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jueves, 19 de marzo de 2020

Día del padre

No fui a los agasajos del día del padre y en los últimos años del colegio, mi hijo entendió que no eran de mi agrado. No asistí a las reuniones de padres de familia, algo que siempre me generó discusiones, para mi eran aburridas, poco prácticas, redundantes. No me senté a su lado para acompañarle con las tareas, preferí contratar profesores particulares para que ayuden a mi hijo en la nivelación de las materias que estaba atrasado. No sé cuántas cosas más no hice, pero sí recuerdo una.

Mi hijo había intentado practicar casi todos los deportes, fútbol, natación, karate y otras disciplinas, asistía durante un par de meses y luego las dejaba. En una de mis salidas en bicicleta un amigo me comentó que sus hijos practicaban bicicross (BMX) que les ayudaba muchísimo en el equilibrio y sobre todo en la confianza sobre la bicicleta. Me pareció algo fantástico y esa misma semana fui a la pista de BMX en Achumani. Pregunté los horarios, los requisitos, la indumentaria y demás. Sin mucho ánimo mi hijo fue a practicar bicicross, pero a medida que pasaban las clases, sentía que se motivaba, porque comenzaba a romper sus propios retos y sobre todo, vencía sus miedos. Es una cosa de locos deslizarse por el partidor, encarar un salto para luego caer y tomar la curva raudamente, todo eso evitando golpear a los otros corredores quienes están a centímetros de uno, vértigo total, adrenalina pura.

Todas las tardes de martes, jueves y los sábados por la mañana, estaba sentado en la pista de bicicross, desde el inicio de la clase hasta la finalización o inclusive más, porque él deseaba practicar sus saltos, mejorar sus partidas, lo esperaba, con paciencia y cariño. Disfrutaba de cada uno de sus logros, me encantaba escuchar sus sensaciones vividas en la pista, fui testigo de su evolución dentro de ese deporte, fue hermoso verlo crecer no solo físicamente sino también mentalmente. Perdió peso, ganó cuerpo, durante esos años pasamos de una bicicleta básica, pequeña a una XL profesional, me sentí orgulloso por él y le apoyé en cada uno de sus momentos.

Recuerdo que una tarde, mientras estaba sentado en las graderías, uno de los padres de familia me dijo: “¿por qué no entrenas con él?”. Todos los fines de semana recorría y recorro kilómetros y kilómetros en mi bicicleta de ruta o de montaña, pero eso del BMX era algo nuevo. No dudé mucho y un par de días después, estaba en la tienda comprando una bicicleta BMX tipo Crucero, básica, simple, pesada. Me inscribí al curso, tuve que aprender nuevamente a pedalear. Las bicicleta de ruta o de montaña son diferentes a las de bicicross. La pista tiene obstáculos, la carrera se resuelve en segundos, así que cada pedaleada cuenta, cada movimiento es fundamental para ganar o terminar tirado en medio del polvo con el cuerpo lastimado.

En esa mi primera clases y las que continuaron, compartí la pista con mi hijo y sus amigos, yo era el mayor de todos, inclusive competí con chiquillos de 7 u 8 años, quienes me dejaron atrás, yo tomaba la recta final y ellos estaban charlando en la meta. Al final de la clase me quedaba con mi hijo para un par de carreras, obviamente nunca logré ganarle, solo veía como él saltaba los obstáculos, tomaba las curvas, aplicaba todas las técnicas que había aprendido mientra yo intentaba seguir su rueda, sin mucho éxito.

Asistimos a torneos nacionales, aunque a él no le gustaban las competencias, creo que lo hacía por mi, por tratar de demostrarme de que se divertía. Sin embargo, después de casi cuatro años de practicar ese maravilloso deporte, su asistencia comenzó a ser irregular, dejó de ir los martes, luego los jueves y al final, solo practicábamos los sábados por la tarde. Era por la carga de tareas, sus amigos del colegio, sus compromisos, en fin, todos los planes que un adolescente tiene, donde obviamente el papá no forma parte.

Durante esos últimos meses, fui solo a la pista de BMX, participe en las competencias departamentales, no había nadie quien me acompañe desde la tribuna. En las mangas de los crucero estaba parado sobre mi bicicleta, tratando de mantener el equilibrio, mientras el partidor daba la cuenta regresiva antes de caer, era en esos instantes que veía a la tribuna, para mí, vacía. Gané un par de carreras y solo sentí la palmada en la espalda de los otros competidores, ni un solo abrazo. Al terminar las carreras, metía toda la indumentaria en el bolsón y cargaba mi bicicleta al automóvil, para volver a casa.

Fueron años hermosos, llenos de entusiasmo, cuando hablábamos de ciclismo, salíamos a pedalear por las carreteras, admirábamos a Nairo Quintana, veíamos el Tour de Francia, el Giro de Italia o la Vuelta a España. Hoy, volví a pedalear, como antes, trepando a la cumbre a primera hora del día solo con mis pensamientos. Aún tengo mi bicicleta de BMX que guarda el polvo de la última competencia y tiene las llantas desinfladas como mi emoción por volver a correr.

Feliz día del padre.