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lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de Septiembre

 Lo admito, soy un tipo despistado. No recuerdo el nombre de las personas, no llevo el registro de las fechas importantes y tampoco envío flores el día de su cumpleaños. Cuántas veces pasé un momento incómodo al tratar de recordar dónde conocí a esa persona que me saludo en la calle. Lo siento.

Mis redes sociales se llenaron, por la mañana, con saludos por el día de la primavera, la amistad y el amor pero hoy también se celebra el día del médico boliviano. Este año en particular deseo manifestar mi reconocimiento y gratitud a todos los médicos que durante los meses de cuarentena estuvieron arriesgando sus vidas por nosotros. Creo, sin temor a equivocarme, que aquellos quienes pusimos nuestra esperanza en las manos de estos profesionales sentimos su enorme compromiso con el prójimo.

Fui testigo del sacrificio que significa concluir una carrera tan larga y exigente como es la de medicina ya que, son varias las etapas que se imponen entre el inicio y la conclusión, son largos años de especialidad y subespecialidad médica. Recuerdo cuando mi hermano comenzó su carrera, tenía y aun tiene los estantes repletos de libros enormes que debía leerlos obligándose a pasar noches eternas estudiando para sus pruebas, estuvo largas horas en los turnos de hospital, noches sin dormir y días sin descansar todo con la esperanza de alcanzar su objetivo, salvar vidas. 

Como en todo, están los buenos y los no tan buenos, sin embargo, esta vez tuve la fortuna de cruzarme con profesionales espectaculares, el Dr. Soto del Hospital Arcoíris fue quien salvó la vida de mi madre, el Dr. Victor López, un extraordinario ser humano que estuvo todo el tiempo pendiente de su evolución, el Dr. Luis Camacho fue quien atendió a mi padre durante el contagio del coronavirus y otras gentiles doctoras, enfermeras o guardias que en su momento nos mostraron el camino que debíamos seguir hasta lograr lo que hoy puedo disfrutar: la compañía de mis padres. Dios permita que sea por algunos años más. 

Reconozco que es difícil ser paciente cuando sientes que la vida se va, pero estos profesionales supieron transmitirme la confianza necesaria para entender que se hacía todo lo posible para evitar un triste desenlace. No tengo palabras para describir lo que sentí en esos momentos.

Hoy no es un 21 de septiembre más, es un día de homenaje a esas personas que dedican su vida a una noble profesión. Mi agradecimiento eterno a todos aquellos médicos que sacrifican sus fines de semana en una guardia pense a las limitaciones técnicas y de infraestructura están ahí, dispuestos a dedicar su vida para que continuemos con la nuestra. 

Gracias por permitirnos permanecer y seguir disfrutando de este mundo unos días más.

¡Feliz día del médico boliviano!

miércoles, 26 de agosto de 2020

Mis temores

 “Este año estoy viviendo todos mis temores.
 Lo bueno de esto es que, dejarán de ser temores”.

RM

Todos comenzamos este 2020 con abrazos, besos y buenos deseos. Aunque atravesaba una crisis emocional, decidí que este año sería diferente, que traería prosperidad y salud.

No vale la pena recordar los primeros brotes del coronavirus, la cuarentena estricta (cuarentena flexible, encapsulamiento y otras gamas de distanciamiento social) o las curvas de contagio. Para mí, todo comenzó durante los últimos días de junio.

Desde el mes de enero hasta casi terminar junio viví en la casa de mis papás, agradezco a Dios por esos días que estuve con ellos. El último viernes del sexto mes concreté mi mudanza a este departamento que hoy habito. Esa mañana cuando mis padres me acompañaron con mis maletas, sentí una tristeza al despedirnos, creí que era por los meses que habíamos convivido. Quedé con mi madre en vernos el lunes, que iría por su casa y almorzaríamos juntos. Hasta el día de hoy, no es posible que podamos cumplir esa promesa.

Ese domingo, escribí un mensaje en la cuenta de Whatsapp de mi mamá: “Mañana dejaré el auto en la casa, después del trabajo pasaré a visitarte”. No me respondió. Al cabo de un par de horas recibí un mensaje de mi hermano: “Llamé al celular de la mamá y no me responde, ¿sabes dónde está?”. Eran las 21:30 y mis papás no podrían haber salido de la casa, llamé al celular de mi padre, no obtuve respuesta. Llamé al celular de mi madre, tampoco obtuve respuesta. Comenzó la preocupación que hasta hoy, no termina.

Cerca de las 10 de la noche mi otro hermano me escribió un mensaje: “La mamá está en emergencias”. Se me congeló el alma.

Fui a Emergencias en mi automóvil, no cuento con la autorización para la circulación vehicular en fines de semana pero no me importó, llegué al hospital en unos cuantos minutos, busqué a mi padre quien estaba sentado esperando, mi madre había sido evaluada y creían que tenía una distensión abdominal, le aplicaron enemas pero ella se quejaba por el dolor que le causaban. Nunca había escuchado unos quejidos tan desesperados, suplicaba por que le calmaran el dolor en la zona de la espalda.

Al ver que no superaba la crisis, decidieron tomar una placa radiográfica y comenzaron a manejar otro diagnóstico: Posible presencia de cálculos en las vías urinarias. O algo así entendí. Llamaron a mi padre para que firme la autorización de internación.

Con muchísima preocupación acompañamos a mi madre hasta el piso 8 del hospital, lugar donde le asignaron una habitación, se quedaría hasta que supere el malestar. Dos meses después, continúa en el piso que le asignaron aquella primera vez.

El lunes después del trabajo fui a visitarla, la vi con un mejor semblante, hablamos un poco, aún le dolía la espalda pero pude percibir que su estómago estaba muy hinchado, le pregunté si había comido algo y me dijo que no. Pensábamos que el hinchazón se debía a una intoxicación gástrica (no conozco los términos técnicos o apropiados), le suministraron otras dos enemas durante el día y nos dijeron que para el miércoles estaría ya de vuelta en casa, no fue así.

El martes desperté inquieto, no lograba concentrarme en lo que hacía, para las 10 de la mañana me llamó mi padre indicando que había recibido una llamada del hospital donde le indicaron que mi madre había tenido una recaída y se encontraba muy delicada, que el doctor a cargo quería hablar con él. Rápidamente salí del departamento y fui hasta el hospital.

Mientras conducía me puse en contacto con un par de médicos quienes al conocer la noticia se movilizaron y lograron acceder al diagnóstico: Aneurisma abdominal de aorta.

Desde el día domingo mi madre estaba perdiendo sangre, cada minuto que pasaba la sangre se le fue acumulando en la región baja de la espalda; el dolor que causa este aneurisma es uno de los peores que puede experimentar una persona. 

Por cerca de cuatro días el doctor a cargo solo le suministró Morfina, cada 8 horas. Vi como ingresaba la enfermera portando una jeringa con el fármaco, luego fueron dos jeringas. El contar todo lo que tuve que hacer para que mi madre logre ingresar a un quirófano y pueda recibir una prótesis me llevaría decenas de hojas. Gracias a Dios logramos que la operaran. 

Durante las ocho semanas después de esa operación mi madre pasó de terapia intensiva a terapia intermedia, le contagiaron COVID-19 en el mismo hospital, ahora se encuentra en una habitación a la espera de que un proceso administrativo concluya y puedan realizar una punción para extraerle un coágulo de sangre que tiene alojado cerca del riñón.

Hace 14 días mi padre fue diagnosticado con COVID-19. Él padece de diabetes mellitus tipo 2 e hipertensión arterial. Por medio de una prueba rápida pudimos identificar el cuadro viral, inmediatamente lo llevamos al hospital donde confirmaron la prueba casera, le tomaron una placa del pulmón y descartaron algún daño inicial. Contratamos a una doctora quien por vídeo conferencia realizó el seguimiento diario a través del reporte de las medidas del nivel de saturación de oxígeno, frecuencia cardíaca, presión y glucosa. Fue una semana horrible.

Mi padre aún continúa aislado, este viernes se le practicará una nueva prueba para verificar la presencia de anticuerpos. A mi madre no pudimos verla por casi quince días, gracias a la intervención Divina, un lunes por la tarde pude ingresar al hospital, fue enorme su alegría al verme. Sentí que mi corazón se paralizaba al oír su débil voz.

Son más de 60 días que despierto por las noches y no logro dormir, son 10 semanas que mantengo un nudo en el estómago, hay instantes en los que me cuesta mucho pensar pero debo seguir adelante. Quizá por ser el primogénito, mi familia decidió que debo hacerme cargo de esta situación, ahora todo lo que hago es pensando en su bienestar.

Desde que tengo uso de razón le temí a los hospitales, le temí a la muerte, le temí a la pérdida de mis padres. Hoy esos temores dejaron de serlo porque dormí en la sala de un hospital, porque vi a la muerte y sentí su fría mano. Sé que no estoy solo, nunca lo estuve. 

Aún nos queda un camino por recorrer pero tengo Fe que con la bendición de Dios mi madre volverá a casa para gozar de la compañía de mi padre y sus hijos.

Así sea. 

Gracias a mis amigos quienes donaron sangre para mi madre, gracias a mis hermanos médicos quienes estuvieron brindándome su asesoramiento y hasta consuelo, gracias a todos por sus llamadas y sus mensajes de apoyo.

Gracias, gracias… gracias.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Hospital Obrero No. 1

Después de recorrer un largo pasillo lleno de pacientes y camillas, pudimos llegar al área de tomografía y rayos x. Dejamos la boleta en el escritorio de una enfermera quien demostró relativa paciencia en su trabajo. Nos pidió tomar asiento y esperar el llamado de la especialista. En el lugar estaban, a esa hora, la enfermera, un grupo de doctores quienes miraban la pantalla de las computadoras y nosotros tres. Nos sentamos cerca de la puerta y esperamos el llamado. A los pocos minutos escuchamos el nombre y fuimos al lugar donde está instalado el tomógrafo. En el ingreso vi a una persona mayor sentada en una silla de ruedas, imaginé que le realizaron algún tipo de prueba o tomaron una placa, no estoy seguro, solo lo vi sentado, muy agotado, respiraba lentamente y con dificultad. Esperamos en la puerta y en menos de diez minutos nos pidieron ingresar para ayudarle a incorporarse. Lo hicimos con delicadeza y paciencia. Una vez fuera, preguntamos a la enfermera cuál era el próximo paso. Esperar el llamado del doctor, nos dijo. Así lo hicimos, por algo más de veinte minutos estuvimos esperando el llamado del especialista, quien seguramente fue a almorzar o simplemente daba una vuelta. Me incorporé para dirigirme hacia la enfermera y preguntarle nuevamente, esta vez me dijo que debíamos ir a la sala de emergencias, la que colindaba con el pasillo lleno de enfermos, para esperar ahí, el llamado del especialista. No teníamos otra opción más que seguir las instrucciones de aquella enfermera que de a poco perdía la gentileza. Dejamos el lugar y mientras cruzábamos el patio, varios médicos y paramédicos corrían hacia la sala de tomografías. Supuse que la emergencia sería por un paciente joven quien, por comentarios, presentaba un cuadro de derrame cerebral. Caminamos por el pasillo y esta vez los pacientes estaban siendo alimentados, no sé si fueron sus familiares quienes les proporcionaron el alimento o el hospital, pero todos ellos estaban recostados en canillas, algunas improvisadas, con cartones como colchón. Hasta las sillas estaban siendo ocupadas por enfermos quienes con algo más de fortuna no requerían estar recostados. Llegamos al área de emergencias y esperamos el llamado del doctor. Pasaron unos pocos minutos y el alboroto se armó, tres médicos pedían que se les abra paso para poder llevar a un paciente hacia el área de emergencias. Reconocí la camisa cuadriculada, el chaleco azul, el jean, era el señor quien estaba sentado en la silla de ruedas en la puerta de la sala de tomografía. Pasó cerca mío y pude ver su rostro pálido, increíblemente pálido. Cerraron la puerta de metal y no dejaron ingresar a sus parientes quienes se mostraron muy afligidos. Nos llamó el doctor, nos dijo que no se apreciaban coágulos en la cabeza, cosa que nos dio un gran alivio. Indicó que esperemos unos minutos más para la receta y los medicamentos. Salimos del lugar y pude ver como un policía ingresaba a la zona de emergencias, llevaba un cuaderno blanco en la mano. El oficial no permaneció mucho tiempo, tan solo unos minutos, luego salió junto con una enfermera quien comenzó a llamar a los familiares de aquel paciente. No sé si falleció, no sé si sobrevivió a la crisis, solo puedo asegurar que en el hospital existe una gran demanda por la atención médica, los profesionales hacen lo que pueden, algunos hacen más que otros, algunos tienen mejor predisposición que otros; quizás si ese paciente, el de la silla de ruedas, hubiera sido atendido dentro de esos largos 30 minutos que estuvimos esperando el llamado del doctor, en la sala de tomografía, tal vez la crisis no se hubiera desatado, puede que si los doctores dejaran el trámite administrativo de lado, se ganarían minutos valiosos en la atención de pacientes. Ya que, es otro aspecto que me llamó la atención, la cantidad de papeles que manejan, todos los internos piden hojas en la ventanilla, para proceder con la evaluación inicial. Fue la primera vez que estuve en la sala de emergencias del Hospital Obrero No 1. de la ciudad de La Paz y la experiencia fue triste, la escasez de espacio, profesionales, infraestructura, medicamentos y la excesiva burocracia, hace que pacientes, como el de la silla de ruedas, ingresen en una crisis fulminante solo por esperar a que el médico le llame. ¿Cuántos de esos casos se tendrán diariamente? ¿Cuántos de los profesionales van a trabajar solo por cumplir? ¿Cuántas hojas de papel se generarán por paciente? ¿Cuántos pacientes no serán atendidos? Son muchos cuantos y ojalá algún día la empatía entre unos y otros se haga presente para darnos cuenta de que somos humanos y pisamos un hospital, porque para nosotros, los pacientes y parientes, es nuestra última esperanza.