jueves, 20 de octubre de 2022

YLC 2022

Este sábado 21 de octubre sufriré, lloraré, pero… ¡llegaré!
Son casi 11 años desde mi primera participación en el Yolosa - La Cumbre (#YLC), denominada así a la competencia organizada por un grupo de aficionados ciclistas que se hacen llamar “Los Huanca”, inspirados en la aclamada serie de televisión de los años 80, “La bicicleta de los Huanca”.
Hoy el YLC es una de las competencias más esperadas por quienes practicamos el ciclismo. Aunque inicialmente estaba orientada a los deportistas amateurs en la actualidad existe una categoría especial para que los participantes de élite puedan demostrar sus cualidades escalando más de 3000 metros en bicicleta. Sin embargo, el grupo mayoritario está conformado por los aficionados que hacemos el mayor esfuerzo, no para batir ningún récord nacional, sino más bien, para superar nuestros propios límites a partir de la visualización de un objetivo personal como es llegar a Chuspipata (a 27 kilómetros de la partida) o hasta La Cumbre (a 65 kilómetros) en más de 8 horas, entre 7 y 8 horas, entre 6 y 7 horas, etc.
En aquella sexta versión del 2011, llegué totalmente agotado hasta Chuspipata, que es el ingreso al Camino de la Muerte, una antigua carretera de tierra entre la ciudad de La Paz y la población de Coroico. En Internet se puede encontrar mucha información sobre este legendario camino, incluso se grabó una temporada del programa de televisión titulado Rutas Mortales.
Hoy el Camino de la Muerte es un atractivo turístico frecuentado por diversos grupos de personas que descienden en bicicleta desde La Cumbre y terminan en Yolosa. Sin embargo, esta particular competición recorre el camino de forma inversa, parte en Yolosa y termina en La Cumbre paceña, por lo tanto, se trata de un ascenso constante y continuo que toma parte de la antigua carretera y la nueva, que a diferencia de la anterior es de asfalto. El recorrido inicia a algo más de 1200 msnm y culmina a 4600, pasa de una temperatura cálida a una totalmente gélida, atraviesa la zona yungueña y termina en una montaña casi congelada. Es un reto con alto desgaste físico y de gran esfuerzo mental.
Fue muy complicado para mi cumplir con esa primera participación, salía de una molestia en la rodilla, la bicicleta que utilicé pesaba más de 25 kilos, la hidratación fue poco apropiada y por mucho que lo intenté, no logré llegar a La Cumbre. Mi papá me esperó en ese punto intermedio y con mucha bronca me subí al bus que nos llevaría hasta la meta. Solo pude tomar algunas fotografías con el Blackberry y traté de dar aliento a los participantes, fue angustiante sentir que el cuerpo no rendía más.
Con la espina clavada en el pecho, el año siguiente me preparé mejor, cambié de bicicleta y logré conquistar la meta, años más tarde repetiría la hazaña. Con más tiempo para dedicarme al entrenamiento, durante el 2018 me enfoqué en romper mis límites, había bajado de peso y me encontraba en mi mejor momento, sin embargo, varios decidimos no participar en ese YLC que contó con una escasa convocatoria y una lluvia de reclamos. Para el 2020 la versión programada se tuvo que cancelar por la declaratoria de pandemia y finalmente, este 2022 nuevamente el YLC se hace presente con la esperada 15ava versión.
Tengo que confesar que no entrené lo suficiente, aunque confío muchísimo en la bicicleta que tengo, esta vez correré con una de aro 29” y espero que estas mejoras compensen en algo mi falta de estado físico.
Después de una decorosa participación en el Samaipata Challenge 2022 de Santa Cruz de la Sierra, este pasado fin de semana realizamos la última práctica, sentí la falta de ritmo al momento de escalar desde la localidad de Carreras hasta la ciudad de El Alto, que de acuerdo con el Strava, son algo más de 1700 metros de subida. Nos tomó cerca de 5 horas, pero lo logramos.
Para este sábado deseo llegar a La Cumbre, quizás no marque mi mejor tiempo, puede que sienta todo el cansancio del cuerpo en las piernas, pero tengo la completa predisposición para llegar a la meta. Dios nos ayude y proteja en este denominado "ascenso al cielo por el Camino de la Muerte".


jueves, 29 de septiembre de 2022

FIONA

Por los parlantes del avión acaban de anunciar que faltan pocos minutos para el aterrizaje en el aeropuerto internacional de El Alto, en la ciudad de La Paz. Son casi las dos de la madrugada y veo por la ventana las pequeñas luces que brillan como un cielo estrellado. Cierro los ojos mientras recuerdo lo ocurrido, inhalo profundamente y doy gracias a Dios por estar de vuelta en casa.

Hay veces que atravesamos por experiencias de vida, las que nos llevan a pensar en la fragilidad de nuestra existencia, en que lo hasta ahora construido está a merced de la naturaleza y, sobre todo, de la voluntad divina. La lección más importante que puedo sacar de esta situación es que la vida es más valiosa que el tú o el yo, más valiosa que el ego y más valiosa aún que todos los bienes materiales.

El sábado anterior, después de casi diez horas de vuelo y con una corta escala en El Dorado, finalmente llegamos al Aeropuerto Internacional de Punta Cana, en la República Dominicana. Saqué del bolsillo mi teléfono celular para conectarme a la red WiFi de la estación aérea y en cuestión de segundos comenzaron a llegar muchos mensajes de Whatsapp, decenas de correos electrónicos y otros recordatorios, pero mientras leía lo importante y reportaba mi arribo, saltó en la pantalla una extraña notificación, haciendo de lado las lecturas anteriores la abrí. Se trataba de una alerta de tormenta tropical en la zona, no le presté ni atención ni importancia y continúe con el trámite migratorio. Una vez obtenido el sello en el pasaporte y habiendo cumplido con todos los protocolos de bioseguridad correspondientes fui a recoger la maleta que se encontraba en el piso inferior del edificio.

A la salida del moderno aeropuerto, esperaba un vehículo que transportaría a todos los invitados al hotel sede del Congreso Latinoamericano de Tecnología e Innovación, organizado por la FELABAN. Durante el trayecto me concentré en apreciar el paisaje atravesado por la enorme carretera que marcaba la ruta hasta el magnífico hotel, el que albergaría a todos los participantes del evento internacional, que se volvería a realizar de forma presencial después de dos años, dando un final simbólico a la pandemia provocada por la Covid-19. Ansiosos por este retorno a la nueva normalidad y por el tan esperado evento, ingresamos al lugar del que disfrutaríamos los siguientes días.

En el lobby del hotel todo era impecable, el personal atendía con esmero a los visitantes que iban llegando constantemente. La organización había previsto hasta el más mínimo detalle para una asistencia de aproximadamente 300 personas. Ese sábado tendríamos el día libre y todas las actividades comenzarían el domingo con el registro de los participantes y por la noche, el cóctel de bienvenida.

El resto del sábado transcurrió en un parpadeo, llevaba casi 36 horas sin dormir y ni bien ingresé en la cómoda habitación, me desplomé sobre la gigantesca cama para quedarme inmediatamente dormido. Ya por la noche fui a cenar y observé que en estos complejos habitacionales se ofrecen todo tipo de distracciones para el viajero, con el objetivo de que no tenga la necesidad de abandonar el lugar en búsqueda de diversión o alimentación. Dentro de mis planes para el día siguiente estaba el salir a correr por la playa.

A las siete en punto de la mañana del domingo sonó la alarma del despertador, me levanté como elevado por un resorte para disfrutar del día. Al llegar a la playa no vi a más personas, quizás sería por la hora o lo nublado del cielo. Pregunté al guardia de seguridad si existía algún límite o peligro alrededor y me indicó que no.

Al ver que la playa estaba libre, luego de un ligero calentamiento fui bajando hasta la arena y allí me di la vuelta para comenzar a correr con el viento en contra que era tan intenso, obligándome casi a caminar. Todo se veía hermoso, el agua fría y transparente, la arena blanca y limpia, las palmeras enormes y esbeltas. Seguí corriendo cada vez más despacio y con dificultad, corrí hasta que llegué a una zona donde la arena se volvía escasa, me di la vuelta para regresar al hotel y unas grandes gotas de agua empezaron a caer, ese tramo final me dejó completamente empapado y fatigado ya que entre la lluvia y el viento no pude avanzar más.

Ingresé a mi habitación y luego de una ducha caliente me cambié y fui a desayunar una mezcla de frutas tropicales de vistosos colores. A medida que avanzaba el día los vientos se volvían más fuertes y la lluvia no cesaba. En un lugar tranquilo con vista a una piscina vacía comencé a leer y responder a los correos electrónicos más urgentes; para silenciar el ruido de los niños que jugaban en el lugar, me puse unos pequeños audífonos en los oídos. Todos los huéspedes se veían imposibilitados de pasear por las áreas externas, no podían disfrutar de los jardines ni nadar en las piscinas, mucho menos ir a la playa debido a que, la lluvia era copiosa y el viento cada vez más intenso.

El personal del hotel, ante los protocolos establecidos por las autoridades de la región, habían cerrado la noche anterior los accesos a los restaurantes al aire libre y únicamente estaba permitido el entretenimiento en las zonas cubiertas. Se habían replegado las sillas de las piscinas y apilado para resguardo del inmobiliario. Aún no se tenía ningún comunicado oficial, pero las noticias informaban sobre el paso del huracán Fiona por Puerto Rico. Era la tormenta tropical anunciada en mi celular el día anterior, la que ahora se había convertido en huracán categoría uno.

La noche del domingo, me vestí con el atuendo que había llevado para la ocasión y me dirigí al tan esperado evento de inauguración, que se inició con la recepción de los participantes por parte de la organización, quienes con una sonrisa en el rostro se presentaban y entregaban los documentos necesarios para la acreditación. Me llamó la atención que solo estuviéramos entre 50 o 60 personas en el lugar. Los vuelos habían sido cancelados esa misma tarde y se escuchaba un rumor de que el inicio del congreso sería postergado para el mediodía del lunes y no a primera hora de la mañana como inicialmente estaba planificado.

Durante la actividad, recibí un correo electrónico de la organización indicando que los ambientes de recreo del hotel serían cerrados a las 10:30 de la noche y que ningún huésped debería abandonar su habitación entre las 11:00 PM y las 08:00 AM del día siguiente o hasta un nuevo comunicado. El mensaje puso a todos alterados ya que, también indicaba que se repartirían bolsas con alimentos en cada una de las habitaciones y que el frigobar estaría disponible sin costo.

Regresé a mi habitación y pegando mi cara contra el vidrio vi por el balcón que la lluvia era intensa con un viento que casi doblegaba a las enormes palmeras. Cerré las cortinas y me dispuse a dormir. Encendí el televisor y se veían aterradoras noticias del paso del huracán por Puerto Rico, mismo que aún no había tocado tierra y a esa hora se encontraba a escasos 40 km de República Dominicana. El comentarista pronosticó que Fiona tocaría la isla en Punta Cana alrededor de las 2 AM.

No sé en qué momento quedé dormido, pero unos minutos después de las dos de la madrugada, me despertó el vibrar del edificio, el ruido intenso del viento destruyendo la vegetación, las gotas de agua golpeaban las ventanas, tuve la sensación de que en cualquier momento el moderno hotel se desplomaría y sonarían las alarmas para evacuar el lugar. Fueron 20 minutos de terror, eran cada vez más frecuentes los movimientos de la estructura, cómo pequeños sismos, uno tras otro.

El edificio vibraba y no me atreví a abandonar la habitación, la puerta del balcón no se podía abrir, la lluvia intensa azotaba las paredes, mis manos temblaban, sentía que tenía que salir de ahí, pero en ese momento no había otro lugar más seguro. Es impresionante la fuerza de la naturaleza y un evento como el que estaba ocurriendo no se asemejaba en nada a los vientos más fuertes que alguna vez pudiera haber sentido; quizá en La Paz o en Santa Cruz tuvimos algunos que no llegaban ni a 80 Km por hora, estos vientos eran de hasta 160 Km.

La lluvia no paraba ni un solo minuto y opacaba las luces externas del hotel, las que fueron encendidas en su totalidad. El vibrar de la estructura era fruto de la resistencia que ejercía el edificio, construido para este tipo de eventos, logrando protegernos ante el devastador paso del huracán.

Cerca a las 3 AM cesaron las vibraciones, el viento seguía soplando, pero con menos intensidad, la lluvia aún no menguaba e imposibilitaba la visibilidad más allá de los límites del hotel. Volví a recostarme para quedar completamente dormido, fueron minutos de terror, de mucha alerta y tensión nerviosa.

La mañana siguiente, muy temprano me despertó un nuevo comunicado, en el que indicaba que evaluarían los daños y si era seguro continuar con el evento. No fue así, al medio día todo se había cancelado, la infraestructura resultó muy dañada, se presentaban filtraciones en varias habitaciones. El viento había desaparecido dejando una gran cantidad de escombros en los pisos, hojas de los árboles en las piscinas y muebles destrozados.

Estuvimos sin poder salir de las habitaciones hasta pasadas las tres de la tarde, cuando en un nuevo comunicado indicaba, la administración del hotel, que el almuerzo sería servido en uno de los restaurantes y por grupos correspondientes a los bloques de habitaciones. Me apersoné cerca de las 16:30, cumpliendo estrictamente el horario y las recomendaciones, sin embargo, la cantidad de personas era inmensa, todos los huéspedes se habían dado cita en el lugar. El tiempo de espera para una mesa era de aproximadamente 45 minutos y una fila más corta para llevar la comida a la habitación.

La comida era bastante escasa. Encontré un salmón a la naranja con una ensalada de pepino y rábano (el único vegetal que no me agrada). En una mesa cercana estaba una familia italiana que pedía un arroz frito. El camarero les dijo que no había, pero que podían pedir un arroz con pollo. Se escuchaban conversaciones acerca de una posible evacuación, ya que, no existía energía eléctrica comercial y los generadores tendrían el combustible suficiente para unas pocas horas más.

En las siguientes horas, la administración indicaría a los organizadores que busquen otros hoteles con mejores condiciones de seguridad, ya que no garantizaban la estabilidad de aquel hermoso hotel que nos había recibido. Fue así como, el equipo de FELABAN comenzó a buscar hoteles habilitados para trasladar a los visitantes y, debido a que los vuelos estaban cancelados, también solicitaron los itinerarios para devolver a los participantes a sus países de origen en los próximos días. El personal de apoyo en La Paz logró adelantar mi vuelo de retorno en un día, siempre y cuando las condiciones climatológicas mejoraran y puedan aeronavegar los aviones.

Al finalizar el lunes, el sistema de energía eléctrica estaba interrumpido, la señal de WiFi y el aire acondicionado funcionaban por momentos, mientras la humedad se apoderaba del lugar haciendo dificultosa la permanencia en una habitación cerrada. Afuera, la lluvia continuaba sin parar, la cola del huracán aún azotaba a la isla. Pasadas las nueve de la noche, a menos de 24 horas del paso de Fiona, comenzaron a sonar los teléfonos de las habitaciones, la instrucción era que los huéspedes debían abandonar el hotel hasta las primeras horas del día siguiente.

El servicio de Internet permitió mantenerme en contacto con mi familia durante la emergencia, aunque la batería del teléfono se descargaba rápidamente por la cantidad de mensajes y llamadas que debía atender. En Bolivia, no estaban enterados de la magnitud del problema que estábamos viviendo y si en algún momento vieron los canales de televisión internacionales supieron que estuvimos expuestos a un devastador huracán.

Ya tenía la maleta lista para una rápida evacuación, cargué las baterías del celular y la tablet al 100 % y logré que habilitaran mi teléfono con el servicio de roaming internacional ya que, no tenía idea hacia dónde nos dirigiríamos ni la seguridad de que en el hotel al que fuéramos tendríamos acceso a Internet o energía eléctrica. Cerca de la media noche me confirmaron que estaba disponible el servicio.

El martes, a la hora indicada los participantes del congreso dejamos las habitaciones y nos dirigimos al lobby como indicaba el último comunicado que recibí. Eran escasas las nubes grises que aún permanecían en el firmamento y la temperatura comenzaba a subir rápidamente. Escribí en mi cuenta de Twitter que el sol brillaba en el horizonte. Mientras recorría el hotel vi enormes bloques de yeso y baldosas destruidas por el piso, árboles arrancados desde la raíz, muebles fracturados, vidrios rotos y aquellas palmeras que hace un par de días se veían hermosas estaban convertidas en troncos sin hojas, un verdadero desastre.

En una oficina muy próxima al que anteriormente era el lobby, se habilitaron unos precarios mostradores para el check-out, que fue más simbólico que un registro verdadero. Todos los asistentes al congreso nos vimos nuevamente en la puerta de ingreso y los comentarios eran sobre el paso del huracán y cómo algunos transcurrieron la noche en los baños batallando contra el ingreso de agua por las ventanas que no resistieron la furia del viento.

Un vehículo nos transportó a un hotel muy distinto al anterior, sin embargo, este tenía más seguridad y nos hospedaría el resto del tiempo que tocaba esperar hasta poder abordar la aeronave que me devolvería al hogar. Fue una noche algo incómoda, sin señal de Internet, pero estaba sano y salvo. A pocas horas de partir, con el equipaje listo solo esperé que transcurra el tiempo para dirigirme al aeropuerto. Apenas abordé el avión sentí que la pesadilla terminaba y que pronto estaría en casa.

Hoy valoro más que nunca que vivimos en un lugar donde los terremotos, huracanes, tsunamis o inundaciones son muy poco probables, pero debemos reflexionar y admitir que no estamos preparados para un evento adverso de la naturaleza. Deberíamos comenzar a generar una cultura de seguridad que nos permita entender y atender este tipo de fenómenos para estar listos frente a una potencial eventualidad, contando con protocolos de evacuación y auxilio.

Es importante reflexionar sobre este tema y hacer una pequeña evaluación de nuestros hogares, ¿Están preparados para un desastre natural? ¿Cuántos de nosotros tenemos un plan de emergencia? ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a ayudar a un vecino en un momento de crisis? ¿Cuántos de nosotros tenemos un equipo de emergencia en nuestro hogar? Son varias las preguntas que podríamos hacernos, pero lo principal es que empecemos a darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor y comencemos a trabajar en una cultura de seguridad en nuestro país.

Hoy agradezco a Dios, a mi familia, a mis amigos y compañeros de trabajo quienes se preocuparon por mi seguridad, recibir sus mensajes fue un incentivo para volverlos a ver. Les aseguro que ahora más que nunca valoro la vida y el sentido de mi existencia.

Gracias, gracias, gracias.



lunes, 15 de agosto de 2022

5530

Pasaron pocos días desde la celebración del año 5530 dentro del calendario aimara, quedan aún en el corazón esos hermosos mensajes de unidad vertidos desde Tiahuanaco y en la retina las sonrisas de nuestro presidente y ex presidente, que transmitieron la hermandad en torno a nuestras tradiciones. Ese simbólico día, los que amamos estás tierras, subimos a las cimas de las montañas para recibir, con las manos extendidas, los primeros rayos del Tata Inti. Y, mientras agradecíamos por las bendiciones recibidas de la Madre Tierra, sentimos con más fuerza nuestra identidad por el lugar que nos vio nacer, por este Estado Plurinacional que acoge y respeta las culturas ancestrales, sin imponernos una religión, un idioma o una cultura. Sin embargo, no todos entienden o comprenden este paradigma que nos propone la cosmovisión andina, aún existen personas quienes se quedaron con un pensamiento colonial, como el de aquel influencer oriental quien en un polémico vídeo destacaba orgulloso su origen español, comentando entre otras cosas que "la identidad actual del cruceño la trajeron en barco y en carabela…".

Mientras cierro la aplicación del celular, aún resuena en mi mente la voz estridente de aquel resentido descendiente español, lo que me lleva a imaginar a un Cristóbal Colón asumiendo el mando para un viaje de conquista, que seguro en ese momento se creyó que sería una expedición por una nueva ruta hacia las Indias. Imagino a un hombre muy enérgico, quien tomó tres barcos con nombres de mujer y decidió emprender un desafío, como quien se imbuye en una aventura sin precedentes. Imagino a un traficante de esclavos ansioso por apropiarse de un nuevo botín sin importar el costo o tiempo de aquella travesía. Leí a Antonio Espino, Christian Gerlach, Bartolomé de las Casas, entre algunos, lo que me permitió conocer esta parte de la historia, que en lo personal no me enorgullece ni me representa.

Con la venia de la Reina Isabel I de Castilla, el capitán Colón salió a conquistar su añorado deseo, aunque le faltaba una tripulación. Seguramente, se preguntó a quiénes deberían llevar a su aventura y comenzó reclutando a sus compañeros, cómplices y socios en las cárceles, burdeles y tabernas, invitando a cuanto ladrón, bribón o asesino encontraba a su paso, al final, ellos no tenían una familia por cual velar y podían zarpar ansiosos por cobrar las cuantiosas monedas de oro y de plata prometidas. Por supuesto, tampoco olvidó llevar consigo a una pieza fundamental del plan, a los representantes de la respetable Iglesia Católica, manifestados en viejos sacerdotes que con la Biblia en la mano se sumaron ansiosos a la vil agrupación, su objetivo era simple, llevar la palabra de su Dios hasta los más recónditos confines del mundo.

Después de varios meses en alta mar y con una tripulación a punto de la sublevación, un 12 de Octubre de 1492 desembarcó, en el territorio americano, la lacra europea hambrienta de poder.

Muchos de esos invasores eran hombres altos, enormes y musculosos, que en cierto tiempo fueron capataces y esclavos. Esos extranjeros se apropiaron de todo lo que encontraron a su paso, sin respeto, mucho menos educación o cultura; comenzaron a robar, saquear y violentar la riqueza que este paraíso había albergado hasta ese instante. Tristemente ese abuso del poder impuesto a fuerza, fuego y metal seguiría presente por generaciones.

Aquellos españoles, italianos o galos, se encontraron con un verdadero Edén, en el que hombres, mujeres y niños desnudos sin malicia corrían, cantaban y bailaban al son de su música, inmensamente ricos en identidad y cultura, creyentes de su sublime cosmología, hasta que llegó el terror en forma de armadura plateada que encandiló sus ojos, calló sus voces y apagó sus espíritus.

Los miembros de la Iglesia Católica no actuaron de forma diferente; con la Biblia en una mano, la cruz en la otra y en el nombre de Dios impusieron su credo y obligaron a adorar a un único Ser supremo. Los sabios ancianos legítimos dueños de éstas tierras, quienes adoraban a los astros y respetaban a la Madre Tierra, fueron obligados a creer en el poder emanado de un Dios vengativo y no solo eso, también fueron intimidados para seguir y profesar una religión extraña, complicada e impuesta por aquel clero europeo representado por un puñado de sacerdotes, monjes y feligreses quienes, con el uso de las armas, impusieron su devoción.

Los que llegaron en barco a estás tierras benditas esclavizaron a los nativos para imponer una cultura sin raíces, aquella música sin alegría y una religión sin credo. Fundaron una nueva población diseminando genes de maldad, sin identidad e irresponsabilidad. No se podía esperar otra cosa de un grupo de piratas sin valores, sin moral y sin escrúpulos.

Más de 500 años después aún existe gente que se siente orgullosa por haber sido conquistada por aquellos delincuentes, ladrones y saqueadores, aún creen ser mejores personas por tener un distorsionado apellido europeo, por ser descendientes de la colonia española, por tener la piel pálida o los ojos de un color diferente. No les contaron o no leyeron acerca de quienes realmente fueron sus antecesores y cuáles fueron sus antecedentes.

Nuestra identidad no llegó en barco o carabela, nació en esta hermosa tierra y continuaremos fortaleciendo esta libertad cultural que el Estado nos brinda, con la fuerza de los andes que llevamos en la sangre, como hijos predilectos del Tata Inti y la Pachamama.

¡Jallalla 5530!




martes, 1 de febrero de 2022

EL OXÍGENO MEDICINAL

El fin de semana antes de la Navidad, mi hermano comenzó a presentar los primeros síntomas de un posible contagio por Coronavirus; ese dolor de cabeza, aquella molestia en la garganta, un poco de fiebre. Creyó que se trataba de una gripe estacionaria y la primera medicación fue la tradicional, tomar un té caliente, algo para aplacar el dolor de cabeza y mucha paciencia. No mejoró.

Para el lunes el cuadro había empeorado, la fatiga respiratoria era evidente, fue entonces cuando decidió ir a la evaluación médica en una clínica privada de la zona de San Jorge. Al haber retornado de la Argentina hace algo más de un mes, aún su seguro médico internacional estaba vigente y la clínica a la que acudió era la autorizada para prestarle la asistencia requerida.

El resultado de la evaluación fue lo que sospechaba, aunque contaba con la doble dosis de la vacuna Astrazeneca, se había contagiado del virus. Le recetaron lo mismo que al resto de los pacientes, ahí hubo una primera falla, mi hermano presenta una enfermedad de base y considero que la medicación debería estar en relación a su historial médico. 

Desde el lunes cuando identificaron algunas manchas en sus pulmones hasta el día jueves que se procedió con su internación, se mantuvo aislado cumpliendo con la recomendación médica. Sin embargo, cada hora que pasaba sus fuerzas disminuían y aún con la asistencia privada de una neumóloga, no lograron estabilizar su nivel de oxigenación. Dada la criticidad y gracias a las gestiones efectuadas se lo pudo ingresar en el hospital municipal de La Portada.

Pasamos varios días en la puerta del hospital tratando de conocer la evolución de mi hermano y que de acuerdo a los partes médicos se encontraba estable. Diariamente solicitaban la compra de algunos remedios, los que logramos adquirir en las farmacias locales con algo de dificultad.

Fue una Navidad triste la del pasado 2021, mi hermano internado, mis papás totalmente angustiados y sin un reporte médico que nos indique cuánto tiempo más estaría internado. Hace mucho que mi familia no se reúne completa en la mesa, ya que todos los hermanos recorrimos nuestros caminos y resulta casi imposible que nos volvamos a encontrar en el hogar familiar. Esa Noche Buena, me quedé a acompañar a mis papás por algunas horas más.

Pocos días antes al Año Nuevo mi hermano ya no pudo soportar el estar dentro del hospital, como se trata de un profesional en traumatología, le realizaron todas las valoraciones y logró el alta correspondiente, bajo su responsabilidad médica. Quizás ahí también cometimos otro error, debimos esperar algunos días más. En la última valoración que le efectuaron, antes de salir del hospital, aún presentaba la existencia del virus.

Cuando el año terminaba, con mi hermano en casa, tomamos un té y comimos algunos bizcochos que mi madre había encontrado cerca del hospital. Se lo veía muy bien de semblante, respiraba con casi normalidad y tenía un tanque pequeño de oxígeno como respaldo frente a una eventual falta de aire.

De ese fin de semana hasta el siguiente jueves presentó un nuevo decaimiento, requería nuevamente del soporte de oxígeno. No recuerdo en qué momento mi papá llevó un enorme tanque con el gas medicinal, pero este ya se encontraba en la habitación de mi hermano y le servía para recuperar el aire.

Del jueves al domingo la situación se volvió crítica, pasó de esa capacidad que tenía para caminar, subir las gradas y cumplir con sus ejercicios de rehabilitación, a nuevamente estar postrado en la cama. Le habían suministrado una serie de fármacos que le ayudarían a combatir la neumonía, creímos que esos medicamentos de alta potencia eran los causantes de esa recaída.

Con una enorme angustia internamos a mi hermano en una clínica privada de la zona de San Pedro. El diagnóstico inicial indicaba un alto compromiso de sus pulmones y se manejaba una posible reinfección o nuevo contagio por Coronavirus. Esa mañana del lunes ingresó a terapia intermedia y todos nos quedamos con una sensación de tristeza e impotencia ante lo que estaba ocurriendo.

La clínica en la que logramos internarlo nos ofreció toda su colaboración ya que no pudimos regresar al hospital de La Portada porque la ciudad enfrentaba la cuarta ola y todas las camas habilitadas se encontraban ocupadas. En esos primeros días del año todos los nosocomios se vieron superados por la cantidad de pacientes infectados por una variante nueva del Coronavirus.

Pasaron diez días aproximadamente, en ese tiempo mi hermano fue recuperando nuevamente su vitalidad y una noche me envió por WhatsApp con una foto de su PCR que mostraba con letras grandes la palabra: Negativo. Lo celebramos ya que en pocos días lograría nuevamente el alta médico. 

De regreso en casa, conversamos sobre lo ocurrido, lo note más tranquilo y de muy buen semblante. Me comentó mi mamá que días después inclusive fue a jugar con su perro, el que lo acompaña desde que vivía en Buenos Aires. Todo parecía que estaba superado.

Este pasado viernes, cuando hablé con mi papá, con tristeza me informó que mi hermano no había podido dormir la noche anterior y pese a que el doctor le había recetado una pastilla para dormir, no lo había conseguido. La falta de sueño le estaba generando una subida en su frecuencia cardiaca, lo que ocasiona mayor ansiedad y entró en un círculo vicioso peligroso. Llegó al punto de depender tanto del oxígeno medicinal que le era casi imposible mantenerse sin ese suministro.

No entendíamos lo que estábamos haciendo mal, en las dos oportunidades que dejó el hospital y la clínica, lo encontrábamos bien pero en un lapso de tres a cuatro días nuevamente decaía. En algún momento pensé que había algo en la habitación, en la cama o en las mascotas que ocasionaron esa desmejoría.

Todo el domingo por la tarde me quedé con él, estuve sentado a su lado mientras veía como dormía después del almuerzo escaso que comió. No entendía a qué se debía aquel decaimiento, hablé con un par de médicos quienes recomendaron evaluaciones más rigurosas y el apoyo psiquiátrico para combatir las alucinaciones que presentó en las noches pasadas.

Me despedí con tristeza aquella tarde lluviosa de finales de enero, le pedí que no se rinda, que la vida debía continuar, pero lo sentí tan decaído y casi sin ánimos. Me dolió muchísimo verlo en esa situación.

Llegué a mi departamento, encendí una vela pidiendo por su recuperación, oré por su bienestar y salud. Aquella noche dormí temprano pero de forma intermitente. 

Por la mañana recibí un mensaje, pensé lo peor, me arme de valor y lo leí.

Hola! Dormí muy bien anoche.

Di gracias a Dios y luego hablé con mi mamá, quien me comentó que la noche anterior llamaron a la empresa encargada del suministro del oxígeno medicinal y el operador responsable del reabastecimiento se opuso a la recarga porque el tanque de oxígeno que mi padre había alquilado se encontraba en deterioradas condiciones.

Una semana atrás mi otro hermano había dejado un tanque nuevo de oxígeno, pero no contaba con el suficiente gas, fue ese tanque que les sirvió para el reemplazo. Esa noche mi hermano logró dormir, no tuvo las alucinaciones de las anteriores, presentó niveles de saturación acorde a su proceso de rehabilitación.

Cuándo me preguntaba, ¿qué estamos haciendo mal? pues era eso, suministrarle oxígeno contaminado por encontrarse en un tanque que no contaba con la certificación para su uso, estaba inhalando oxígeno mezclado con todo aquel óxido que se encontraba en un tanque viejo. Aunque el recargado del gas medicinal pudiese provenir de un sistema totalmente garantizado al momento de ingresar en el tanque deteriorado simplemente se volvía tóxico.

Gracias aquel técnico quien se opuso a efectuar una recarga en un tanque sin garantías, gracias a esa persona con altos valores, gracias a su asistencia en el momento adecuado logramos identificar el problema.

Ayer publiqué en mi cuenta de Twitter un par de mensajes que hacen referencia a esa empresa que comercializa el oxígeno medicinal en tanques no aptos, que son antigüos y no presentan el mantenimiento técnico necesario. Espero que quienes estén atravesando la enfermedad y requieren del oxígeno medicinal, puedan proceder con la revisión de los datos que tienen los tanques que alquilan, para estar seguros de lo que están respirando y no pasen lo que mi hermano vivió.

Una denuncia puede ayudar con el objetivo de precautelar a la población pero las instituciones llamadas a efectuar una revisión sobre el estado en el que se encuentran los tanques de oxígeno medicinal comercializados por estas empresas son el Servicio Departamental de Salud - SEDES La Paz y el Viceministerio de Defensa al Consumidor, dependiente del Ministerio de Justicia. Espero que efectúen su tarea.

Gracias a Dios, hoy mi hermano se encuentra en franca recuperación y pido de corazón pueda superar muy pronto esta difícil prueba.




jueves, 20 de enero de 2022

El abierto de Australia

El pasado lunes por la noche, estuve paseando por la grilla de canales de televisión que ofrece la compañía proveedora del servicio y quedé atrapado con los encuentros correspondientes a la primera ronda del Australian Open.

El Abierto de Australia, de acuerdo a Wikipedia, es el primero de los cuatro torneos oficiales que forman parte del Gran Slam de tenis. El complejo deportivo de Melbourne Park, en la ciudad de Melbourne, es el epicentro de la competencia que se desarrolla durante el mes de enero.

Por los horarios en los que se transmiten los partidos es posible verlos, siempre y cuando no tengamos inconvenientes con una noche prolongada, ya que los canales de televisión, encargados de transmitir el evento, dedican más de ocho horas de trabajo ininterrumpido a la cita deportiva.

El año pasado, en plena pandemia, se aplicaron estrictas medidas de bioseguridad lo que se fue replicando en el resto de los torneos mundiales que lograron efectuarse en plena crisis sanitaria. Una de esas medidas establecía que los partidos sean jugados sin público, algo que obviamente le quitó el encanto. Supongo que no se debe sentir lo mismo jugar un gran torneo sin la presencia de los fanáticos, quizá sea como una obra de teatro sin espectadores.

Cuando tenía 12 años, recuerdo que para esas vacaciones de fin de año, mis papás me inscribieron al club de tenis de la ciudad. Fue tan repentino que no les dio el tiempo para que me compraran una raqueta y tuvimos que recurrir a uno de mis tíos, quien con mucho gusto me prestó la suya.

Esa mi primera raqueta era de madera, pesadísima y algo retorcida, lo que no me importó, me sentía muy entusiasmado por salir a jugar.

La cancha del club era de polvo de arcilla, no sé si todas las canchas de arcilla son así pero en aquella, se pulverizaban ladrillos con la ayuda de una pequeña aplanadora, supongo que tardaban varias horas para poder lograr convertir los pedazos de ladrillo en polvo y luego compactarlo para distribuirlo uniformemente sobre el terreno.

El entrenador era una persona algo tosca con quienes éramos benjamines en el deporte, en algún momento sentí que no quería a los nuevos alumnos, que prefería entrenar y practicar con los antiguos y más experimentados. En esa clase inicial, el parco entrenador tomó un marcador y trazó una línea que atravesaba mi mano derecha, cruzaba entre los dedos pulgar e índice, para terminar en el mango de la pesada raqueta de madera. La línea servía para señalar la posición que debería tener la raqueta al momento de sujetarla.

Terminadas las clases, podíamos jugar un partido entre nosotros y en aquellos encuentros preliminares no sabía como era el conteo de puntos, tampoco nadie me enseñó, solo escuchaba 15 - 0, 30 - 0, 40 - 0, ¡juego! Después de varios partidos perdidos entendí que seis juegos ganados hacen un set y dos o tres sets ganados hacen al vencedor del partido. Me preguntaba porque los puntos no se cuentan como: 15, 30, 45. Me parecía más lógico, pero no. Existen páginas en Internet que cuentan el origen del curioso sistema de puntuación.

Las clases eran por la mañana y me gustaba tanto el deporte que por las tardes volvía al club de tenis para continuar con la práctica. Por las tardes se podía encontrar alguna cancha vacía y si no había algún compañero con quien jugar, quedaba practicar contra el frontón, que no era nada más que una pared con líneas verticales y horizontales que servían de referencia para pegar a la pelota. Podía pasar horas practicando contra la pared.

Hace algunos años leí el libro titulado Open, de Andre Agassi, un extenista norteamericano quien llegó a ser número uno del ranking mundial de la ATP en 1999. Me acuerdo que vi algunos juegos de Andre, por aquellos años 80 y 90, contra su rival Pete Sampras, quien no era precisamente de mi agrado. También me acuerdo de la sin igual Monica Seles o la alemana Steffi Graf. Aunque en aquellos años el acceso a los servicios de TV cable eran limitados o escasos, debíamos esperar los resúmenes deportivos que ofrecían los programas de televisión abierta.

Estos días y mientras dure el Abierto de Australia podré disfrutar del mejor tenis mundial y ahora con mayor razón ya que no participará el serbio Novak Djokovic, quien por razones de incumplimiento a las normas de salubridad fue deportado de Australia.

Para este torneo no tengo un favorito, quizás por naturaleza humana apoyaré al jugador más débil, al peor posicionado en el ranking mundial, solo por ver una batalla deportiva sobre una cancha azul, donde los modernos David y Goliat se lanzarán pelotazos a más de 170 Kilómetros por hora.


sábado, 2 de enero de 2021

INTI PHAXSI

Dejé la mochila en la silla de mi habitación y busqué a mi mamá para saludarla después de una larga mañana de clases. Transcurría la primavera de 1989 y se aproximaban las vacaciones finales. Subí a la terraza y encontré a mi mamá con sus quehaceres que nunca le faltaban.

—Llamó tu tía y quiere que vayas a visitarla a la radio esta tarde. —Me dijo.

No podía creer que finalmente me hubiera llamado, durante varias semanas estuve intentando conocer la radio y finalmente había llegado la oportunidad de ingresar a una cabina de locución.

Terminé de almorzar y rápidamente me preparé para llegar puntual a la radioemisora donde mi tía era la propietaria. No recuerdo los detalles, solo me veo sentado a lado de mi tía con el micrófono cerca de los labios y ella diciéndome:

—Tranquilo hijito, solo invita a que escuchen la próxima canción.

Sentí un nerviosismo extremo, la voz no salía de la garganta, el calor me invadió el cuerpo y seguramente dije algo parecido a una presentación.

Mi tía sintió aquel intenso nerviosismo y creyó que no estaba preparado para hablarle a su amplia audiencia y esa tarde prefirió que vaya a ordenar los discos y las cintas almacenadas en la discoteca. 

Regresé a la radio un par de veces más para colaborar con los discos de vinilo en el tornamesas o cambiar las cintas enormes que contenían la publicidad. Al año siguiente empaqué mis cosas y dejé la ciudad para continuar con mis estudios universitarios. Nunca más volví a una cabina de radio.

Con el paso de los años mi gusto por la radio no cambió, la llegada de los teléfonos celulares conectados a Internet abrió una nueva posibilidad, la de escuchar radioemisoras no solo locales sino también internacionales.

Una de las aplicaciones que frecuentemente uso es TuneIn y creo que es la que más radioemisoras concentra en su plataforma. Con esta app, puedo escuchar programas emitidos desde Argentina, España, el Reino Unido o de otro país. Mientras viajo en el teleférico escucho música en el Spotify o algún programa de actualidad en la “radio” del celular.

En los últimos años las plataformas de streaming comenzaron a capturar más visitantes a través de programas grabados, aquellos denominados podcast. Recuerdo que ese término lo escuché por primera vez cuando presentaron un nuevo servicio, uno para los iPods. En un pequeño iPod se podía almacenar una cantidad de canciones bajo un formato establecido por la marca de la manzana, pero vieron que también podían portar grabaciones, es así que difundieron este nuevo género, los programas de radio para iPod, de ahí el término podcast.

Con la declaración de la emergencia sanitaria en todo el mundo, muchos comenzamos a explorar nuevas actividades, en mi caso fue dedicarle un tiempo adicional a la lectura, a la escritura y porque no, a la radio aunque no en su versión pura sino más bien en este nuevo formato.

Investigué en la red acerca de recomendaciones para grabar un “buen” podcast. El micrófono capacitivo, la tarjeta de sonido, la consola de audio, un conjunto de equipos y software eran necesarios. Realicé algunas pruebas, aprendí a editar y mezclar pistas en el Audacity, uno de los programas más utilizados para este rubro, pero consumía mucho tiempo la grabación, edición y difusión de un programa.

Estuve tentado a comprar una consola de audio, una pequeña, con la que pueda grabar a dos personas conversando sobre algún tema en particular y nuevamente las complicaciones acerca de la salida de la consola que debía ser digital y no analógica, que el micrófono debía tener un conector tipo cannon y no jack de 3.5.

Una noche mientras me preguntaba si no existiría una aplicación para el celular que me permita grabar una conversación y que esta pueda ser editada en el mismo equipo para luego ser distribuida a las plataformas de streaming. Encontré Anchor.fm.

Anchor es una aplicación de Spotify cumple con todo lo que se requiere y necesita para incursionar en este mundo del podcast. Con Anchor se puede grabar una conversación entre varias personas, claro está que todas ellas deben tener instalada la app en sus celulares (disponible para iOS y Android). Una vez concluida la grabación es posible agregar música de fondo y la misma aplicación tiene disponible una larga lista para su uso. Finalmente, permite la difusión en diversas plataformas especializadas. Anchor es simplemente espectacular.

Es así como surgió “Inti Phaxsi”, un conversatorio semanal sobre temas de actualidad y relevancia basados en libros y series de TV. Definitivamente, la radio me apasiona y este nuevo formato me encanta, espero que lo disfruten escucharlo, tanto como nosotros lo disfrutamos al momento de grabarlo.



jueves, 26 de noviembre de 2020

AD10S

Acababa de terminar el campeonato del mundo de 1986 y la selección argentina de fútbol se había consagrado como la mejor del planeta.

—Lanzala aquí… —le dije a mi hermano, mientras con la mano marcaba el lugar donde quería que caiga el balón.

Tenía la idea de reproducir el gol que Diego Armando Maradona Franco había anotado a los italianos en uno de los primeros partidos del mundial del 86. Ese tanto fue la culminación de una jugada sin igual. Cierro los ojos y aún veo en el televisor al Diego acariciando la Azteca con su pierna izquierda extendida mientras se mantiene suspendido en el aire por unos segundos que parecen la eternidad.

Aquel gol seguramente se encuentra dentro los favoritos del astro mundial, por como se desprendió de su marcador, por como pegó a ese balón, por como lo celebró la hinchada. Fue increíble como logró colocar la pelota lejos del portero rival y anotó el empate con la complicidad del segundo palo. La “caprichosa” pasó entre el defensor y el arquero, golpeó en el poste y a celebrar.

Presiono el botón de play del reproductor de YouTube y puedo ver otra vez ese momento, mientras recuerdo que en el 86 todos queríamos jugar como Maradona, era un imposible. En el vídeo el relator deportivo grita el gol, la tribuna grita el gol y el 10 se aleja del abatido arco corriendo con la felicidad impregnada en la camiseta, salta un cartel como si se tratara de un conito, uno de esos que usan en los entrenamientos, fantástico. 

El partido contra Italia, en México, fue uno de los más importantes para el Pelusa y cuatro años después, en el mundial del 90, se volvería a enfrentar a la selección italiana, en Nápoles, pero esa es otra linda historia para contar. 

—Dale… ¡lanzá!

Me suspendo unos centímetros y en mi mente recorre cuadro por cuadro la película de aquel gol histórico del d10s argentino.

—¡Gooooooool!