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jueves, 29 de septiembre de 2022

FIONA

Por los parlantes del avión acaban de anunciar que faltan pocos minutos para el aterrizaje en el aeropuerto internacional de El Alto, en la ciudad de La Paz. Son casi las dos de la madrugada y veo por la ventana las pequeñas luces que brillan como un cielo estrellado. Cierro los ojos mientras recuerdo lo ocurrido, inhalo profundamente y doy gracias a Dios por estar de vuelta en casa.

Hay veces que atravesamos por experiencias de vida, las que nos llevan a pensar en la fragilidad de nuestra existencia, en que lo hasta ahora construido está a merced de la naturaleza y, sobre todo, de la voluntad divina. La lección más importante que puedo sacar de esta situación es que la vida es más valiosa que el tú o el yo, más valiosa que el ego y más valiosa aún que todos los bienes materiales.

El sábado anterior, después de casi diez horas de vuelo y con una corta escala en El Dorado, finalmente llegamos al Aeropuerto Internacional de Punta Cana, en la República Dominicana. Saqué del bolsillo mi teléfono celular para conectarme a la red WiFi de la estación aérea y en cuestión de segundos comenzaron a llegar muchos mensajes de Whatsapp, decenas de correos electrónicos y otros recordatorios, pero mientras leía lo importante y reportaba mi arribo, saltó en la pantalla una extraña notificación, haciendo de lado las lecturas anteriores la abrí. Se trataba de una alerta de tormenta tropical en la zona, no le presté ni atención ni importancia y continúe con el trámite migratorio. Una vez obtenido el sello en el pasaporte y habiendo cumplido con todos los protocolos de bioseguridad correspondientes fui a recoger la maleta que se encontraba en el piso inferior del edificio.

A la salida del moderno aeropuerto, esperaba un vehículo que transportaría a todos los invitados al hotel sede del Congreso Latinoamericano de Tecnología e Innovación, organizado por la FELABAN. Durante el trayecto me concentré en apreciar el paisaje atravesado por la enorme carretera que marcaba la ruta hasta el magnífico hotel, el que albergaría a todos los participantes del evento internacional, que se volvería a realizar de forma presencial después de dos años, dando un final simbólico a la pandemia provocada por la Covid-19. Ansiosos por este retorno a la nueva normalidad y por el tan esperado evento, ingresamos al lugar del que disfrutaríamos los siguientes días.

En el lobby del hotel todo era impecable, el personal atendía con esmero a los visitantes que iban llegando constantemente. La organización había previsto hasta el más mínimo detalle para una asistencia de aproximadamente 300 personas. Ese sábado tendríamos el día libre y todas las actividades comenzarían el domingo con el registro de los participantes y por la noche, el cóctel de bienvenida.

El resto del sábado transcurrió en un parpadeo, llevaba casi 36 horas sin dormir y ni bien ingresé en la cómoda habitación, me desplomé sobre la gigantesca cama para quedarme inmediatamente dormido. Ya por la noche fui a cenar y observé que en estos complejos habitacionales se ofrecen todo tipo de distracciones para el viajero, con el objetivo de que no tenga la necesidad de abandonar el lugar en búsqueda de diversión o alimentación. Dentro de mis planes para el día siguiente estaba el salir a correr por la playa.

A las siete en punto de la mañana del domingo sonó la alarma del despertador, me levanté como elevado por un resorte para disfrutar del día. Al llegar a la playa no vi a más personas, quizás sería por la hora o lo nublado del cielo. Pregunté al guardia de seguridad si existía algún límite o peligro alrededor y me indicó que no.

Al ver que la playa estaba libre, luego de un ligero calentamiento fui bajando hasta la arena y allí me di la vuelta para comenzar a correr con el viento en contra que era tan intenso, obligándome casi a caminar. Todo se veía hermoso, el agua fría y transparente, la arena blanca y limpia, las palmeras enormes y esbeltas. Seguí corriendo cada vez más despacio y con dificultad, corrí hasta que llegué a una zona donde la arena se volvía escasa, me di la vuelta para regresar al hotel y unas grandes gotas de agua empezaron a caer, ese tramo final me dejó completamente empapado y fatigado ya que entre la lluvia y el viento no pude avanzar más.

Ingresé a mi habitación y luego de una ducha caliente me cambié y fui a desayunar una mezcla de frutas tropicales de vistosos colores. A medida que avanzaba el día los vientos se volvían más fuertes y la lluvia no cesaba. En un lugar tranquilo con vista a una piscina vacía comencé a leer y responder a los correos electrónicos más urgentes; para silenciar el ruido de los niños que jugaban en el lugar, me puse unos pequeños audífonos en los oídos. Todos los huéspedes se veían imposibilitados de pasear por las áreas externas, no podían disfrutar de los jardines ni nadar en las piscinas, mucho menos ir a la playa debido a que, la lluvia era copiosa y el viento cada vez más intenso.

El personal del hotel, ante los protocolos establecidos por las autoridades de la región, habían cerrado la noche anterior los accesos a los restaurantes al aire libre y únicamente estaba permitido el entretenimiento en las zonas cubiertas. Se habían replegado las sillas de las piscinas y apilado para resguardo del inmobiliario. Aún no se tenía ningún comunicado oficial, pero las noticias informaban sobre el paso del huracán Fiona por Puerto Rico. Era la tormenta tropical anunciada en mi celular el día anterior, la que ahora se había convertido en huracán categoría uno.

La noche del domingo, me vestí con el atuendo que había llevado para la ocasión y me dirigí al tan esperado evento de inauguración, que se inició con la recepción de los participantes por parte de la organización, quienes con una sonrisa en el rostro se presentaban y entregaban los documentos necesarios para la acreditación. Me llamó la atención que solo estuviéramos entre 50 o 60 personas en el lugar. Los vuelos habían sido cancelados esa misma tarde y se escuchaba un rumor de que el inicio del congreso sería postergado para el mediodía del lunes y no a primera hora de la mañana como inicialmente estaba planificado.

Durante la actividad, recibí un correo electrónico de la organización indicando que los ambientes de recreo del hotel serían cerrados a las 10:30 de la noche y que ningún huésped debería abandonar su habitación entre las 11:00 PM y las 08:00 AM del día siguiente o hasta un nuevo comunicado. El mensaje puso a todos alterados ya que, también indicaba que se repartirían bolsas con alimentos en cada una de las habitaciones y que el frigobar estaría disponible sin costo.

Regresé a mi habitación y pegando mi cara contra el vidrio vi por el balcón que la lluvia era intensa con un viento que casi doblegaba a las enormes palmeras. Cerré las cortinas y me dispuse a dormir. Encendí el televisor y se veían aterradoras noticias del paso del huracán por Puerto Rico, mismo que aún no había tocado tierra y a esa hora se encontraba a escasos 40 km de República Dominicana. El comentarista pronosticó que Fiona tocaría la isla en Punta Cana alrededor de las 2 AM.

No sé en qué momento quedé dormido, pero unos minutos después de las dos de la madrugada, me despertó el vibrar del edificio, el ruido intenso del viento destruyendo la vegetación, las gotas de agua golpeaban las ventanas, tuve la sensación de que en cualquier momento el moderno hotel se desplomaría y sonarían las alarmas para evacuar el lugar. Fueron 20 minutos de terror, eran cada vez más frecuentes los movimientos de la estructura, cómo pequeños sismos, uno tras otro.

El edificio vibraba y no me atreví a abandonar la habitación, la puerta del balcón no se podía abrir, la lluvia intensa azotaba las paredes, mis manos temblaban, sentía que tenía que salir de ahí, pero en ese momento no había otro lugar más seguro. Es impresionante la fuerza de la naturaleza y un evento como el que estaba ocurriendo no se asemejaba en nada a los vientos más fuertes que alguna vez pudiera haber sentido; quizá en La Paz o en Santa Cruz tuvimos algunos que no llegaban ni a 80 Km por hora, estos vientos eran de hasta 160 Km.

La lluvia no paraba ni un solo minuto y opacaba las luces externas del hotel, las que fueron encendidas en su totalidad. El vibrar de la estructura era fruto de la resistencia que ejercía el edificio, construido para este tipo de eventos, logrando protegernos ante el devastador paso del huracán.

Cerca a las 3 AM cesaron las vibraciones, el viento seguía soplando, pero con menos intensidad, la lluvia aún no menguaba e imposibilitaba la visibilidad más allá de los límites del hotel. Volví a recostarme para quedar completamente dormido, fueron minutos de terror, de mucha alerta y tensión nerviosa.

La mañana siguiente, muy temprano me despertó un nuevo comunicado, en el que indicaba que evaluarían los daños y si era seguro continuar con el evento. No fue así, al medio día todo se había cancelado, la infraestructura resultó muy dañada, se presentaban filtraciones en varias habitaciones. El viento había desaparecido dejando una gran cantidad de escombros en los pisos, hojas de los árboles en las piscinas y muebles destrozados.

Estuvimos sin poder salir de las habitaciones hasta pasadas las tres de la tarde, cuando en un nuevo comunicado indicaba, la administración del hotel, que el almuerzo sería servido en uno de los restaurantes y por grupos correspondientes a los bloques de habitaciones. Me apersoné cerca de las 16:30, cumpliendo estrictamente el horario y las recomendaciones, sin embargo, la cantidad de personas era inmensa, todos los huéspedes se habían dado cita en el lugar. El tiempo de espera para una mesa era de aproximadamente 45 minutos y una fila más corta para llevar la comida a la habitación.

La comida era bastante escasa. Encontré un salmón a la naranja con una ensalada de pepino y rábano (el único vegetal que no me agrada). En una mesa cercana estaba una familia italiana que pedía un arroz frito. El camarero les dijo que no había, pero que podían pedir un arroz con pollo. Se escuchaban conversaciones acerca de una posible evacuación, ya que, no existía energía eléctrica comercial y los generadores tendrían el combustible suficiente para unas pocas horas más.

En las siguientes horas, la administración indicaría a los organizadores que busquen otros hoteles con mejores condiciones de seguridad, ya que no garantizaban la estabilidad de aquel hermoso hotel que nos había recibido. Fue así como, el equipo de FELABAN comenzó a buscar hoteles habilitados para trasladar a los visitantes y, debido a que los vuelos estaban cancelados, también solicitaron los itinerarios para devolver a los participantes a sus países de origen en los próximos días. El personal de apoyo en La Paz logró adelantar mi vuelo de retorno en un día, siempre y cuando las condiciones climatológicas mejoraran y puedan aeronavegar los aviones.

Al finalizar el lunes, el sistema de energía eléctrica estaba interrumpido, la señal de WiFi y el aire acondicionado funcionaban por momentos, mientras la humedad se apoderaba del lugar haciendo dificultosa la permanencia en una habitación cerrada. Afuera, la lluvia continuaba sin parar, la cola del huracán aún azotaba a la isla. Pasadas las nueve de la noche, a menos de 24 horas del paso de Fiona, comenzaron a sonar los teléfonos de las habitaciones, la instrucción era que los huéspedes debían abandonar el hotel hasta las primeras horas del día siguiente.

El servicio de Internet permitió mantenerme en contacto con mi familia durante la emergencia, aunque la batería del teléfono se descargaba rápidamente por la cantidad de mensajes y llamadas que debía atender. En Bolivia, no estaban enterados de la magnitud del problema que estábamos viviendo y si en algún momento vieron los canales de televisión internacionales supieron que estuvimos expuestos a un devastador huracán.

Ya tenía la maleta lista para una rápida evacuación, cargué las baterías del celular y la tablet al 100 % y logré que habilitaran mi teléfono con el servicio de roaming internacional ya que, no tenía idea hacia dónde nos dirigiríamos ni la seguridad de que en el hotel al que fuéramos tendríamos acceso a Internet o energía eléctrica. Cerca de la media noche me confirmaron que estaba disponible el servicio.

El martes, a la hora indicada los participantes del congreso dejamos las habitaciones y nos dirigimos al lobby como indicaba el último comunicado que recibí. Eran escasas las nubes grises que aún permanecían en el firmamento y la temperatura comenzaba a subir rápidamente. Escribí en mi cuenta de Twitter que el sol brillaba en el horizonte. Mientras recorría el hotel vi enormes bloques de yeso y baldosas destruidas por el piso, árboles arrancados desde la raíz, muebles fracturados, vidrios rotos y aquellas palmeras que hace un par de días se veían hermosas estaban convertidas en troncos sin hojas, un verdadero desastre.

En una oficina muy próxima al que anteriormente era el lobby, se habilitaron unos precarios mostradores para el check-out, que fue más simbólico que un registro verdadero. Todos los asistentes al congreso nos vimos nuevamente en la puerta de ingreso y los comentarios eran sobre el paso del huracán y cómo algunos transcurrieron la noche en los baños batallando contra el ingreso de agua por las ventanas que no resistieron la furia del viento.

Un vehículo nos transportó a un hotel muy distinto al anterior, sin embargo, este tenía más seguridad y nos hospedaría el resto del tiempo que tocaba esperar hasta poder abordar la aeronave que me devolvería al hogar. Fue una noche algo incómoda, sin señal de Internet, pero estaba sano y salvo. A pocas horas de partir, con el equipaje listo solo esperé que transcurra el tiempo para dirigirme al aeropuerto. Apenas abordé el avión sentí que la pesadilla terminaba y que pronto estaría en casa.

Hoy valoro más que nunca que vivimos en un lugar donde los terremotos, huracanes, tsunamis o inundaciones son muy poco probables, pero debemos reflexionar y admitir que no estamos preparados para un evento adverso de la naturaleza. Deberíamos comenzar a generar una cultura de seguridad que nos permita entender y atender este tipo de fenómenos para estar listos frente a una potencial eventualidad, contando con protocolos de evacuación y auxilio.

Es importante reflexionar sobre este tema y hacer una pequeña evaluación de nuestros hogares, ¿Están preparados para un desastre natural? ¿Cuántos de nosotros tenemos un plan de emergencia? ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a ayudar a un vecino en un momento de crisis? ¿Cuántos de nosotros tenemos un equipo de emergencia en nuestro hogar? Son varias las preguntas que podríamos hacernos, pero lo principal es que empecemos a darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor y comencemos a trabajar en una cultura de seguridad en nuestro país.

Hoy agradezco a Dios, a mi familia, a mis amigos y compañeros de trabajo quienes se preocuparon por mi seguridad, recibir sus mensajes fue un incentivo para volverlos a ver. Les aseguro que ahora más que nunca valoro la vida y el sentido de mi existencia.

Gracias, gracias, gracias.