron 50 km de ida y 50 km de vuelta, pero el domingo pasado fueron 100 km de una. El recorrido fue desde Ciudad Satélite en El Alto, hasta la localidad de Patacamaya, a través de una carretera asfaltada.
Esta salida fue especial para mi, ya que, el año pasado, fuimos a Calamarca, una población intermedia entre La Paz y Patacamaya, más o menos a 40 kilómetros de distancia, y en aquella ocasión fui el último en llegar, me sentí apenado por el tiempo prolongado que mis amigos tuvieron que esperar. El retorno, prácticamente lo realicé solo y mientras mis compañeros ya estaban en sus casas yo continuaba pedaleando rumbo a la mía. Casi un año después y con 13 kilos menos, volví a recorrer ese camino, con los mismos compañeros y las mismas bicicletas. No me desprendí del grupo, seguí su ritmo durante varios kilómetros, pero en los últimos cinco decidí adelantarme, cambié las cajas y gané velocidad, fui el primero en llegar a Calamarca, cruce la señalización y levante el brazo, hice con la mano un puño y golpee el aire frío del invierno paceño. Había logrado algo que hace algún tiempo atrás era una misión imposible. Esperé algunos minutos a mis amigos, quienes fueron llegando de a poco; después de reagruparnos volvimos a la carretera, aun quedaban varios kilómetros por delante.
A medida que pasaban las horas, me aproximaba a la meta, al final fueron 4 horas y segundos que nos tomó llegar hasta Patacamaya. No sé si es un tiempo largo o corto, lo importante para mi fue que logré un objetivo, gracias al asesoramiento nutricional de Luis y gracias a mi equipo de ciclismo con quienes comparto las rutas y sobre todo me divierto.
Sé que aún debo perder algunos kilos más, pero me alienta saber que recorrí un gran camino.
¡Gracias Herbalife!

martes, 6 de diciembre de 2016

Volver al Strava

Hoy me llegó un email de Strava, me invitaban a revisar mi año con la bicicleta, no me di tiempo para leer el contenido, directamente lo borré. Este año no fue de los mejores, comencé con mucho ánimo, tratando de superar ese miedo inicial que uno tiene al transitar por las calles paceñas, ese miedo que a medida que se van recorriendo kilómetros va disminuyendo lentamente, aunque nunca desaparece. Enero, febrero y marzo fueron buenos, cumplí con los retos que Strava publicaba, todo estaba bien, la bicicleta con algunas pequeñas dificultades mecánicas, pero bien. Ya para el segundo trimestre la cosa se complicó, la medicación para contrarrestar la gastritis degradó mi ánimo, y entré en un estado de letargo, así permanecí gran parte del año, una que otra salida esporádica. Por agosto, Intenté llegar al Chacaltaya, pero aún no estaba listo, abandoné a la mitad del trayecto y la bicicleta ya comenzaba a pedir atención, con ruidos extraños que se emitían al pedalear. El día del peatón acompañé a unos amigos hasta Calamarca, 140 km de pedaleo, lo logré pero me duró una semana reponerme. Intenté Tahupalca – Molino Andino, antes del Yolosa la Cumbre, del que no participé, y tampoco lo logré, me quedé en Mallasa. Ese fin de mes llevé mi bicicleta al mecánico y yo fui al doctor para mi evaluación, me sentía mejor, pero la bici no, requería partes o un reemplazo de todo el sistema de tracción. Una tienda cochabambina que contacté por Internet, tenía la solución, pasar del Shimano Acera al Deore, pasar 3x8 a un 3x10, sonaba tentador, aunque el precio desalentador. Estuve un mes con esa duda, y mientras me decidía, volví a la rutina del Spinning; comencé a ver vídeos de entrenamiento y a leer algunos libros, pero aún no me sentía listo para volver a las carreteras. A inicio de octubre me llamó el vendedor, preguntando si aún estaba interesado en el Deore, le dije que sí y realicé el depósito, a los dos días estaban los repuestos en casa y listos para ser instalados. Con la ayuda de un técnico amigo pude concretar el cambio tecnológico y ese fin de semana, salí nuevamente a pedalear, nuevamente los miedos, pero esta vez ganaron las ansias, los deseos de sentir una pasión. Es noviembre, aumenté la frecuencia del Spinning, lástima que Strava no lo registre, pero ya me sentía mejor y fui un par de veces a Pongo, desde Kalajahuira. Hace dos semanas leí la convocatoria tradicional de fin de año, pedaleo hasta Copacabana. Ya son dos años que no llegó a Copacabana pedaleando, sea por fallas mecánicas o físicas, pero no he vuelto a completar el recorrido, pero más me sorprendió la cantidad de ciclistas que querían participar, hasta el martes eran 60 y para el día domingo bordeamos los 100. El recorrido hermoso, como siempre, la carretera vacía, solo el ruido de las cubiertas contra el asfalto, el espléndido lago Titicaca a la derecha, fenomenal, fueron tres horas intensas, un muy buen tiempo para 70 km desde la escuelita de Achacachi hasta Tiquina, aunque los últimos tres kilómetros tuve que pedalear contra el viento y la lluvia, esa lluvia que nos impediría cruzar el estrecho y continuar con el camino hacia el Santuario de Copacabana. Cierro este 2016 sin poder completar el recorrido, aunque muy feliz, por encontrar lentamente mi ritmo, en sentir que el cambio de sistema mecánico fue el acertado y sobre todo de poder superar, de a poco, ese letargo en el que te sumerges después de tantos meses de inactividad. Espero volver a pedalear este fin de semana, ya casi comienzan mis vacaciones y tengo planes de volver a la pista de BMX, volver… volver… y volver.